Alberto Aziz Nassif
Las reglas rotas

Hay en este fin de siglo mexicano un extraño escenario político que se nutre por la ruptura de las viejas reglas y por violentar los tiempos de la sucesión presidencial. Detrás de los ``destapes'', que ya forman parte de la cotidianidad informativa, se expresa una compleja crisis que anuncia cambios, expectativas desbordadas y una buena dosis de incertidumbre.

El perfil del viejo sistema tenía contornos muy definidos y de fácil identificación. Entre 1993 y 1994 se realizó la última sucesión del viejo régimen, y lo que empezó como la fiesta de graduación del nuevo proyecto económico neoliberal, terminó en una serie de tragedias políticas (Chiapas, Colosio) que se sumaron a una profunda crisis económica que ha perdurado todo el sexenio. Se han soltado los hilos que amarraban el control político a una pesada pirámide de poder. Y al mismo tiempo, esos hilos han formado una nueva trama política que rompió el alto contraste de blancos y negros --con el que se entendía la política mexicana-- y en su lugar estalló una multiplicidad de grises que dificultan el reconocimiento del tablero y las reglas políticas.

A pesar de que no hay muchos datos evidentes en el escenario político actual, sí existen algunos indicadores mínimos que levemente dibujan el tablero sobre el que se juega hoy la política mexicana. Las últimas elecciones federales de 1997 dejaron una nueva correlación de fuerzas entre los tres principales partidos y, además, mostraron el alcance de unos comicios más equitativos y transparentes. A partir de estos datos se calcula hoy la sucesión y se concluye que cualquiera de los principales partidos puede resultar vencedor, incluso sin necesidad de formar alianzas. Este factor modifica de raíz las viejas certezas con las que se movía el gobierno y su partido y la oposición en su conjunto. En este cálculo incierto se basan las expectativas de los aspirantes y de sus partidos.

Los viejos tiempos del presidencialismo mexicano --que determinaban a todos los actores, los de dentro del aparato y los de afuera-- se han modificado. El presidente Zedillo ha dejado de comandar a su partido, de marcarle los tiempos y de darle proyecto. Esto no implica que el Presidente no tenga poder sobre su partido, sino simplemente que la unidad, la disciplina unívoca del priísmo, se ha quebrado, y ahora hay aspirantes a la presidencia que no sólo plantean sus propios tiempos, sino que su propuesta es contraria al actual proyecto gobernante, como el caso de Manuel Bartlett.

En la otra parte del espectro partidario hay también novedades interesantes. Hoy la oposición marca, en cierto sentido, posiciones y se adelanta, como es el caso del panista Vicente Fox, que después de las elecciones intermedias de 1997 comenzó su precampaña por la presidencia. Si esto hubiera ocurrido hace algunos años, lo más probable es que ese intento habría acabado en un fracaso. Sin embargo, hoy se trata de un proyecto que parece viable. En el PRD también se mueven las aguas, y frente a la certeza de tener a un fuerte candidato predeterminado, como es el caso de Cárdenas, también hay un adelanto, con el reciente ``autodestape'' de Muñoz Ledo.

Hoy cada partido tiene sus cartas abiertas en lo que será una larga y aburrida fase de ubicación de precandidaturas en la opinión pública. El fenómeno ha dejado obsoletos no sólo los tiempos, sino también las reglas internas de cada partido, que ahora tienen que resolver un doble reto: adecuar los mecanismos para designar candidaturas a una exigencia de apertura hacia la sociedad y, al mismo tiempo, coordinar los ritmos internos institucionales con las presiones que ejercen ya estas tempranas e irreversibles precandidaturas. La institucionalidad política de los partidos estaba diseñada para otros tiempos.

Frente al objetivo prioritario de ganar en el 2000 hay condiciones que no podrán dejar de cumplir los partidos: el proceso de selección interna tiene que ser abierto a la sociedad; la figura, imagen y perfil del candidato serán definitivos para ganar; y más que un programa muy articulado de propuestas, lo que puede hacer la diferencia, será quizá una estrategia de mercadotecnia y medios de comunicación. Aires de pragmatismo soplan sobre las viejas reglas rotas de un sistema político que todavía no ha terminado su viaje a la democracia.