Es en el México indígena y rural, en términos generales, donde se ha dado una mayor receptividad a los credos no católicos. Ahí fructifican y se expanden los grupos de la amplia y variada familia protestante-evangélica, mormones y testigos de Jehová. El crecimiento de éstas y otras religiosidades contrasta con el avance que han logrado en las zonas urbanas, donde su crecimiento, aunque sostenido, ha sido más lento.
Llama la atención que en cuanto a la diversidad religiosa, los motivos de la misma y su interpretación, exista coincidencia entre pensadores de izquierda y derecha. Persiste una cosmovisión católica más internalizada en las conciencias de lo que suponen los sectores progresistas de la sociedad mexicana. Esa persistencia pone en un segundo o tercer plano un hecho comprobable: que en nuestro país existe presencia consolidada del protestantismo desde hace 130 años.
No obstante, pervive un prejuicio negativo en muchos espacios donde se forja la opinión pública sobre las ``sectas evangélicas''. Pareciera que los evangélicos fueran advenedizos sin derechos de incursionar en un campo religioso definido y cerrado para siempre. Subsiste una actitud semejante a la plasmada por los corridos conservadores que atacaban a la reforma juarista: ``Madre mía de Guadalupe, protege a esta nación; que protestantes tenemos y corrompen la razón''. Está en lo justo Jacques Lafaye al comentar que: ``En estos sencillos versos está cifrada la complejidad espiritual de América Latina. La `razón' (es decir el modo de pensar de la `gente de razón') se confunde con la religión (por cierto, se trata de la verdadera religión, o sea, la católica romana), y la irracionalidad o la perversión del juicio se identifican con la herejía por antonomasia: la protestante. Toda forma de racionalismo ateo, o simplemente heterodoxo, es asimilado a la herejía. A la inversa, la devoción --en especial la devoción a la Virgen María (en sus distintas imágenes nacionales y regionales)-- se ha convertido en la expresión suprema de la verdad y la cultura'' (Mesías, cruzados y utopías. El judeo-cristianismo en las sociedades iberoamericanas, FCE).
La diversidad religiosa en las zonas rurales se acrecienta con intensidad, pero al mismo tiempo enfrenta inercias intolerantes que, por desgracia, las encuentra uno constantemente cuando investiga la respuesta de los habitantes de poblaciones medianas y pequeñas hacia la instalación de la disidencia religiosa en sus terrenos. Así lo están comprobando un grupo de nahuas protestantes en el municipio de San Juan Texhuacán, Veracruz. En la localidad, 86 por ciento de sus habitantes habla náhuatl (entre bilingües y monolingües), y 40 por ciento es analfabeta. El párroco católico Antonio Tlazalo Cabal y distintas organizaciones cercanas a él han hecho gestiones ante autoridades federales y estatales, el Arzobispado de Xalapa, la Comisión de Derechos Humanos de la entidad, el Instituto Nacional Indigenista y el procurador de Justicia para Asuntos Indígenas en Veracruz, con el fin de que se expulse de Texhuacán a los protestantes. El cargo parece sacado del México anterior a la libertad de cultos. Se acusa a los evangélicos de atentar ``contra la convivencia y la religiosidad de la comunidad''. Una de las denunciantes, y peticionaria para que se prohíba a los nahuas seguir practicando su fe, precisó que ``los gringos'' alteran la vida del poblado y no guardan las costumbres comunitarias.
Se inculpa a los evangélicos, igual de pobres y de la misma etnia que sus acusadores, por ejercer la libertad de conciencia. Libertad garantizada por el artículo 24 de la Constitución mexicana y reconocida como fundamental por el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El hecho de que el sacerdote haya denunciado a los disidentes ante una comisión de derechos humanos, significa que para el celoso cura los no católicos han cometido un delito que puede considerarse como ataque a las garantías individuales. Como se alejan de la definición católica de humanidad, en la óptica del clérigo entonces son inhumanos. El cargo de que son ``gringos'' por no compartir las creencias propias de los verdaderos mexicanos, despoja a los heterodoxos de su nacionalidad y abre la puerta para considerarlos --desde la perspectiva del nacionalismo guadalupano-- traidores (a) a la patria. Estamos ante un clásico proceso deslegitimador y estigmatizador del diverso, quien necesariamente tiene intenciones malignas y peligrosas que es necesario extirpar. Negarle a los otros y otras que contienen la agresión (``si es mexicano lo respeto, pero como cree en cosas que sólo los gringos aceptan entonces no es mexicano, aunque haya nacido en el mismo lugar que yo'') posibilita construir la noción del enemigo interno ante el cual no queda otro remedio que eliminarlo (``quién le manda andarle haciendo caso a doctrinas exóticas y antimexicanas'').