Oír la música de Conlon Nancarrow (1912-1997), el compositor estadunidense-mexicano que ha dado prestigio internacional a nuestro país, invita a una experiencia singular. Sus más de 50 obras para el piano mecánico no forman parte de esa globalidad que es el repertorio de la música de este siglo, sino son una excepción. Ausentes de la corriente colectiva, creadas en una soledad difícil de asumir pero compensada por frutos notables, la música de Nancarrow se concentró en una idea revolucionaria, el tiempo. Esto se traduce como una apertura múltiple que comprende desde la coexistencia de varios tiempos al mismo tiempo -unos más rápidos o más lentos que otros- hasta la de tiempos en estado permanente de aceleración o de deceleración.
Ideas así de abstractas pudieron haber sido conducidas a través de una música algo teórica, demostrativa de sus propósitos, como ocurrió con tantas producciones del siglo que no alcanzaron la comprensión del gran público. En contraste con torres de marfil, Nancarrow optó por un camino llano, en el que la percepción de la nueva materia musical encontró una alianza rica para ser entendida sin dificultad por el oído y la memoria del oyente. Sin ser una estrategia preconcebida, sino sólo carencia de cualquier pretensión, la mayor parte de la música de Nancarrow se nutrió de la música negra estadunidense, el jazz, como portadora del mensaje estructural. Este, a su vez, se inspiró en la imitación contrapuntística para permitir comparar tiempos y velocidades de distintas magnitudes.
La suma que resulta de ambas propuestas es una música que suena popular dentro del pensamiento complejo. Combinación original e incluso modelo apetitoso para aplicarse a la divulgación de ideas nuevas en ciencia o en economía política, por señalar un par de temas arduos. Valga aquí un paréntesis: en un desayuno-conferencia en el club de ex alumnos de Harvard, alguien me preguntaba por qué la música actual era incomprensible y no se componía algo más accesible para todos. A sabiendas que la música no es asunto de riesgo mi respuesta fue pregunta: ¿lo hacen ustedes o acaso no hacen ciencia y proyectan economías para élites?
De retorno a Nancarrow, el refinamiento de sus ideas logró llegar a muchos más oídos que toda la música contemporánea y ello abrió un camino digno de ser seguido. Su originalidad no invitaría a imitar la música necesariamente, como algunos lo han hecho aquí o allá, ni tampoco a renunciar a fundamentos intrincados y proponerse una música trivial para ser más oída -de eso hay buenas muestras en el ambiente- sino en entender cómo funciona el paradigma. Nancarrow no compuso desde el para qué -ser original, novedoso, sencillo y complejo- sino desde la verdad ineludible de ser lo que se es, para resultar ser todo aquello sin necesitar perseguirlo. Inteligente y sabio lo era, en extremo, y bastaba abordar con él casi cualquier tema para comprobarlo. Imbuido en lo social también, como lo hace al empuñar el fusil contra Franco, a los 25 años, para permanecer fiel a sus ideas hasta el final.
Desde esa doble óptica se entiende que algunos, como la pianista Ursula Oppens, ponga la obra de Nancarrow en paralelo a la de Beethoven. En estos días puede ponerse junto a José Saramago; los reconocimientos llegaron tarde, sin buscarse y sin modificar un ápice el sentido y la originalidad de la obra, quizá ni siquiera armada como un propósito sino como el acierto que resulta de permearlo todo de esencias inconfundibles.
Ajenos ambos al juego moderno de la globalidad, Nancarrow o Saramago muestran al final del siglo la obra de una conducta transparente y de un pensamiento formado en ideas propias, emanadas de la autenticidad de una soledad plena.