Iván Restrepo
El Niño
Los que piensan que los efectos del fenómeno meteorológico El Niño ya pasaron, están equivocados. Si bien las perturbaciones climáticas registradas en el planeta desde marzo de 1997 hasta meses recientes provocaron daños considerables a la agricultura, los bosques y la pesca; si causaron inundaciones en 42 países y en otros 22 la sequía fue muy severa; si los incendios forestales fueron particularmente graves en Indonesia y Brasil, para citar los casos extremos, los efectos a largo plazo apenas comienzan a sentirse, muy especialmente en el sector agrario más pobre. El Niño continuará por buen tiempo entre nosotros.
En efecto, las estimaciones de los organismos internacionales señalan que la producción agrícola y la situación alimentaria presentará serios problemas en los años venideros. De igual forma, las perturbaciones climáticas crearon las condiciones idóneas para la aparición de epidemias y plagas graves que afectarán a las personas y las cosechas, especialmente de cereales en América Latina, Asia y Africa. Indonesia no solamente sufre ahora crudamente la herencia de la dictadura del general Suharto, sino también los daños de la peor sequía en medio siglo y las alteraciones por los incendios forestales. Casi 2 millones de familias verán el próximo año agravar su ya de por sí mermada economía por la sacudida de El Niño. Kenia, Somalia, Angola, Mozambique, Zambia, Corea del Norte y Tanzania figuran en la lista de naciones que requieren urgente apoyo internacional para paliar mínimamente la situación de millones de sus habitantes rurales.
Más cerca, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala, Panamá, Brasil y Perú tendrán que dedicar sumas millonarias en dólares para rehabilitar zonas agrícolas destruidas por la sequía o por los incendios y las inundaciones. La falta de lluvia se manifestó en la caída de la producción de maíz y otros granos básicos en América Central y el Caribe: se calcula cercana a 20 por ciento, lo que incide no solamente en la alimentación de las familias sino en otros renglones, como la cría de aves, ganado y cerdos, componentes de la economía campesina. En cambio, las lluvias excesivas repercutieron negativamente en las siembras de trigo y otros cereales importantes en la economía de Chile, Argentina y Brasil. En este último país las plantaciones de café resultaron afectadas, lo que se refleja en el precio internacional del grano. En México, ocurre algo semejante.
Un cálculo conservador de la Cepal estima que El Niño causó alrededor de mil muertos en América Latina y daños materiales por más de 8 mil millones de dólares.
También la escasez de agua incidió en los pastos que son la base de la ganadería, una situación que se prolongará, por lo menos, en los dos próximos años. En paralelo, el recalentamiento de las aguas superficiales del océano Pacífico, que origina El Niño, se reflejó en la pesca, especialmente en Sudamérica, que contribuye con una quinta parte de la captura mundial de especies marinas y es fuente de harina de pescado, utilizada en la alimentación del ganado.
Los especialistas afirman que el último Niño, el cual se repite cada dos a siete años, es uno de los más poderosos de este siglo. Y cuando la evaluación final de los daños en infraestructura y en la producción no concluye, ya algunos meteorólogos anuncian la posible y pronta llegada de La Niña, el equivalente en frío del fenómeno, y que traería otros problemas.
De lo que no hay duda es que muchos de los efectos de las perturbaciones climáticas recientes podrían haberse evitado si los gobiernos hubieran tomado oportunamente medidas para enfrentarlas. No fue así, como vimos en el caso de la sequía en las áreas agropecuarias de México y en los incendios forestales.
Mientras nos informan lo que El Niño nos costó en recursos naturales, producción, infraestructura, calidad de vida, pobreza, etcétera, sería conveniente conocer las medidas que, desde ahora, las autoridades preparan para que cuando vuelva a presentarse sepamos cómo disminuir sus efectos.
No como ocurrió este año.