Pensaba en el tema de la vejez y, de manera imantada -o no me explico de qué otra forma pudo ser, me atrajo una frase de Sófocles que concentró lo que yo imaginaba pero que no abría podido expresar. Y es terrible. Más, si tomo en cuenta que, aunque amo de la tragedia, Sófocles empezó siendo ``el poeta feliz''. No ignoro que en cuanto a género la tragedia partió de mitos no sólo sencillos sino algunos que la animó Dioniso, dios del vino (y la alegría), ni tampoco que el propio Sófocles nació con muchos atributos. Además de talento, belleza, don de gentes, simpatía. Sin embargo, ¿qué pudo sucederle entre sus primeros y sus últimos éxitos continuos, sostenidos, entre sus 16 y sus 90 años, como para provocarlo a experimentar dolor tras dolor, y a expresarlo de forma terrible, como sólo quien lo ha padecido aspiraría a expresarlo?
Para un buen conocedor de almas, es natural percibir la complejidad del hombre y alcanzar, sinceramente, abrazar, la noción de que, a pesar de la contradicción de los extremos que la constituyen, es un ser, finalmente, armonioso. Pero, sabiéndolo, ¿es natural seguir siendo feliz, no gritar, no rasgarse las vestiduras en desesperación?
Sófocles pasó a ser el poeta ``trágico de las rebeldías'', sin dejar de enaltecer el valor esencial de la humanidad. Aun adaptado, con cargas públicas, con mujer, amante, hijos, nietos y amigos, creó personajes en pugna contra el destino, contra el Estado y contra la vida misma, como si hubiera despertado pronto a su principio o definición de la visión trágica: ``Mirar la existencia en su totalidad, lo cual sobrepasa la capacidad intelectual del hombre'' (Sigo en estas citas a don Angel María Garibay K.). Es decir, abrió los ojos y lo que vio fue un mundo de sentido desbordado que rebasó su entendimiento y que de entrada lo venció y lo abatió. ¿O no? O, para aplacarlo, Sófocles lo vio trágico.
En todo caso, la frase de Sófocles que me atrajo mientras yo pensaba en la vejez fue la siguiente, que no sé en qué momento escribió, pero que si sobrevivió, si forma parte de las tragedias que se conservan, o de los fragmentos del resto de su obra que se perdió, sería suficiente para marcar el tono de su espíritu ante la vejez: ``Pasa la dulce juventud y pasa su locura luminosa, y al hombre, ¿qué le queda? Pena tras pena, un dolor en pos de otro. ¡Los males que acumula: muertes, contiendas, luchas, combates, envidia! Y, como don final, la vejez fría, horrible, ya sin bríos, sin poder, sin amigos: mar a que fluyen en concierto indigno todos los infortunios''.
De modo que al viejo, aun feliz, lo acosan de común acuerdo todos los infortunios, de manera indigna, torpe, repugnante, vergonzosa.
Hecho o rumor, la historia recoge un episodio significativo al final de la vida de Sófocles, pasados sus 90 años. Según esto, el hijo que tuvo con su esposa legítima levantó una demanda en su contra, o una acusación de interdicción por inepcia senil. Sabido es que en su propia defensa, Sófocles leyó ante el tribunal la tragedia que estaba escribiendo por esos días, con lo cual lo dejaron en paz. A lo largo de su vida, escribió dos tragedias por año. Aunque los dos hijos de Sófocles, tanto el legítimo como el hijo de su amante, siguieron sus pasos y escribieron tragedias, Sófocles tuvo predilección por su nieto, hijo del hijo de su amante, que, igual que su padre y su tío, escribió tragedias. Las circunstancias no salvaron la obra de ninguno de los tres. En un momento dado, Aristófanes recoge el rumor que sostenía que Sófocles escribía, además, la obra de su hijo, el que lo declaró inepto y solicitó, judicialmente, la privación de sus derechos.
Había pasado la dulce juventud de Sófocles; él había acumulado dolor; y hasta el final siguió en combate contra la idea de la inmortalidad o del ser superior. Pero, ¿disfrutaba todavía de la vida, ``ya sin bríos, sin poder, sin amigos''? Sófocles sostiene que es loco el que anhela una vida larga, que, necesariamente, no le acarreará más que ``dolor nacido de mil fuentes''. Y se pregunta, el poeta feliz, si no hay alegrías. ``!En vano la mirada las busca cuando el tiempo se prolongó sin la medida justa!''
El dolor físico no es la única justificación de un deseo de terminar la vida. La vejez se deshace del pensamiento lúcido, lo sustituye por delirios y fantasías, es decir, por un infortunio indigno. Un coro de Sófocles canta: ``A todo bien supera el no haber nacido. Pero si ya ha nacido, el bien más rico es regresar de prisa por la misma senda por donde uno vino''.
En un descuido de la vejez, el viejo abre los ojos y percibe cómo, su vida de supervivencia, no representa sino una carga para los demás y quiere morir. Si dura su lucidez, considera insensato que los demás a su alrededor prefieran su representación de carga, a su representación de vacío. ¿Y, desde su punto de mira, ocupando sus viejos zapatos, encuentras algo más natural, más humano, que su deseo de morir, ya, cuanto antes, no abrir más los ojos, no advertir que no disfrutas más abrir los ojos, saber que vives, que estás aquí?