Elba Esther Gordillo
Lecciones chilenas

La detención de Augusto Pinochet en Inglaterra, a petición de un juez español que lo acusa de crímenes contra la humanidad, nos da lecciones que debemos aprovechar.

A principios de los años setenta, Chile había logrado avances muy significativos en el campo de la democracia. Un prestigiado luchador socialista y doctor de profesión, Salvador Allende, ganaba las elecciones y se convertía en presidente de Chile. La democracia daba muestras de que era la mejor vía para dirimir las controversias sociales.

Sin embargo, pocos meses después, poderosas fuerzas que actuaban en ese país sudamericano abandonaban la limpia lucha democrática para, encubiertas, minar la fuerza del régimen y crear las condiciones para una solución de fuerza. La primera lección que el caso chileno nos entrega es que no basta el pleno ejercicio de la democracia para ejercer con plenitud el poder político.

Desde los primeros meses de la Unidad Popular, la élite militar chilena, que algunos incluso califican como casta, expresaba su ``preocupación'' por los acontecimientos, y era uno de sus cuadros más distinguidos, Augusto Pinochet, quien se encargaba de esta tarea. La segunda lección es que sólo tejiendo alianzas, construyendo acuerdos, se crean los indispensables equilibrios para lograr la gobernabilidad y disminuir los riesgos que de suyo tiene la lucha por el poder.

Cuando, presionado por múltiples problemas, Allende nombra a Pinochet como jefe de las fuerzas armadas, muchas voces se alzaron para señalar el error, incluso se hicieron parangones históricos de lo que le costaron a Madero y a México el nombramiento de Victoriano Huerta. La tercera lección es que nunca hay que despreciar a la historia como referente obligado en la construcción del porvenir.

El golpe de Estado se produjo llenando de vergüenza a quienes sentíamos a Chile como la avanzada de la democracia. Pinochet se alzó victorioso aplicando una política de crueldad y desprecio por lo humano digna de las etapas más oscuras de la humanidad. La cuarta lección es que la intolerancia siempre está presente, esperando que la tolerancia se debilite para avasallarla.

Después de una larga dictadura de la que aparentemente salió airoso; de poner condiciones para regresar el poder a los cauces de la democracia; de que promulgaron leyes de amnistía para dejar a buen resguardo los crímenes que a nombre de la libertad cometió; de que se designó senador vitalicio para tener el fuero que lo pusiera a salvo de cualquier eventualidad, después de todo eso, Pinochet es alcanzado por la historia, la que le pide cuentas.

Es ésa la mejor lección de todas. Quien interpela a la historia nunca estará exento de su juicio. Sea cual sea el veredicto judicial, la historia ha empezado a juzgar a Pinochet y, como suele ser, lo hace en el momento menos propicio, cuando la enfermedad exige del reposo y la edad reclama del olvido. Aunque tarde, Pinochet está empezando a pagar el precio de su ofensa.

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