En las calles, rincones, callejones y casas, los visitantes hacen su fiesta particular en Guanajuato

Jorge Caballero Ť Mañana llega a su fin el XVI Festival Internacional Cervantino en Guanajuato, evento importante para la cultura, las artes y el espectáculo, pero la verdadera fiesta, la pimienta de este festival se encuentra en las calles. En su mayoría grupos de jóvenes, que no se interesan por uno solo de los 70 espectáculos que presenta el festival, ellos hacen el propio: la marea de gente camina de ida y de vuelta por las principales calles del primer cuadro de la ciudad, buscando dónde acomodarse, para luego seguir su peregrinar, el lugar en donde encuentren más diversión.

Hay quienes tienen el pelo y la cara pintados de colores, gorros de tela altos, con cuernos, de arlequines; con playeras del Celaya, León, Chivas, Morelia, Barcelona, del Boca; con mochilas de campismo, botas altas, mezclilla; alegres, excitados/exaltados caminan por las calles y plazas, corean a los músicos, ríen con los mimos, ligan, juegan, beben, los hay del DF, León, Querétaro, Guadalajara, Celaya, Aguascalientes, San Luis Potosí, Michoacán, Monterrey, y de países como Brasil, Argentina, Estados Unidos, España, Francia; para ellos Guanajuato, sus calles, plazas, bares, cantinas, cafés, restaurantes, monumentos, son los espacios idóneos para realizar cualquier tipo de actividad y diversiónÉ Enrique Ruelas nunca imaginó que su idea de ``fiesta del espíritu'' se metamorfosearía en ``reventón espirituoso''.

Entre semana la ciudad se ve tranquila, aunque nunca deja de haber gente, pero los fines de semana, según datos oficiales, llega un promedio de 60 mil personas, el fin de semana pasado se rompió el récord de detenidos: en 1996 fueron 188 y en este año la cifra se disparó a 483. Entre los delitos más comunes se encuentran: escandalizar, faltas a la moral, beber en la vía pública, insultos a la policía, riñas, consumo de drogas y daños a comercios.

En Guanajuato en tiempos de Cervantino cualquier lugar puede convertirse en cantina, ``un permiso de Cervantino'' cuesta 4 mil pesos, y las ganancias pueden resultar jugosas: Antonio acondicionó el patio de su casa con cuatro mesas, lo llamó Las mil y una chelas; los asistentes lo rebautizaron como El oso rabioso, en honor al anfitrión, que mide 1.85 y pesa 140 kilos. El vende cubetas de cerveza de a 40 pesos y un litro de tequila con refresco de toronja a 20; espera sacar 10 mil pesos de ganancia más su inversión, pero en cada calle, patio o callejón se pueden ver letreros que indican el camino hacia un lugar dónde saciar la sed. Lo más común es dos cervezas por 15 pesos y el fin de semana dos por 20.

Otros lugares establecidos como El capitolio, Los lobos, La dama de las camelias, los viernes suben sus precios y además cobran cover ante la demanda; en La dama de las camelias, un lugar de música afroantillana, por ejemplo, cobran un cover de 50 pesos; en esos días se ven puros extranjeros que con sus movimientos robotizados se adueñan de la pista, y no dejan lugar para que los connacionales disfruten bailando los ritmos latinos, hasta que les ponen El baile del perrito, y al no saber qué hacer, se van a sentar. A los que no les alcanza el dinero para darse esos lujos capitalistas, que han de ser como 50 mil, esconden las cervezas y las botellas de tequila y las camuflajean en botellas de refresco, bolsas de plástico o las esconden entre sus ropas y se dedican a visitar las plazas, en donde las bandas norteñas, tamboras y mariachis tocan una pieza por 25 pesos. El golpe traidor hace que los asistentes tomen a las chavas y se pongan a bailar; la pista se extiende a lo largo y ancho de la plaza y las calles. Cuando acaba la tonada otro paga la siguiente: La puerta negra, y así, hasta que llega otra banda, con otra canción más prendida.

A altas horas de la madrugada los precios de las rolas alcanza una cotización de 50 pesos.

En la Plaza Unión, que es el lugar más crítico de todos, los hoteleros y restauranteros sacan sus mesas, lo que hace que los yuppies vean con desprecio a la gente que no está sentada, a los que no pueden pagar una botella de 400 pesos. Juegan a comprar diversión, alquilan un mariachi que no escuchan, conversan entre ellos: ``Oye, Charlie, ¿Cervantes tiene que ver algo con el Cervantino?''. Charlie responde: ``Mira, el Cervantes es otro festival, es como un Cervantino, pero chafa; es para todo el estado, es un bisne que se inventó Fox''. Hay otras pláticas: de futbol, de culturas prehispánicas y de mujeres.

Y a deshoras...

Conforme la noche avanza, los bares, cafés y discotecas escupen a sus asistentes hacia las dos o tres de la mañana, y es ahí donde la verdadera fiesta empieza. Hay mucha gente en las calles y las bandas de música siguen tocando y los asistentes bailando. El alcohol hermana a todos: las chavas de Guadalajara intiman con los chilangos, y los queretanos ya convencieron a las regias para seguirla en su cuarto de hotel, ya que ahí tienen una dotación de cervezas; algunas parejas buscan un rincón oscuro en donde tocarse. Los que necesitan algo más fuerte que la horchata se escabullen por las calles cercanas para meterse mariguana o coca. El servicio de limpia hace su trabajo: recoge la basura y los cuerpos caídos en la batalla y, también, lava las calles; la policía incauta a algunos infractores... pero son demasiados para tan pocos agentes. Sólo se lleva a los que no los pueden sobornar: ``Si no nos das un buen dinero te llevamos a la cárcel, y como ya está llena te van a mandar hasta abajo con los narcos y violadores''.

En camionetas y coches algunos ya duermen, otros hacen bolitas y se acurrucan unos a los otros para darse calor con todo y su equipaje; otros más vagan por las calles y se quedan donde les agarra la noche: en las escaleras, jardines, bancas. El rocío de la mañana comienza a caer. Ya es hora de irse a descansar para seguir disfrutando de esta fiesta al día siguiente.