La Jornada 26 de octubre de 1998

Eugenio Trías, por el humanismo de la persona y contra los nacionalismos

José Angel Leyva, especial para La Jornada Ť -Usted se refiere, en El cansancio de Occidente, al ``bárbaro civilizado'' con una fuerte carga de pesimismo, de desencanto sobre los valores de su propia cultura. ¿Qué era lo que motivaba particularmente esa posición?

-Esa charla la sostuve en los años posteriores a la guerra del golfo Pérsico. Estaba negativamente impresionado por los efectos del conflicto, porque éste mostraba un carácter muy muy pragmático y porque, además, se demonizaba a otras civilizaciones o culturas con bases diferentes a las de Occidente, como es la islámica. El hecho coincidía con la escritura de mi libro La edad del espíritu, en el que yo hacía esfuerzos muy grandes por acercarme a realidades culturales distintas de las de Occidente, y para ello recorría el ámbito de las religiones. No con el afán de rechazar las bases de mi propia cultura, sino para plantear la necesidad de una perspectiva ecuménica en la que se produzca un auténtico curso de culturas. Frente a las tesis tremendistas del choque de las civilizaciones, yo proponía una especie de apertura hermenéutica y de diálogos entre las diversas razones culturales, atendiendo sobre todo a sus raíces, que, yo creo, son fundamentalmente religiosas. Tenía, pues, miedo de que se generara un fundamentalismo invertido, sobre los principios de una tradición europea. Vivimos en un mundo que enfrenta el riesgo de una barbarie civilizatoria. El desafío del próximo milenio es ecuménico. Debemos construir un horizonte cosmopolita de verdad, sin privilegios ni recargado hacia alguna base cultural.

-Usted califica a ese producto de la modernidad, el individuo, como un monstruo al que se debe destruir para avanzar hacia otro tipo de convivencia fundada en valores menos competitivos, consumistas e indolentes. Sin embargo, el yo de ese individuo fue el distinto de los románticos. ¿Qué salvaría del individuo?

-Yo opto por un concepto con más matices, el de persona individual o persona singular. Dicho concepto procede del estoicismo, que tiene importancia en las tradiciones cristianas medievales y en las raíces de nuestra cultura. La persona propone una visión no tan individualista, es más un núcleo de identidad abierto a relaciones, asume los marcos comunitarios donde se halla inserto. Sobre estas bases, veo una serie de tradiciones culturales de Occidente que son perfectamente recuperables. Por ejemplo, la ciudadanía dentro de la concepción de los derechos humanos, como derechos del individuo. Persona es un concepto más significativo que el de individuo. Este procede de tradiciones anglosajonas, es muy reactivo a los marcos puramente colectivos y a veces resulta excesivamente abstracto, además de que ha dado origen a los llamados neoli- beralismos individuales, que son formas ideológicas con las que yo no concuerdo en absoluto.

``La persona asume los marcos comunitarios y mantiene el núcleo, que para mí es lo válido de toda reflexión sobre lo individual: el sujeto personificado, titular de los derechos, el sujeto civil, el sujeto de la ciudadanía. Me siento muy alejado de interpretaciones como la de Manuel Munier, aunque las respeto mucho; yo deseo recuperar un concepto arcaico, de procedencia estoica y no necesariamente cristiana. Persona es máscara, es la voz que resuena a través de la máscara; un tanto como sucede en el teatro, que no es ajeno a mi reflexión, como puede verse en mil libro Filosofia y carnaval.''

-¿Cree realmente que puedan salvarse los obstáculos culturales para una convivencia mundial?

-Apuesto pascalianamente por ello. Una comunidad ecuménica no puede ser por la vía de la abstracción y de un personaje liberado de rasgos locales, propios, específicos, lo cual significaría una pesadilla o un mal sueño. El mundo al que vamos tendrá que enfrentar dos retos, la creación de una comunidad ecuménica y el rescate de la persona, para evitar ese panorama que se advierte siniestro. Cada vez está más claro que todas las cuestiones, incluso las más personales, están mundializadas. Esto no significa necesariamente lo mismo que la llamada globalización. Por otro lado, y por lo mismo, cada día es más significativo el rastro local de inserción de las culturas. Dentro de esa localidad, el último lugar al que uno llega, que para mí no es último, sino es primero, es el de la persona. Si perdemos de vista este asunto, no hay duda, vamos hacia una cultura bárbara.

``Propongo una cultura humanística, un humanismo renovado, distinto del que yo mismo combatí en mis primeros libros. Un humanismo que considere a la persona como un microcosmos, a cada persona como una realización de la humanidad, en su modo y estilo, con las impregnaciones comunitarias y culturales propias del lugar en donde se halla. La persona abierta hacia lo universal fue antes virtualmente posible, pero efectivamente imposible. El mundo actual lo hace efectivamente posible. Es más, si el hombre no logra esa apertura no alcanzará su identidad de hombre de hoy. Las pruebas de que ello no es una utopía es que están puestas las bases para su realización.''

-Pero la realidad es que esa persona, o personaje, va montado en el desarrollo de la técnica y deja atrás la marcha de las ideas, está más preocupado por el ``bienestar'' que por la convivencia. Su propuesta humanista ¿qué toma y que deja del Renacimiento y de la Ilustración?

-Yo hago retroceder un poco el gran proyecto de la Ilustración hacia el proyecto humanista del Renacimiento. Soy un gran enamorado de la aventura renacentista. Constantemente hago referencia a figuras como Pico de la Mirandola o al humanismo italiano. El problema de la Ilustración es que su combate contra sus propias sombras (la religión, la superstición, los prejuicios, y todo aquello que no pasaba por el tamiz de la racionalidad) generó un concepto de razón muy abstracto. Luego intentó corregirlo a su manera el romanticismo, pero cayendo en

una serie de vicios terribles. Del intento de corrección de la racionalidad de la Ilustración, por parte del romanticismo, nacen cosas muy nefastas, como son los nacionalismos. De la Ilustración surge una figura muy válida: el ciudadano. Un sujeto de derechos. El romanticismo propende a darle marco cultural, pero de allí deriva el concepto que determina el curso de la historia de los siglos XIX y XX: la nación. El concepto de nación a partir de una ideología muy poderosa que todavía es vigente, una ideología característica de la modernidad. Como no todas las características de la modernidad son precisamente positivas, veo en dicha ideología un rasgo nocivo. Los nacionalismos son, podríamos decirlo así, una especie de perturbación de los legítimos deseos del hombre de pertenecer a una comunidad.

-Ha dicho usted que la filosofía es el alka seltzer del espíritu, que actúa en la resaca. Pero, ¿cómo puede funcionar de ese modo si hay una tendencia de los filósofos a encapsularse en metalenguajes y a evadir la reflexión sobre los problemas de la convivencia y de la vida diaria?

-No es mi caso. En libros como El tratado de la pasión intento esclarecer algo tan cotidiano como el enamoramiento, el amor pasión, y con base en ello construyo un discurso filosófico. En ese sentido he atendido a los marcos cotidianos desde los cuales puede abrirse la reflexión en filosofía. La experiencia estética tampoco es ajena a la vida cotidiana. Y la he abordado en mi libro Lo bello y lo siniestro. La religión es el otro gran campo que me ocupa y tiene mucho que ver con la vida común. Ello no significa que la filosofía deba renunciar a niveles de estilización y sublimación de su propio discurso, que a veces le ha de llevar a formulaciones complejas y a una terminología con particularidades. Estoy en contra de la filosofía que rehuye el análisis de las preguntas que se hace la gente de la calle. Lo antropológico tiene esa virtud, y es que en los marcos más populares, más cotidianos, se hace presente la necesidad humana de saber, de responderse a cuestiones como qué sucede al morir o si tiene sentido la vida. La filosofía, sin esta experiencia común, también se desvirtúa, como ocurre en Europa, sobre todo en Alemania, con ciertos modelos filosóficos que pecan de abstractos. Pero, ojo, estoy en contra de la falsa divulgación. La filosofía es un producto que debe aspirar al rigor y a una cierta verdad, dentro de lo humanamente posible, que la obliga a someterse a una serie de pruebas y experimentos que la alejan de la simplicidad.