Acaso lo que caricaturizó de modo más ostensible a nuestros toreros fue la obsesión decorativa en el capote, el esfuerzo de hallar arabescos salidos de la intuición, ungidos de gracia, armonías palpitantes de sensualidad colorista. Composiciones que formaban sinfonías pictóricas, ricas en nuevos motivos. Dentro de esa vocación capotera -hoy perdida-- los toreros respondían al primer principio de la estética, al procurar educar su sensibilidad y perfeccionar su técnica con una simultaneidad de entusiasmos, profundizando, ahondando en las revelaciones que fueron mudos secretos de una escritura interna.
De este modo, aun partiendo de influencias ligadas por el nexo del buen gusto, el refinamiento, los toreros mexicanos encabezados por Rodolfo Gaona, mostraban sus personalidades claramente definidas e inconfundibles, en diversas manifestaciones que permitían a los aficionados elegir de acuerdo con sus gustos, cada temperamento, cada carácter, ofrecía su acento personal. Cada espíritu torero emitía su toreo destacado y al mismo tiempo constituía la armonía.
¿Pueden confundirse los quites, recortes y verónicas de El Calesero, Luis Procuna, Manolo Martínez o Silverio Pérez? y he citado solamente la de artistas que estuvieron al frente de sus compañeros, los que consiguieron un prestigio sólido e intocable. En el camino se quedaron los detalles de otros que no llegaron a la cumbre, pero tuvieron momentos de éxtasis con el capote.
Todos ellos exaltaban su espiritualidad hacía un deseo colectivo de elegancia, fantasía desbordada, buen gusto y quita-esencia decorativa en el ruedo, en giros lineales y curvos. Juegos de presencia y ausencia. Moldear de perdurables ritmos y gamas pretéritas, inquietudes y formas del presente en que se torea en ondulación de la tela. Nuestros antiguos toreros reconcentrados y complacidos en sí mismos realizaban su arte rodeados de inspiración.
En geométricas formas, expresión de la fantasía sexualista, los toreros de antes seguían las líneas rectas o curvas de los toros. Líneas sutiles, finísimas, apenas perceptibles, conjugadas con el volar mariposero del capote amarillo y rojo que daban pretextos graciosos a caprichos lineales -El Calesero, Pepe Ortiz--, capaces de entusiasmar a los geómetras con armoniosas que extasiaban... Ese desborde de fantasías con el capote, que los cabales fueron a buscar este sábado a Querétaro con la llegada a México de El Juli, quien internacionalizara ese mexicano toreo capotero, para salir frustrados nuevamente con la presencia de unos becerritos en vez de toros... Mal comienzo de la temporada invernal.