En México el tipo de cambio es noticia de primera plana. Esto recuerda cuando no hace mucho durante el informe presidencial, Congreso y gabinete aplaudían año con año el anuncio del nivel de las reservas internacionales del Banco de México. Y ahora la paridad ocupó las ocho columnas no porque el peso se haya depreciado 100 por ciento como en 1995, sino porque el dólar se cotizó por debajo de diez pesos. ¿Será éste un nivel de especial significado que amerita consignarlo con tanto énfasis? ¿O será que alguien considera que se inicia con ello una tendencia a la recuperación del valor de la moneda y, así, una fase de estabilidad de la economía? La verdad no se entiende el motivo de celebración o incluso la razón de la notoriedad de este hecho. Más bien lo único que ese movimiento dice es que en este país y con un régimen de tipo de cambio flexible, aunque intervenido como el que existe hoy, el dólar puede venderse caro unos días y menos caro otros.
Lo que no debe perderse de vista es que con un tipo de cambio flexible cambian también los costos de las transacciones conforme se valúan las distintas paridades del mercado. Los costos financieros y económicos son más difíciles de medir cuando el precio de dólar fluctúa mucho y también se hace más ineficiente la asignación de los recursos, mientras que se distribuyen de modo inequitativo las pérdidas y las ganancias entre los agentes económicos que son muy desiguales. Una vez incurridos esos costos ya nadie los quita y es por eso que la estabilidad es un bien tan preciado como difícil de alcanzar. Ahora hay muchos que coquetean con la posibilidad de lograr esa estabilidad con una medida artificial como un consejo monetario, pero de lo que se trata es de sanear el funcionamiento de la economía y hacerla capaz de resistir los estímulos de una creciente oferta y no seguirla sometiendo a las permanentes restricciones de la demanda. Si la economía mexicana sigue generando abultados déficit externos e inflación ante el aumento, aunque sea reducido del producto, las medidas de estabilización no eliminarán los desequilibrios que la caracterizan.
Del mismo modo el entusiasmo por la rebaja del tipo de cambio debe considerar que en lo que va del año, la devaluación ha sido de 25 por ciento y que las tasas de interés nominales de referencia de esta semana están por encima de 34 por ciento y las tasas efectivas para quien pidiese prestado en los bancos superan 50 por ciento. Esos son los niveles del costo del dinero para quien usa su tarjeta de crédito y para quien tiene una deuda. Eso ocurre, además, en una economía sin crédito, pues la crisis bancaria no se ha superado ni se ha planteado una verdadera reforma del sistema financiero.
La situación cambiaria se está desenvolviendo exactamente igual que en periodos anteriores en los que la única forma de frenar la devaluación del peso ha sido mediante el aumento de las tasas de interés. Ahora se está repitiendo la secuencia en la que los réditos subieron tanto, hasta 40 por ciento, que se aflojaron las condiciones de la demanda de dólares. Pero lo que habrá que observar es si la paridad resiste una disminución significativa al mismo tiempo que bajan los intereses o si, en cambio, se provocará un rebote.
El tipo de cambio ha provocado ya una acumulación del déficit externo superior al estimado, tanto en la cuenta comercial como en la corriente, cuyo saldo negativo puede llegar a más de 15 mil millones de dólares.
Igualmente, la devaluación y su otra cara, los altos intereses, han repercutido adversamente sobre el crecimiento de los precios. La inflación ya superó el registro esperado para todo el año y puede proyectarse un nivel del orden del 19 por ciento para diciembre, lo que representaría una diferencia de más de 50 por ciento con respecto a la cifra planteada en el presupuesto de 1998. Todos estos costos, ya asimilados por la economía, marcan también las limitaciones para elaborar el presupuesto del próximo año.
La modificación del régimen cambiario es la medida más relevante de la política económica que ha aplicado este gobierno. De alguna manera, aunque incompleta, ha operado como una especie de amortiguador contra los diversos choques internos y externos que se han registrado recientemente, pero de todas formas los costos han sido muy grandes y han modificado de manera importante el escenario que se había previsto hasta el final de sexenio. Es claro que el doble instrumento tipo de cambio-tasas de interés no es suficiente para administrar esta economía.