Hermann Bellinghausen
La rebeldía de las cosas

La frase se oye mucho por ahí: el mundo está loco, referida a la gente, pero también enloquece el mundo de las cosas.

Yo por ejemplo vi un vaso danzante

a mitad de la calle

vacío y desmayado, anhelante,

y no le encontré ninguna explicación.

Cerca, una coladera,

recia reja blindada y heroica,

salvaguardaba la suciedad

y emitía sonidos chillantes

rojo sangre, negro rata, blanco mortaja.

Y los postes de luz.

(Me gusta desconfiar

de los postes de luz.

Es mejor que no hacerlo).

También están locos.

Uno ni cuenta se da

de lo que se juega en esos cables.

Sus hermanos arbotantes

ululan de noche como trompetas luminosas

que tienen el alma hueca.

No sé si eso pruebe algo,

pero he visto navajas locas

asestarse sin motivo

y balas loquísimas,

venenos en movimiento,

garrotes negros desmoronarse, dementes

y en el fondo tristes.

He visto la apacible locura

de la ceniza que se acaricia

y los contoneos contentos

del humo bien fumado.

Bólidos y plomos

inconmensurables, diminutos,

abalorios espejeantes

y opacos terrones

capaces de originarlo todo.

He visto sillas

levantarse de sus asientos,

puertas que dicen compermiso,

botas telefónicas dispuestas a escuchar,

papeles hablando

y camas que vuelan, qué más.

Cosas que ninguna ley intercepta,

no parecen tener más sustancia

que la desobediencia.

Una desobediencia que está

en la naturaleza de las cosas.