La Jornada Semanal, 25 de octubre de 1998



Renato Ravelo

crónica

El taller de García Márquez

Asistir al taller de periodismo cultural que imparte García Márquez es el oscuro objeto del deseo de cualquiera que pretenda dejar impreso en un diario algo más que una mancha de tinta. Renato Ravelo, columnista de la sección de cultura de La Jornada, fue un testigo excepcional de los secretos, trucos y avatares del que un día fuera tocado por la gracia de convertir la palabra más insignificante en oro. Aquí nos revela algunos de esos secretos.

La vocación es la única condición humana que alguna vez ha logrado derrotar al amor, dice Gabriel García Márquez. Sobre lo que eso tiene que ver con el periodismo y contigo, mi pequeño Alejandro, es que tratan estas líneas.

Tus días estaban contados, apenas 18, algo así como 432 horas. El Premio Nobel impartía un taller a 12 periodistas latinoamericanos y cuando tú leas esto con interés vocacional quizás habrá trascendido por su obra, por su propuesta de erradicar la ortografía o por haber sido el hombre más feliz del siglo que termina.

Llegué tarde y todos los compañeros llevaban ya sus lápices afilados y ensayaban como mosqueteros sus conocimientos sobre el autor de Noticias de un secuestro. La lectura de ese reportaje, la de Cuando era feliz e indocumentado y Relato de un náufrago eran requisito, así como evitar grabar o hacer cualquier entrevista y presentar el mejor y peor reportaje. Sin embargo, como enseñaría García Márquez, ``el truco es más difícil que la magia''. El taller es una larga entrevista de tres días y las declaraciones entrecomilladas -que tanto dan risa al autor de Cien años de soledad- son a veces una sacralización de la oralidad, pero también son de repente puntos imprescindibles de referencia, pequeñas magias para recuperar lo dicho. Y el truco consiste en no perder frase o gesto, y al mismo tiempo atacar con preguntas certeras.

Ignoro si en tu vocación serás de los que acumulan bienes: tus manos se cierran con fuerza; o de los que acumulan experiencias: tu risa empuja a la ternura. Lo cierto es que, por un extraño pacto de vanidades que hiciste en esos días, sólo a ti me es permitido contarte de lo que fuera oficialmente el Taller de narrativa periodística, el 56 que ha hecho la fundación que encabeza García Márquez, y el décimo que imparte él.

¿Cómo vive la gente que no escribe?

``Déjeme esas comas, que son respiratorias'' ha dicho hace poco Gabriel García Márquez al editor de El País en España, cuando se publicó el primer capítulo de sus memorias. Contrario a su costumbre, escribe en esos días por las tardes, por las obligaciones del taller, así que lo tenemos en sus horas que normalmente estarían destinadas a demostrar ``que nada se inventa, todo está en la realidad y leo mis novelas para encontrar mi memoria, pero ahora sin trucos''.

No es el caso del taller la invención, sino la narración periodística. Desde la presentación, Marta y Héctor demuestran, con su avidez de periodistas argentinos, por qué fue en ese país donde primero triunfó Cien años de soledad, y preguntan por qué desde ese día de 1955 no ha regresado: ``Siento que en Buenos Aires me abrumaría, demasiadas explicaciones que dar y se me va a cerrar el horizonte con tantos amigos que tengo. Con México me pasa que no puedo decir `no' y en Guadalajara ya hasta me preguntan, de tanto que se acostumbraron, ¿cuándo se va?''

Cuando el escritor colombiano tenía la edad promedio de los asistentes, cuenta, renunció a vivir del periodismo porque sabía que no podía aspirar a ser director de El Espectador y porque su reportaje de Relato de un náufrago había levantado un escándalo. Además él veía ``al periodismo como género literario''.

No se salte las cosas, interrumpe a Alejandro Benítez, del Uno más Uno: ``¿Cómo contó sus tres semanas en la granja de alcohólicos?'' El taller empieza como una reciprocidad de expresiones, un medir los grados de intensidad en cada uno: Elena Gallegos cuenta su entrevista a Vicente Fox, con lo que abre un puente para la confidencia posterior: ``Carlos Salinas de Gortari, no conozco a nadie que haya caído de tan alto.''

Al terminar esa primera etapa, García Márquez, con su sonrisa de árbol, inicia una historia. Un cuarto de un hotel en Nueva York, un televisor y un teléfono son el escenario. Es el día de 1991 en que intentaron el golpe de estado a Gorbachov. Todo el día escuchó noticias el Nobel que se precia de ser uno de los colombianos más enterados (``hay amigos que me hablan de Colombia a México, para preguntarme por vainas de allá''). Ese día uno de sus interlocutores fue Carlos Andrés Pérez. García Márquez prometió llamarle a su regreso de una cena con Henry Kissinger, que prometía más información: ``Al día siguiente, cuando leí la nota en The New Yorker estaban todos los fragmentos que había visto. La historia completa y bien contada: estaban hasta los comentarios de Kissinger, sólo faltó -bromea- la versión de Carlos Andrés Pérez de que la movilización iba a resolver la situación, que yo pensé que era un pensamiento de político latinoamericano, pero que los hechos confirmaron. La historia completa y bien contada no pasará de moda.''

¿Qué pasó con el reportaje de la visita del Papa a Cuba?, pregunta Ronald, de Costa Rica. García Márquez lo mira tratando de reconocer al reportero centroamericano que lo abordó en un aeropuerto y lanzó esa nota entrecomillada al mundo. Para el Nobel el entrecomillado tiene la limitación de tratar de privilegiar la anécdota sobre la historia: ``En una ocasión una reportera española me abordó en un hotel, quería una entrevista. Le dije que no, pero que nos acompañara durante el día a Mercedes y a mí: fuimos de compras, comimos juntos, y cuando regresamos al hotel tomó su grabadora y me dijo ¿ahora sí me da la entrevista? ¡Con todo el material que tenía!''

Lo que pasó en Cuba con García Márquez, explica el Nobel, era que tenía acceso a la primera fila, a los datos más íntimos (``qué comía, qué periódicos leía''), al detalle de que Juan Pablo II subía por las escaleras de servicio porque así le acomodaba el barandal por el mal de Parkinson. Toda esa historia de la que me enteré, concluye, sin dos o tres detalles, no vale. Y esos detalles son confidenciales.

La ética es una luz roja que se prende, dice el escritor colombiano. En la historia que cuenta se agrega que es una luz tenue: ``Me llamaron de la Casa Blanca para decirme que al presidente Clinton le interesaba leer Noticias de un secuestro, mi editor en Nueva York envió pruebas porque aún no salía en inglés. Recibí una carta que comenzaba: `Anoche me leí tu libro de principio a fin.' Cuando el editor se enteró, me la pidió para la contraportada de la edición, Clinton aceptaría si le llamaba, argumentó. Le contesté que probablemente sí, pero que nunca me volvería a escribir.''

Un hombre que alguna temporada no tuvo visa para Estados Unidos, al que Yaser Arafat en persona le revisó la edición pirata de Cien años de Soledad, que suprimió una generación de Buendías porque ya había que pagar seis meses de atraso en la renta, que es amigo personal de Fidel Castro, que enciende con sus palabras una tibia hoguera para que el taller se convierta en tertulia ¿no podría ser juzgado -te pregunto pequeño Alejandro- como el hombre más feliz que ha vivido en este siglo?

El destino de García Márquez por un momento se amarra al taller cuando explica que vendrán de la Procuraduría General de la República, para hacer un retrato hablado. El escritor sugiere que se piense en un animal, porque eso preguntan los retratistas: ``usted a qué animal se parece'', le pregunta Tal de Venezuela, con esa certeza de las preguntas simples. El Nobel calla y recuerda que de chico se dejaba crecer el pelo y se imaginaba como una oveja. Toma nota mental para sus memorias.

Noticias de un secuestro se escribió con un truco, explica, los capítulos pares eran de lo que pasaba fuera del cautiverio de Maruja y Pacho Santos, los nones de lo de adentro: ``La estructura es el edificio que sostiene la mentira que contamos.''

Dice que la historia se cuenta por lo que más apasiona, pues el lector siempre quiere irse a leer otra cosa. Ríe al comparar cómo se cuenta una historia con la forma en que se hace un chorizo: ``Se empieza por amarrar el final, un mal final es la diferencia entre un texto que se recuerda y el que se olvida.''

En Noticias... fueron extensas las entrevistas con Maruja, cuenta, tantas que al terminar ella sabía cómo se hace un reportaje, tal y como le pasó al marinero Velasco en Relato de un náufrago. No quiso hacer el libro sobre Pablo Escobar porque hay muchos y no podía confirmar los datos, cuenta que en una ocasión el narcotraficante que estigmatizó Colombia como la ``gran transnacional de este siglo'' lo mandó llamar para mediar en los secuestros: ``A Escobar le gustaba escribir cuando estuvo en la cárcel -por así llamar al palacio que se construyó-, quiso aprender periodismo.''

Esa desconfianza en la fuente, dice, es el primer deber del periodista. Por eso cuestiona al periodista de la fuente que puede llegar a un punto que no se sabe si es el reportero en la dependencia gubernamental o el representante de la dependencia en el periódico.

Marta cuenta la historia de dos gemelos que se enamoraron de la misma mujer, y que decidieron compartirla. ¿Son felices, tiene permiso para contarlo?, pregunta García Márquez. ``Sí'' contesta a las dos preguntas la periodista argentina que para no dañarlos ha decidido no publicar la historia. Cambie los nombres y el sitio, espeta el escritor, que es también periodista, que es también el protagonista de la anécdota que confiesa con pudor: en el Chocó el corresponsal reportó disturbios. García Márquez convenció en 1954 a los Cano para que lo enviaran a la zona marcada por la pobreza violenta y encontró en una hamaca, con una cerveza en la mano, al corresponsal. Con celo profesional instó al corresponsal a que le organizara la manifestación: la crónica se hizo como se lo había imaginado García Márquez.

Cierta envidia confiesa García Márquez: no haber sido el autor de un cuento de un hombre que se enamora de una mujer sólo de verla todos los días mientras duerme; de encontrarse ante un documento confidencial lo leería aunque no pudiera publicarlo; todos los días, como Hemingway, tiene avanzada la página del día siguiente; confía en el periodismo como el oficio de contar; insiste en que él escribe para los niños aunque los adultos no lo sepan; cree que El amor en los tiempos del cólera (``la primera novela en español escrita íntegramente en computadora'') es su mejor obra; bromea del estimado de 30 millones de ejemplares pirata de sus obras que circulan en el mundo y de su título de autor más robado en las librerías de Nueva York.

Mientras accede a posar para Regino Maldonado (el perito del retrato hablado), la inminencia de que el taller termina obliga a la mente a ensayar un resumen de tres días y la primera angustia surge. Pensar en ti la elimina por un momento y la expectativa de ver tus manitas que circulan en la reflexión cotidiana abre una gran pregunta en sentido contrario: ¿no debería en ese momento sacar a como dé lugar la entrevista, la perla que impresione a los colegas, el pedazo de posteridad?

Si el truco es más difícil que la magia, tu magia se convertiría casi seis meses después en el truco de mi memoria, mi vocación torpe, mi aprendizaje, mi necesidad de plasmar que todo esto fue cierto, porque por bella coincidencia pensar en ti esos días lo hacía real. Una larga entrevista con la que todavía me peleo, a veces.