La Jornada Semanal, 25 de octubre de 1998



Juan Manuel Villalobos

entrevista

Con Rosa Montero

Rosa Montero, periodista y novelista, es una de las caras más conocidas de la prensa y la literatura española. Su última novela, La hija del Caníbal (Espasa Calpe), obtuvo en España el Premio Primavera, 1997. Recientemente publicó, bajo el sello de Alfaguara, Amantes y enemigos, un libro de cuentos sobre las relaciones de pareja. Sobre ello y sobre su papel en la prensa española habla en esta entrevista concedida en Madrid. La autora estará en México con motivo de la Feria del libro de Guadalajara.

Detrás de los susurros

¿Cómo es que usted pasa, siendo periodista, de persona a personaje?

-Esto sucedió hace 20 años, cuando salió El País, después de la muerte de Franco. El periódico tuvo un éxito inmediato porque era un nuevo espejo en el que la sociedad podía mirarse y reconocerse democráticamente. Entonces el éxito del periódico arrastró a una popularidad súbita a una serie de personas, y entre ellas estaba yo. Fue como un pelotazo en el que me puse de moda, a la vez fue un proceso muy difícil. Lo primero que observa uno cuando le sucede algo así, es que te viene una ola de amor brutal en la que adviertes -en este caso- que no te aman a ti, sino que cada uno de los lectores ama a una Rosa Montero distinta, que se han inventado, producto de su necesidad de identificación. Es una sensación muy disolvente, muy esquizoide, porque tienes la percepción de que te rodean muchos espejos que te devuelven una imagen totalmente confusa, fragmentada y paradójica de ti misma, porque todas esas imágenes de ``Rosas'' Montero que la gente tiene, no tienen qué ver contigo, ni tienen que ver entre sí. Pero como todos queremos que nos quieran, te comienza a entrar una angustia espantosa porque quieres que te sigan queriendo, pero ni siquiera sabes a quién quieren.

-¿A qué tipo de necesidad responde este invento de ``Rosas'' Montero?

-Eso es la fama. Los seres humanos estamos ávidos de mitos. Tenemos necesidad de mitificar y de identificarnos con algo público. Tú te puedes meter con Einstein, pero te metes con John Lennon o con Lady Di y te machacan, porque son mitos de un nivel muy básico. Partiendo de esos mitos básicos hasta otros más elaborados, todos somos mitómanos y esa es una necesidad de identificarse con algo que está fuera de ti. Y cuando te encuentras al otro lado de esa mirada, resulta muy inquietante porque no te puedes reconocer.

-Pero también está la otra historia, la de odios...

-Lo que sucede es que también empiezas a formar el mito negativo, que se elabora bajo el mismo proceso. El mito sirve de percha para una serie de referentes, negativos o positivos.

-¿Actualmente cómo sobrelleva estas proyecciones, algunas virulentas y otras amables?

-Esta especie de distorsión de mi imagen exterior me acarreó cinco años muy duros, pero después vas construyendo una armadura para que se te resbale; para que tu ser interno no esté colgando de esos amores y esos odios.

-Odios que le quitaron el placer de escribir en prensa...

-Todo fue tan fuerte que de hecho acepté el cargo de redactora jefa del suplemento dominicial porque no quería escribir, y para quitarme de en medio. Estaba tan angustiada con el fenómeno Rosa Montero que quería dejar de firmar, dejar de escribir y que la gente se olvidara de mí. Dejé de firmar, dejé de escribir, pero afortunadamente la gente no se olvidó de mí; considero que tiene sus ventajas y ahora que no tengo tanta angustia digo: menos mal que no se olvidaron.

-En España se percibe que el nuevo guía cultural ya no es la estrella de cine, sino el novelista.

-Parece que está más de moda, pero es una normalización. Durante el franquismo los novelistas no ocupaban ningún lugar, no existían. Salvo excepciones, los novelistas españoles estaban desgajados del lector español. El lector español no leía al novelista español, que tenía que luchar contra la censura y contra la ignorancia. Uno de los fenómenos de la democracia es la normalización del tejido cultural y en ese sentido los lectores españoles han descubierto a sus novelistas, eso es muy bueno. Es como un enamoramiento, una especie de luna de miel entre el público y el autor. De ahí el boom de la narrativa española.

-Otro fenómeno: en la prensa hay una especie de necesidad de enaltecer lo español. Desde Alejandro Sanz hasta los nuevos chef jóvenes. ¿Por qué?

-Es un fenómeno muy reciente. España ha sido siempre un país autodestructivo. En general el hispanoamericano es autolapidario. Los primeros que se ponen a parir, siempre, son los españoles. España ha sido un pueblo con una honda percepción de perdedores. Y por primera vez en la historia está empezando a surgir el lado bueno. No me parece mal para romper la tendencia, siempre y cuando no se solidifique en un chauvinismo estúpido. Y de repente a algunos ya les encanta decir: ¡joder, pero si no estábamos tan mal! Y me conmueve, es como lo que le pasa a un niño pequeño, como estar descubriendo el mundo en alguna medida.

-¿Cómo se da esta transición, tan en boga, de periodista a novelista?

-Es algo natural y que se ha dado toda la vida. Lo nuevo es que el periodista está adquiriendo en los últimos tiempos, no sólo en España sino en el mundo occidental, tal preponderancia, que ahora está llamando más la atención ese tipo de doble dedicación que ha sido muy habitual desde siempre. Ya no García Márquez o Hemingway, que son los casos más típicos, sino Graham Greene, Rudyard Kipling, Mark Twain. Hay miles.

-Ahora usted va a México. ¿Qué interés representa México, un país con bajos niveles de lectura, para Rosa Montero?

-Muchísimo. Primero me gustaría saber hasta qué punto es cierto lo que tú dices. ¿Quién define y quién ha hecho estudios fiables de los índices de lectura en los diferentes países? Una cosa es que se venda poco y se crea que se lee poco, y otra que se venda mucho y se crea que se lee así. En España últimamente se vende mucho, pero no sé si a esas ventas corresponde el mismo nivel de lectura. El libro se ha convertido en un bien de consumo cultural y entonces la gente compra libros y los pone en su casa, pero quizá no los lee. En cambio, en sitios donde hay poco dinero, o el gasto se diversifica en otras necesidades, se compra un libro, pero ese libro tal vez lo lee más gente de la que lo compra. De manera que es muy difícil definir con precisión el nivel de lectura de un pueblo. En segundo lugar, lo que quiere el escritor es que lo lean; la escritura es un afán de comunicación: que te lean, cuanto más, mejor, y cuanto más lejos, también. Yo insistí en ir a Latinoamérica. No es por ventas -claro que hay algunos que lo que buscan es que los lean, que los conozcan. Y en el caso particular de Latinoamérica uno va fascinado por esas culturas, que por un lado son tan cercanas y por otro tan lejanas, y que por esa dualidad crean tantos equívocos. Es una tentación tremenda.

-¿Tentación que hace 10 años existía?

-Los autores lo queremos ahora y lo hemos querido siempre. Lo que sucede es que ahora se hace un esfuerzo editorial; se va a Latinoamérica porque España está tomando el mercado editorial, lo cual me preocupa también un poco. Yo estoy muy ilusionada asistiendo a este proceso de acercamiento del mundo de editoriales españolas, pero temo que absorba a las latinoamericanas y debilite el tejido editorial propio de cada país.

-Eso quiere decir que en España escribir se está volviendo un buen negocio.

-Sí y no. De la escritura narrativa viven muy pocos. Que una novela se venda muy bien, como en mi caso La hija del Canibal, es pura suerte, te sacas la lotería, pero una novela puede tardar mucho en hacerse; no puedes apresurarte a terminar una novela porque necesites dinero para comer. Si yo hubiera tenido que vivir de mis novelas hubiera tenido que publicar una porquería de libro.

-En La hija del Canibal, retrata el paso del tiempo, de la juventud a la madurez. ¿En que consiste ese ambiguo concepto: ``maduro''?

-Tener un mayor conocimiento y un mayor control sobre tu vida; empezar a saber quién eres y empezar a saber qué quieres. Parece una perogrullada, pero vivimos la vida sin saber quiénes somos, ni qué queremos.

-¿Y qué quiere Rosa Montero?

-Ser feliz, como todos.

-Tener un público de lectores, mayoritariamente femeninos, condiciona temáticas, enfoques e intereses?

-No. En primer lugar no creo que yo tenga un público femenino más grande que otros escritores. En segundo lugar, las mujeres son mayoritariamente las lectoras de novela, según estudios que se han hecho no sólo en España, sino en occidente en general. Y en tercer lugar: en la literatura no escribes para los lectores. Es un trabajo tan absolutamente íntimo, personal y solitario que sería imposible hacerlo si tuvieras en mente la imaginación de una serie de cabezas sin rasgo, sin rostro. Vázquez Montealbán dice que se escribe para el lector que uno lleva dentro y eso es verdad.

-Rosa Montero ha vivido, desde un periódico, un proceso de transición democrática. ¿Qué requiere un medio de comunicación en un proceso de transición?

-Necesita arriesgarse a reflejar la realidad; a atender a los susurros de la realidad. Por lo general los periódicos tienden a reproducir la voz del poder, de los diversos poderes, siempre más sonora, mientras las voces de los que no ocupan ese poder son susurros que hay que esforzarse en escuchar, en recoger. Hay que estar atentos a esos susurros, a todas esas voces y demandas que no vienen de los discursos oficiales. Y, desde luego, hay que reflejarlos.

-En el último párrafo de su último libro, Amantes y enemigos, escribe: ``el amor es una mentira, pero funciona''. ¿Funciona?

-Funciona. Sin amor el mundo sería más sereno, pero también sería muchísimo más aburrido y muchísimo más oscuro y gris. La pasión, aunque sea un invento, forma parte de la grandeza y de la locura del ser humano.