Jordi Soler
Nuestra calidad de exportación

Francisco Soria, conocido disc jockey barcelonés, que es también propietario de la compañía discográfica Vale Music, fue atacado hace unos días por cuatro hampones. De su declaración de los hechos se puede destacar que la parvada de golpeadores no eran españoles, a juzgar por el acento con que le gritaban y por las maldiciones que acentuaban ese acento. Soria es mejor conocido como DJ Chilli. Este sobrenombre, hay que reconocerlo, es razón suficiente para enviarle cuatro golpeadores. DJ Chilli logró escapar intacto, si descontamos la lesión en el tímpano izquierdo que le provocó el decibelaje exagerado de una de las maldiciones.

Este hecho aparentemente aislado forma parte de una maraña empresarial que tiene su centro en la disputa que sostienen los socios de Vale Music contra el propietario de una discográfica rival, que no ha tenido empacho en utilizar la vía del amedrentamiento para sacar ventaja y ganancias de esa maraña.

El susto del DJ Chilli venía precedido del susto mayor que se llevó Josep María Castells, 15 días antes.

El mismo cuarteto de la dicción rara de volumen inaudito, lo trepó por la fuerza a la cajuela de un automóvil, lo paseó durante una hora debidamente condimentada de insultos y amenazas, y como gran final le aplicó una golpiza, a ocho manos y un número igual de pies, y luego lo arrojó a la calle.

Cualquier habitante de la ciudad de México, con estas breves pero inconfundibles coordenadas, puede ir atando cabos y sospechando la nacionalidad del cuarteto. Ordenemos las coordenadas para que se vaya ordenando sola la historia : apañón, cajuelazo, gritos, calentadita y arrojamiento del cuerpo a la vía pública.

En Barcelona este método de amedrentamiento del prójimo resulta, además de aterrador, muy novedoso. Se puede añadir una coordenada extra que terminará por definir la nacionalidad de los cuatro: luego de aplicar un sofisticado rastreo de la persona a la que debían amedrentar, que consistía en la observación negligente, acompasada por algún panecillo catalán sucedáneo del tamal, los golpeadores se equivocaron de cabo a rabo, y en lugar de a Ricardo Campoy, encajuelaron el cabo y el rabo de Josep María Castell.

Por fortuna se dieron cuenta, una vez que el inocente yacía en la calle, y pudieron rectificar, lanzándose sin perder el tiempo, y sin dejar de pegarle mordidas al sucedáneo, a encajuelar también a Campoy.

Vale la pena recordar, a manera de coordenada sentimental, si se quiere, al turista mexicano que, en uno de los actos más sonados de nuestras relaciones exteriores apagó, en pleno Mundial de futbol, la lámpara votiva del Arco del Triunfo en París, utilizando el procedimiento básico de derramarle encima un líquido, de color y buqué aparentemente corporales. El asunto de apagar esa lámpara que llevaba encendida el triple de la cantidad de años de edad que tenía el malora, estaba tan fuera de los parámetros de la civilización francesa, que los franceses no supieron si castigarlo o de plano encender de nuevo la llama, sin escándalo, y relegar el acontecimiento al género de las pesadillas.

El autor intelectual de esa ola de encajuelamientos que sorprendió a Barcelona fue, según la última confirmación de la pesquisa, Miquel Degá, rival fatal de Vale Music. La policía declaró, unos días más tarde, que los cuatro golpeadores son ciudadanos mexicanos.

La maraña debe ser más complicada, y estas líneas son una suerte de reconstrucción de los hechos a partir de notas periodísticas y noticiarios difundidos por radio y televisión.

Lo que resulta indudable, es que el señor Degá, harto de esos dos personajes que le hacían sombra, optó por la vía de la rudeza y puesto a pensar en la mejor alternativa de todas, decidió que los mejores hampones de exportación, nacen, crecen y se reproducen en México.

Mientras nuestra imagen internacional alcanzaba en televisión esta inolvidable cúspide, Lou Reed ofrecía un concierto gratuito, antológico y acústico frente a la Catedral; cantaba la línea take a walk on the wild side, y sugería, sin querer, que un lado verdaderamente salvaje del planeta podría ser aquel donde la violencia tiene calidad de exportación.

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