La Jornada 23 de octubre de 1998

Casi toda la tragedia finisecular se la debemos a la Iglesia: Solares

César Güemes Ť El problema del cuarto cerrado, propio de las novelas de enigma, es un juego de niños al lado de lo que enfrentan en un espacio también cerrado los habitantes de El sitio (Alfaguara), reciente novela de Ignacio Solares: religión, periodismo, trago en abundancia, visiones, variantes y un sostenido análisis de lo que el catolicismo es a final de milenio, conforman la mezcla de la obra con la que el autor cierra un largo ciclo literario.

-El sitio será de suyo una obra polémica, Ignacio. Debió hacerla con conciencia de esto.

-Tiene mi punto de vista de la Iglesia a la que pertenezco en tanto creyente, y en tanto que estoy profundamente desilusionado de ella. La novela tiene toda esta carga religiosa, que no puedo más que reconocer, de mis primeras influencias, de cuando estudié con los jesuitas. Siempre he sentido una fe casi inevitable. Mis lecturas de juventud estuvieron marcadas por la problemática de la fe. La primera orientación fue con escritores como Graham Greene, Mauriac, Chesterton, Leon Bloy. Y la Iglesia luego se complica seriamente para mí, al grado de que pienso que la gran opción de un católico es convertirse al cristianismo. El sitio, entonces, es la visión de alguien que cree en Jesucristo pero a quien le parece que la Iglesia padecida por nosotros en este momento es lo más contrario a esa figura. Creo que la literatura ha tenido la ventaja de permitirnos buscar a otro Jesús. Para mí el reducto último de la fe ha sido la literatura, no encuentro mejor lugar, entre otras cosas porque la clerecía en el país es profundamente desilustrada.

Saramago, más cristiano que el Papa

-Antes de escribir este trabajo, ¿se planteó la forma de la novela para someter a examen a la Iglesia católica de hoy? ¿Ese es un proyecto literario viable?

-El escritor está sujeto a fuerzas que no maneja. Me encanta pensar que la literatura es, más que otra cosa, una explosión del inconsciente. Pienso que la literatura es enajenante en el sentido de que yo quiero que me saque de mí mismo. Es la mejor de las fugas y tiene la ventaja de que es ascendente. El gran drama del ser humano es tener capacidad para vivir mil vidas y estar condenado a una sola. De ahí viene la función de la literatura y todo lo que sea contarnos historias para hacerlas nuestras. Es por ello que el escritor cumple la tarea de sacar del inconsciente esa serie de sueños y de obsesiones que luego comparte.

``Para El sitio tenía rondando desde hace mucho la idea de un sacerdote como personaje principal. Un sujeto que se enfrenta a dos problemas: uno, su realidad cotidiana; y otro, la realidad de su fe con la que entra en conflicto. Creo que cualquier creyente en este momento tiene casi la obligación de impugnar a la Iglesia que quiere representarlo pero que realmente no lo hace. Me parece un crimen la postura del Papa ante el condón, lo mismo toda la historia abyecta de la Iglesia para derrumbar a los sistemas socialistas. Casi toda la tragedia que vivimos en el fin de siglo se la debemos a la Iglesia, que no nos dejó nada a cambio. Se nos acabaron las utopías, no hay posturas ideológicas de repuesto. Siento nostalgia por el 68 en cuanto a que entonces aún teníamos esperanzas, aunque nos hubieran derrotado. Actualmente ya no hay esperanzas, y en buena medida se lo debemos a esta nefasta Iglesia católica que padecemos hoy, cuyos signos visibles en lo político y lo práctico son muy claros. Bueno, pues esta realidad es la que tiene que enfrentar un cristiano. Es necesario asumir que como creyente dentro de la Iglesia, la Iglesia también es uno, y no sólo el horrendo y ridículo Vaticano que padecemos. Ahora con lo que se dijo de Saramago, me parece que es más cristiano el escritor que el Papa''.

-El sitio lo es en realidad, los personajes están sitiados en un espacio con límites. Hable un poco de esta otra característica del ambiente de la novela.

-El sacerdote protagonista se enfrenta a una realidad brutal que es el edificio cerrado. Y pienso que ese edificio dice un poco de cómo es mi situación personal. Algo diría Freud de mis temas. Yo miro esa claustrofobia entre otras cosas porque la Iglesia misma está en un callejón sin salida y nos ha llevado a una cantidad de dolor inconcebible. Además, pienso que si tengo un tema como éste y no lo saco, me seguiría atosigando. Hay que escribirlo para salirse de él. Quiero pensar que soy como un caminante en una playa a quien no le interesa volver a ver los pasos anteriores sino seguir caminando. Creo que El sitio es para mí un fin de capítulo, tenía que llegar a ese punto, confluir ahí.

-¿Cierra un ciclo en su vida y en su literatura?

-Lo cierro, pero todavía no sé cuál, ni para dónde vaya. Aunque sí conjugué muchas cosas en esta obra. No sé cuál mérito sea el de esto que voy a decirte, pero es la novela que más trabajo me ha costado.

-El hecho de que su personaje central beba, ¿será porque a través de un líquido como el alcohol se propicia el mejor entendimiento entre las personas o al menos consigo mismo?

-El alcohol ha estado presente en mi vida en casi todas sus formas, desde los problemas que vi en la familia de mi padre, o mi propia afición a veces desmedida al whisky. Ahora, tengo que decirte algo: ya no bebo. Después de la novela no tomo nada. Cuando el personaje dice que fue la última gota, yo también me dije, pues igual y a ver qué pasa. Claro, digo que no bebo para no volverme abstemio. Pero sí ha sido una parte importante de mi vida. Al grado de que producto de una circunstancia especial en cierto momento me metí a escribir Delirium tremens los fines de semana en un sanatorio siquiátrico. Me parecía más fácil eso que enfrentar la soledad y beber más de la cuenta. Entrevisté en aquella ocasión a 110 alcohólicos que habían padecido delirio. Esto quiere decir que para mí el alcohol está presente y no tiene remedio, forma ya parte de mis vivencias más profundas.

El dilema religión-alcohol

-En la novela, además, hace usted un coctel de pronóstico reservado: alcohol más religión.

-Explosivo. Intenté, mientras la escribía, no meterme mucho en mis autores favoritos para no influirme demasiado. Si estaba escribiendo sobre un sacerdote bebedor, podía encontrar en Georges Bernanos o en Greene esas referencias. Y efectivamente, el protagonista de Diario de un cura rural, de Bernanos, es alcohólico, y el de El poder y la gloria también bebe. Además hay que pensar que espíritu tiene que ver con espirituoso, y no hay nada como un buen vino espirituoso para sacar los demonios. El problema está en que el alcohol baja sus propios fantasmas, y son terribles. Yo tengo mucho respeto y mucho miedo a los fantasmas que atrae la bebida. Creo que el conflicto de religión y alcohol, observado desde el punto de vista teatral, me ayudó mucho. El dilema entre la religión y el alcohol me es muy caro literaria y religiosamente.

-Tomando en cuenta su formación, sus autores favoritos, el tono de la escuela a la que asistió, ¿pudo haber sido sacerdote y no escritor?

-Salí de una preparatoria de jesuitas, en Chihuahua. Hace poco hablaba con un sacerdote que fue profesor mío, de literatura, y me decía que por lo que él recordaba, yo iba derecho por el camino del sacerdocio. Claro, la vida lo desvía a uno, pero siempre me quedó la semillita. Me he sabido de toda la vida absoluta y totalmente involucrado con mi religión. Sólo que me encantan los heréticos. Quizá por eso no pude continuar. Lo que no concebía era formar parte de un cuerpo, de un grupo, en el que prevalecen la mediatización y la contradicción. No se puede concebir, y esto lo subrayo, a una Iglesia que está más preocupada por la vida no existente que por la ya existente. Eso es un crimen. No puede ser que se suponga salvar al ser humano ocupándose de algo que todavía no es. Me preocupa más el dolor que está frente de mí. Me parecen aberrantes los corpúsculos que se forman a partir de la Iglesia, como Provida. La existencia de algo así me da vergüenza en tanto cristiano. Pude ser sacerdote, pero no lo fui y como escritor tengo la posibilidad de señalar mucho de lo que de otra forma quizá habría tenido que callarme.

(El sitio se presentó anteanoche en el Centro Cultural Jesús Reyes Heroles con los comentarios de Juan Villoro, Gonzalo Celorio y Javier Sicilia.)