José Saramago autografió libros ante el espectro del poeta Pessoa
Afp, Lisboa, 23 de octubre Ť Ante el espectro del poeta nacional Fernando Pessoa, la calle Garret del antiguo barrio Chiado se convirtió en un hervidero el pasado miércoles por la noche, cuando el primer premio Nobel en lengua portuguesa, José Saramago, acudió por primera vez tras su designación a firmar libros en esa arteria que se inicia con una tétrica estatua de bronce de Pessoa, sentado en la mesa del café, con bigote, sombrero y corbatín.
La cita fue en la viejísima librería Bertrand, fundada en 1732, y mientras pasaban los chirriantes tranvías decimonónicos por la Plaza Luis de Camoens, el alto, ágil y elegante Nobel de 75 años de edad recibió una ovación convertido en verdadero patriarca nacional.
Publicadas por editorial Caminho, sus obras ocupan nueve de los diez primeros sitios entre los libros más vendidos de la semana, frente a Aparición, de Virgilio Ferreira. Lo mismo ocurre en Oporto en la vieja librería neogótica Lello e Irmao.
El gerente de Bertrand le da al Nobel de Literatura el palmarés enmarcado y de inmediato la encorvada anciana Rita Camarada cae sobre él con una veintena de libros que hace firmar a un José Saramago impaciente y desarmado.
País literario y de editores
No obstante, que en todas las ciudades del país se exponen anuncios con la inscripción ``Parabens José Saramago'', la vida literaria lisboeta trasciende al Nobel.
Garret es una de esas maravillosas e inclinadas callejuelas o plazas literarias del Baixo Lisboa, llenas de historia, ruinas y salitre, que en otros tiempos vieron caminar a Eca de Queiroz, Pessoa y Sa Carneiro, y hasta hace poco a Miguel Torga.
Allí las prolíficas Agustina Bessa Luis y Lidia Jorge, el ultraleído Antonio Lobo Antunes, con su Conocimiento del infierno, y José Cardoso Pires, figuran en las vitrinas y son leídos por las muchachas que leen y toman café en A Brasileira, debajo del viejo hotel Borges.
Jorge de Sena recibe el homenaje a 20 años de su muerte y todo el Lisboa literario habla del malogrado poeta Al Berto, quien antes de los 50 años murió en 1977 de cáncer, tras ser el motor de la vida cultural de los años noventa en medio de aires de rock.
Su libro póstumo Horto de Incendio, donde anuncia su muerte, es exigido al igual que las ediciones diversas y sin fin de Pessoa, la antología de poesía amorosa de Eugenio de Andrade o las traducciones de Federico García Lorca, Pablo Neruda o Jorge Luis Borges.
País literario, Portugal lo es también de excelentes editores: Guimaraes, Campo das letras, Dom Quixiote, Quetzal, Pergaminho, Bizancio, Teorema, Antígona, Precenca, Assirio y Alvim, Relogio de agua, Estampa, Difel, Cotovia, son algunos nombres. A eso se agrega la calidad de revistas que, como la reciente Camoens, tratan de crear puentes con el otro lado del mar; o la impecable y nutrida revista Ler (Libros y lectores) que es una amplia ventana a las letras en portugués.
Lisboa antigua y renovada, lista pero también nerviosa e inquieta por su integración europea, celebró este año no sólo la Expo 98 sino el Nobel, y por eso fortalece su vida cultural, lejos de los tiempos de Magallanes, Vasco da Gama y el marqués de Pombal.