Un estrépito de voces torció el silencio en la escenificación de estreno de La Malinche
Renato Ravelo, enviado, Guanajuato, Gto., 20 de octubre Ť El escenario explota en imágenes festivas, estrépito de voces tuercen el silencio, lo obligan a rendirse. Nada sucede y todo se mueve en el teatro Juárez, en el contexto del Festival Internacional Cervantino (FIC). Es la versión de Johann Kresnik a La Malinche. Textos de Víctor Hugo Rascón Banda compiten, se complementan, se adelantan o esquivan al movimiento escénico característico de la danza-teatro alemán:
``Están en un rincón la patria y su esperanza'', dice alguno de los personajes del montaje y Kresnik se inventa ese rincón y aprovecha para denunciar el olvido de Chiapas. Suceder de cuadros disparatados, profundos, volátiles.
Porque no es un reparto tradicional, varias mujeres son La Malinche y varios son Cortés, españoles, europeos, apátridas, villanos que de pronto aparecen como hijos de La Malinche, y que la maldicen.
Dos textos compiten. El visual y el literario. El segundo es pretexto del primero, motivo para ver a Kresnik estirar al máximo de su capacidad al grupo de actores de la Compañía Nacional de Teatro. El texto dice que por miles de caminos se desangra Chiapas, mientras cuadros de desnudos en realidad persiguen el acto estético.
El recurso político, intencional, por momentos parece rebasado por el estético. El discurso es explícito: un grupo interrumpe la fiesta de fin de año de un rey, que es una alusión a Carlos Salinas, pero también al presidente Ernesto Zedillo y a Cortés, en esa representación anónima del dueño patrimonial de la corona.
Y luego ese poder abstracto no les cumple su promesa. Nunca es una alusión a la investidura presidencial directa, pero sí el personaje de corona y envuelto en periódicos como si fuera su manto retoma su discurso, su argumentación contra los acuerdos de San Andrés, los matices que sus colaboradores han sugerido, la fobia al extranjero.
La risa como atajo
Y es un extranjero el que viene a retomar el mito de La Malinche, un poco con esa fascinación europea por lo éxotico. Es La Malinche como pudo haber sido antes Lucha Reyes, que era su proyecto original o Frida, su anterior trabajo. Es el extranjero que visita Chiapas, firma cartas en el exterior, pero también un maestro en el montaje de cuadros coreográficos, como le gusta denominarlos.
Uno de ellos: por el escenario baja en cuerdas la Coatlicue -que es la propuesta de sustituto de La Malinche-, por el otro Cuauhtémoc y el subcomandante Marcos. Son en la intención del director los tres símbolos que elige para la sanación del alma mexicana, tan duramente comprendida por Octavio Paz.
Fragmentos de El laberinto de la soledad, del premio Nobel que revelara una de las facetas más profundas del sentido nacional, son rebatidos por una de las Malinches a gritos. Para muchos detractores del poeta hay una reivindicación, cuando por el escenario vuelan hacia el piso las hojas del libro, pero en sentido argumental el texto de Paz no puede ser acallado como uno de los interlocutores silenciosos de lo que se ve en escena. Esa intención de reivindicar no funcionó.
Liliana Saldaña, alumna de Kresnik en Alemania, tiene por única vestimenta una gran boa, sus movimientos hipnotizan y de repente es la Coatlicue, de improviso es la virgen de Guadalupe, intempestivamente desaparece del escenario.
La risa es un atajo que sí funciona. Los recursos del absurdo son utilizados con genialidad: una mujer se corta a pedazos sobre un televisor, mientras por todo el escenario mujeres en bata de científico muestran un producto reductor y los actores desfilan semidesnudos, y una cámara los graba y esto se transmite por el televisor en el que está la mujer, que es gorda, que es Ana María González, una de las mejores actrices de la Compañía Nacional de Teatro.
El recurso del desnudo
El recurso del desnudo es otro que frecuenta sin cansancio Kresnik. Los cuadros que logra lo ameritan.
Por momentos, incluso, recurrir al desnudo y a la risa son aspectos que se complementan, como en el Hernán Cortés (que interpreta Arturo Ríos), cuando se regodea sobre el merengue de un pastel, desnudo, generando una locuacidad desternilladora.
El cuerpo humano le sirve a Kresnik para hacer discursos sobre la violencia, sobre el deseo, sobre la miseria humana. Un hombre es convertido en mujer, es penetrado, es La Malinche.
Kresnik se sirve del cuerpo para hacer estallar la conciencia, aunque al final parezca reiterativo, un poco largo, no importa que la conciencia no estalle y tenga un final cursi con una estudiante con rasgos indígenas, de Filosofía y Letras, que apaga unas velitas en el escenario, mientras ridícula suena una ópera italiana, como música de fondo.
La Malinche, para Víctor Hugo Rascón Banda, es una ``heroína trágica'' sin la cual no sería posible explicar nuestra nación. El concepto que se tiene de ella ``está cambiando'', dice el dramaturgo.
``Hay una memoria que publicó Margo Glantz, de un congreso sobre ese personaje, con más de 30 tesis que modifican la visión que tenemos de ella e, incluso, la percepción que de ella tenía Octavio Paz'', y que en la puesta en escena contrasta con una nueva interpretación.
Es un trabajo documentado, añade el dramaturgo, pues, entre otros aspectos, se retomaron ideas de Carlos Fuentes y sus críticas contra el neoliberalismo; de David Márquez Ayala y sus análisis sobre el Tratado de Libre Comercio, así como el concepto de la otredad de Paz.
La obra ``no pretende ser histórica'', sino un paralelismo de lo sucedido en la Conquista y lo que ahora nos ocurre política y económicamente.
Es un montaje por momentos delirante, polémico, en el que se muestra un grupo de diputados borrachos, con sus sueños y pesadillas en medio de una sesión del honorable Congreso de la Unión.
Escenas alegóricas presentan no sólo a una Malinche, sino diversas manifestaciones de su temperamento: la que visita al psicoanalista, confundida, con miedo y cólera para contar su historia desde la infancia, su venta al mejor postor y su primera relación sexual. Una Malinche que no encuentra explicaciones, que se adapta y sobrevive. Una Malinche que sabe que las palabras tienen doble significado y que la verdad es de dos caras. Una Malinche amorosa o cómplice o esposa de un presidente, ataviada con un vestido de noche, con botella de champaña y copa en la mano. O una Malinche solidaria con los suyos y odiada por sus hijos.
Es un montaje irónico que refleja la llaga con todo y dedo que sufre el país. Y quién más que un loco babeando, con camisa de fuerza, para hablar del TLC, de la macroeconomía, de las industrias perdidas, de los errores de un gobierno, de su apatía, incongruencia e insensiblilidad hacia Chiapas y los acuerdos de San Andrés.
Imágenes violentas y de humor negro, como cuando en lugar de quemar a Cuauhtémoc, lo cuelgan de los pies y lo torturan con toques eléctricos, mientras alguien dice: ``tenemos a tu familia en el otro cuarto''.
Un abanico de canciones populares musicalizan las escenas, desde A la víbora de la mar, El querreque (con letra que alude a la matanza de Acteal), el rock de la cárcel , canciones rancheras y de Cri Cri.
Una a una, suceden situaciones incisivas y burlonas: un conquistador que canta canciones de José José y habla inglés. Un encapuchado aguerrido: ``Sin rostro otra vez rostro tuvimos''. Un Moctezuma que canta como Elvis Presley. Similitudes y conceptos diferentes entre lo que fue la Conquista y nuestra realidad social, ``lo que nos une (con los conquistadores) no es un puente, sino un abismo''.
Rascón Banda opina que ``llegamos al siglo XXI con el surgimiento de otra nación: cada día nos parecemos y dependemos más de Estados Unidos''.
La Malinche es una obra de contrapuntos. ``Kresnik no permite el melodrama''. Entre lo que se suprimió están unos caballos, dos águilas (3 mil 500 pesos diarios de alquiler) que se negaron a actuar, sustituidas por un enano con alas, y 54 víboras por culebras de agua. Se eliminó una escena de ``la actriz desnuda con dos mil abejas que le pican el cuerpo; nadie quiso realizarla, aunque se demostró que era factible su realización''.
Lo que sí se mantiene, concluye Víctor Hugo Rascón Banda, ``pues el director siempre lo quiso'', fue a un niño de meses en escena. (Carlos Paul)