Hay varios artistas nacidos fuera de México que concurren en la novena Bienal Tamayo, pero el concurso es nacional y éstos participantes están, unos más, otros menos, amalgamados a nuestro medio.
Si se me preguntara, ¿se nota que son extranjeros? Respondería: no, y eso es una ventaja. Salvo una que otra excepción (de obras que acusan una buena realización y que podrían exponerse en cualquier ámbito) ni entre los mexicanos ni entre los fuereños hay nacionalismos asumidos, algo por demás afortunado si de una bienal de pintura con tema libre se trata. ¿Trini es belga? ¡Qué bien! ¿Sandoval mexicano? También.
Gustavo Monroy fue premiado por República Mexicana II. En efecto, la parte central ostenta un mapa de la República con un recuadro urbano. Hay tintes religiosos en la iconografía, presidida por un Señor de la Columna (pero sentado), traspuesto de los cristos populares antiguos en pasta de caña. Como en el caso de Fernando de Alba, hay lazos que unen los elementos, así como una leyenda en sánscrito. Un Chac Mool, el Adán y Eva de La expulsión del paraíso, de Massaccio, una brújula y catafalcos vacíos quedan unidos por estos lazos. De Manuela Generali he visto mejores pinturas, pero el título de la que presentó, Sin iceberg (un trasatlántico que navega en la noche) es muy actual.
Naturaleza oculta, de Enrique Cantú, revela una idea muy buena, mas una realización pobre. Si un artista opta por figurar, trayendo a colación una imagen medio picassiana, debe dominar el sistema de representación de la figura. El antebrazo derecho del joven representado es fallo y esto no es propositivo, sino defectuoso. El pintor en cuestión es regiomontano, nacido en 1952. El cuadro biologicista de Isabel Leñero en negro y blanco está bien planteado, podría titularse mitosis, creo que alude a la evolución, pero si así es, la mórula está mal resuelta.
Ulises García y Ponce de León transportó a un contexto contemporáneo la escena bíblica de Susana y los viejos en un político de pequeñas dimensiones. Los medios de comunicación asedian mediante emisiones (espermáticas) a una Susana que tiene la misma edad y características que las niñas de Balthus. En el ángulo izquierdo él se autorretrata, por tanto, es uno de los que espía a la casta Susana asediada. Lo que sucede en el cerebro humano sometido a la acción de psicotrópicos o estupefacientes se le convirtió en tema a Gabriela Orozco. Su pintura, emparentada en algo con configuraciones de Alberto Castro Leñero, se titula Fase corticotropina. María Elena Cuevas muestra estar al tanto de modas pictóricas al adentrarse en en una vertiente que ha sido cultivada en varias latitudes: la cancelación de la escena mediante trazos realizados sobre vidrio.
Val Ra, pintor de larga trayectoria, produjo un Franz Kline a color, rememorando los tonos desérticos; no me parece notable su cuadro abstracto que puede tomarse como paisaje, en cambio sí son pertinentes las dos contribuciones de pequeñas dimensiones de Manuel Marín, así como el díptico de Renato Esquivel, La última plaga, la parte izquierda corresponde a un modo de hacer: es el paisaje de unas ruinas arqueológicas. La derecha es puro ornamento, son grutescos conseguidos probablemente por frotagge los que determinan ``la plaga''. También de pequeñas dimensiones es el tríptico de Javier de la Garza acertadamente colocado en un elemento museográfico que hace las veces de atril.
Las dos composiciones seudosurrealistas en negro y blanco de Manuel Múgica parecen ser velados homenajes: uno al Guernica, de Picasso, y otro quizá a Dalí. Estatua balística, de Estrella Carmona, está entre las obras expresionistas del conjunto, su realización, deudora de Orozco, es de impactante efecto. Casi frente a ella está un desnudo masculino de Luciano Spanó en tonos rojizos y siena, mismos que privilegió Germán Venegas en su composición (bien distinta de la Spanó) Revelación. Al lado del cuadro de Venegas se encuentra la participación de Yolanda Mora, siendo vigoroso su trazo, ensucia demasiado los colores sin necesidad. Otra artista a la que hay que observar es Alicia Paz que participa con cuadro reciclador de lenguaje. Otra pintura acertada es Icono, de Laura Quintanilla, un tragafuego con tintes esotéricos rinde veneración a la fase inicial del muralismo mexicano, sin recurrir a la glosa directa.