La Jornada martes 20 de octubre de 1998

Arnaldo Córdova
El aplazamiento como estrategia

En otras colaboraciones periodísticas he tratado este problema y el que vuelva a él sólo representa un pequeño testimonio de mi parte de lo mucho que se ha prolongado y de lo mucho que todavía va a estar con nosotros. Al parecer, nadie en la arena política considera necesario enfrentar los problemas y darles una rápida solución. La estrategia de todos los actores políticos se sugiere como un esperar sin término fijo a que las cosas se vayan por su propio cauce o esperar mejores tiempos para dar solución a los conflictos.

Incluso cuando se trata de situaciones que requerirían de una rápida solución, como es el caso del Fobaproa, darle salida es siempre algo que se hace con la mayor parsimonia, como si no urgieran. Y hay, desde luego, otras que se mandan tranquilamente a las calendas griegas, como son el conflicto de Chiapas, la llamada reforma del Estado y muchas más que podrían solucionarse por la única vía por la que pueden hacerlo: el acuerdo serio y definitivo entre aquellos actores políticos que son, principalmente, el gobierno y los partidos.

En otras ocasiones me he referido a los casos específicos de Chiapas y de la reforma del Estado. Ninguno quiere darles ya una solución. En el primero, se piensa, de ambos lados, que las cosas pueden seguir como están sin que creen mayores problemas. Se puede aguantar, aunque a veces ocurren incidentes gravísimos, como la incalificable matanza de Acteal, que, empero, siguen ahí, como rescoldos que en cualquier momento pueden incendiarlo todo de nuevo.

En lo tocante a la reforma del Estado nadie está pensando seriamente en ella y se nota a leguas. Los poquísimos y muy preliminares proyectos que se han presentado reposan en los cajones de los escritores. A ninguno le urge reactivarlos o ponerlos a discusión. Simplemente, no hay quien se interese en discutir esa nuestra gran problemática del momento. Todos están esperando que pase un poco el tiempo, mientras se configura una nueva correlación de fuerzas.

Creo que ése es el punto hoy. Los dos grandes partidos de oposición le están apostando a ello, esperando que en cada elección se confirme su consolidación como grandes fuerzas políticas y, desde luego, siempre están echando medidas sobre lo que podrá ocurrir en el 2000. No hay quien diga que en las próximas elecciones presidenciales esos partidos no tienen oportunidades serias de ganar. Pueden ganar y quedan todavía muchas batallas electorales y políticas en las cuales pueden aumentar su poderío y sus expectativas.

El gobierno y su partido, no obstante los evidentes retrocesos de este último y basados en muchos buenos resultados que ha obtenido, piensan de igual manera y tienen el mismo empeño de darse un tiempo para definir y resolver los grandes problemas que nos aquejan. También ellos están esperando que se dé una nueva correlación de fuerzas que les sea favorable. Pienso que el presidente Zedillo fue el primero que adoptó ese punto de vista para trazar y desarrollar su política de gobierno.

Viendo en perspectiva el paisaje político de los últimos cuatro años, nos deja de sorprender el hecho vivísimo de que todos los grandes actores del drama político están operando con el mismo modo de hacer política, sobre las mismas premisas y con los mismos fines: no enfrentar, sino aplazar lo más que se pueda las soluciones a los problemas; procurar una acumulación de fuerzas que garantice en el futuro cercano (siempre el 2000) el éxito de las propias posiciones, y, last but not least, imponerse sobre los demás y decidir por sí solos el destino de la nación.

Tal vez eso pueda explicar las ambigüedades del gobierno del presidente Zedillo. No es, desde mi punto de vista, un gobierno débil ni tampoco indeciso. Tan no lo es que fue él mismo quien impuso este nuevo juego de la lucha política que muchas veces, por no decir que siempre, nos pasa desapercibido. No puede ser gratuita la visión de confusión y de indecisiones que domina nuestra política. Todo se debe a ese estilo malsano y pragmático de hacer política que es común a todos, como puede comprobarse fácilmente.

¿Por qué no se da solución al gravísimo y sangriento conflicto chiapaneco? Porque todos están esperando el 2000. El 2000 será (ya lo es, de hecho) el año de las revanchas, el año del juicio final, en el que cada uno cuenta con poder hacer justicia por su propia mano y dar la solución definitiva a todos los problemas. Lo grave de esa visión tan simplista es que ninguno quiere pensar en un acuerdo común, en un nuevo consenso ni en la viabilidad de la democracia entre nosotros. Cada uno piensa que será el demiurgo de la nueva sociedad y eso es realmente mucho muy peligroso.