José Blanco
Amartya

El júbilo entre los economistas no ortodoxos no es para menos: el Nobel de Economía 1998 concedido a Amartya Sen es un reconocimiento extraordinario, en la doble significación de este adjetivo: fuera de la regla común y, mejor que lo ordinario.

Quizá con las excepciones de North y sus aportes a la mejor comprensión del cambio institucional y la de Lucas, que puso nuevamente en la mesa de discusión la teoría del crecimiento económico (olvidada por más de un cuarto de siglo) y la vinculó de modo brillante a los niveles de educación de la sociedad, en la década de los noventa el Nobel de Economía venía devaluándose verticalmente. La caída mayor ocurrió en 1997 cuando el premio se concedió a dos economistas que formularon unas ecuacioncitas para indagar y tomar decisiones en los mercados de derivados accionarios.

El Nobel sólo puede ser relevante si se concede a quienes de modo excepcional cultivan una disciplina científica o humanística y con ello realizan aportes excepcionales a la sociedad humana, o realizan una actividad social singular en beneficio de la paz.

Entregar el premio a un trabajo profesional que, más allá de sus virtudes técnicas, se traduce en beneficio de un puñadito de rentistas y especuladores, como el Nobel 1997, fue una afrenta a la sociedad, especialmente para los países víctimas del actual rentismo y la especulación desaforada, internacionales, principalmente de los países dominantes.

Amartya se ubica en las lejanas antípodas del Nobel 1997; es un humanista formado en diversas disciplinas, un analista técnicamente refinado, un hombre progresista de vasta cultura filosófica y económica, preocupado por el destino de los hombres y por el hoy de los desposeídos.

Sen incursionó en el complejo debate que ha enfrentado por casi dos siglos a quienes postulan y defienden al individuo que la modernidad trajo consigo, con quienes se oponen al individualismo y a la preminencia del individuo en nombre de una sociedad imaginada por un proyecto colectivista. En fecha temprana Sen leyó en profundidad esta formulación del Marx de los Escritos Económico Filosóficos de 1844, dirigida a los socialistas extraviados del mundo real: ``Lo que debe evitarse ante todo es la reinstauración de la `sociedad' como una abstracción frente al individuo''. De ahí su interés temprano en formalizar (darle expresión matemática) a la relación entre la elección colectiva y el bienestar social a partir de los individuos concretos. En paralelo nacería su profundo apego al estudio de la pobreza y la desigualdad en diversas regiones del mundo, sin dejar de incursionar con método en asuntos diversos como el de la relación entre la democracia, los medios de comunicación y la posibilidad de atender con eficacia las expresiones más dramáticas de las desgracias de los miserables producto de condiciones histórico sociales golpeadas por ejemplo por fenómenos naturales. Congratulémonos.

Otro asunto.

Un grupo de trabajadores de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, desde el 29 de septiembre impiden la entrada a todos los funcionarios y empleados de la Facultad, al tiempo que ``permiten'' la entrada de los profesores a impartir sus clases. Quieren demostrar, dicen, que puede haber actividad académica, sin ``empleados de confianza''. En la UNAM esta designación es equívoca porque suele incluir a una gran cantidad de académicos y de estudiantes que realizan actividades propias de la academia, distintas de impartir clase. Exámenes profesionales, reuniones de comisiones dictaminadoras, sesiones del Consejo Técnico y de comités editoriales, apoyos a la investigación, organización de conferencias y seminarios y un sinnúmero de actividades no se realizan por la falta de entendimiento de este grupo que, de otra parte, se ha colocado en la ilegalidad: indisciplina en el trabajo e impedir a otros empleados cumplir el suyo. El asunto, además, no puede ser atendido por autoridades de la Facultad, sino por autoridades centrales que, de otra parte, ahora mismo discuten el contrato colectivo con el sindicato. Estos trabajadores están actuando, así, contra su propia organización laboral. Pidámosles sensatez.