El toreo es un tejido de tradiciones que se enorgullece de conservar sus costumbres. Sus protagonistas, toros y toreros, tienen una especial fisonomía a través del tiempo, añejas características. Tan es así que los poetas y los artistas -escultores, músicos, pintores-- hallan en él, una poderosa fuente de inspiración que los continúa y apura por el arte que lleva por dentro.
El toreo en México tiene un aspecto que lo diferencia del español. En el cuerpo del torero mexicano suele vivir un espíritu artista que se expresaba en las fantasías de sus toreros en los quites con el capote. Por medio de los sentidos el quehacer capotero era verdadero poema popular, que competía en poesía con el español, hoy representado por Curro Romero, Manzanarez, Cepeda, y El Juli, sin competencia mexicana.
Toreo melancólico por dramático, lucía en giros mil, que el tiempo fue borrando. Bella tradición mexicana cantada, entre otros, por Octavio Paz. Ni por bromas aparecen los sucesores de Alfonso Ramírez El Calesero, rey indiscutible del capote mexicano, o de Pepe Ortiz, El orfebre tapatío, que tejían bordados de milagrería a los toros a la salida al ruedo y luego flotaban en alegre jugueteo infantil.
¿En dónde quedaron las chicuelinas de Manolo Martínez que enloquecían al tendido con el prodigio de sus muñecas que paralizaban el tiempo? ¿Dónde las de Silverio Pérez que eran manantiales de belleza, inspirados en el campo bravo mexicano, aletargando, inspirador de dichas creaciones? A la hermosura del paisaje con magueyales y nopaleras, le sumaban estos artistas pese a la prosa de los tiempos, el acento personal que les volvía inconfundibles.
¿Dónde quedó perdido el venceso desvelado de la verónica de Luis Castro El Soldado, o la elegancia aristocrática de Alfredo Leal y Chucho Solorzano padre e hijo? El desmayo de muerte de Guillermo Capetillo o David Silveti, embelleciendo el ruedo de la Plaza México. Los afarolados de Luis Procuna, que tejían y destejían sinfonías de color en las tardes soleadas. El clasicismo de Lorenzo Garza que hería la vista y rasgaba el cuerpo de los aficionados. Lances que sólo quedan en el recuerdo de los aficionados más viejos. La fiesta día a día, se va como el fluir del tiempo y una sombra en la puerta de toriles destaca. Un capote brilla fulgurante del sol como símbolo de la fiesta que se muere, entre chismes, intrigas, puñaladas tramperas y toritos de bombón, que le quitan la emoción al encuentro de toro y torero.
Este moderno toreo en México, que prescinde del capote y privilegia el derechazismo a novillos moribundos, consiguió perder, con ello, la poesía que era el aliento del toreo mexicano, que, brillo le dio aquí y en el extranjero -y actualmente recrea El Juli, que siendo español, aprendió en México el juego del capote--. Su toreo, que decía la verónica del Calesero, lenta, solemne, chorreando belleza, enlazada a la muerte.