Alejandro Canales
La educación superior tres décadas después
En estas semanas, los medios de comunicación y distintas universidades se han ocupado de los trágicos acontecimientos que sucedieron hace tres décadas con el movimiento estudiantil de nuestro país. Desde luego, la trascendencia de los sucesos rebasó las aulas escolares y en cierto modo fue una expresión de lo que se vivía en distintas partes del mundo en aquellos años.
Pero el 30 aniversario de 1968 ha sido ocasión para reflexionar sobre múltiples temas de interés público, y aunque existan puntos divergentes sobre lo que fue y la herencia que dejó, de lo que no cabe duda es que los años 60 fueron de suma importancia en la historia contemporánea de nuestro país y que hoy somos una sociedad muy distinta. La transformación experimentada en el campo de la educación superior -escenario del movimiento- es un ejemplo de cómo hemos cambiado.
Al final de los 60, el país tenía casi la mitad de los habitantes que hoy: en 1970 había poco más de 48 millones, mientras que según el último conteo de población y vivienda actualmente sumamos unos 95 millones. En 1968 había 191 mil 348 estudiantes en alguna institución de educación superior, y de esa cantidad más de la mitad (54.3 por ciento) estudiaba en el DF -una buena porción lo hacía en la UNAM-. Además, el número de mujeres en las universidades era bastante menor, pues había una por cada cinco hombres.
El conjunto de instituciones ofrecía 111 opciones, pero de los casi 200 mil estudiantes, la mitad se concentraba en cinco carreras: contaduría pública, 30 mil 144; medicina, 25 mil 102; derecho, 21 mil 100; administración de empresas, 10 mil 166, e ingeniería civil, 10 mil 131.
Al final de los 60 había un centenar de instituciones de educación superior, y cuatro de cada 10 eran de carácter privado. La cantidad de alumnos que acudían a escuelas particulares era pequeña: sólo 12 por ciento del total. El personal académico que laboraba en las universidades sumaba 20 mil 780, de los cuales 8 de cada 10 trabajaban por horas. Es decir, la gran mayoría no eran profesores de carrera.
Hoy, 30 años después, el subsistema de educación superior es muy diferente. Los alumnos se multiplicaron por un factor de siete, de modo que actualmente están inscritos en alguna institución de educación superior poco más de 1 millón 300 mil. No obstante, aunque es evidente que la cantidad es mayor a la que existía al final de los 60, no deja de sorprender que del total de jóvenes que tienen la edad para cursar estudios superiores, sólo 14 por ciento están inscritos en alguna universidad. Por supuesto, el DF dejó su lugar como sitio en el que se concentraba el mayor núermo de estudiantes, y en el presente sólo 23 de cada 100 están inscritos en la capital de la República. Sin embargo, al igual que para el resto de niveles educativos, el DF es donde se dan las mayores tasas de cobertura escolar.
Las mujeres han avanzado considerablemente en su acceso a la educación superior y tienen una mayor preferencia por las ciencias sociales y administrativas. El género femenino multiplicó su tasa de participación en la universidad por un factor de 17: pasaron de 34 mil 939 a 601 mil 165. Lo cual quiere decir que en la actualidad hay casi la misma proporción entre hombres y mujeres universitarios: 1.8 y 1.5, respectivamente.
A pesar de que hoy las opciones académicas se encuentran altamente diversificadas en múltiples especialidades y subespecialidades, las inclinaciones profesionales de los estudiantes han variado muy poco. Casi las mismas carreras que tenían la mayor demanda hace 30 años, hoy la siguen teniendo: derecho, 34 mil 479; administración, 28 mil 499; contaduría pública, 25 mil 911; medicina, 13 mil 639. Lo novedoso es el caso de la informática, que cuenta con una matrícula de 13 mil 461; después le siguen ingeniería industrial, 11 mil 853; arquitectura, 9 mil 436; ingeniería electrónica, 8 mil 875; ingeniería civil, 7 mil 509, y -otra novedad- psicología, 7 mil 947. En esas carreras se concentra 58 por ciento del total de estudiantes.
En los 90 aparecieron las universidades tecnológicas y hoy existe una veintena de esas instituciones; empero, su matrícula es de alrededor de 1 por ciento del total de alumnos.
Las instituciones de carácter privado también experimentaron un crecimiento vertiginoso. En la actualidad existen más de 500 establecimientos de este tipo, aunque sólo poco más de una docena cuentan con una tradición universitaria, con variadas opciones disciplinarias y la infraestructura apropiada. Los alumnos inscritos en esas instituciones se duplicaron en el periodo, y hoy 24 por ciento del total asisten a escuelas particulares.
Finalmente, los profesores que trabajan en las universidades se expandieron también fuertemente: de poco más de 20 mil en los 60, en el presente suman unos 150 mil. Sin embargo, no ha variado grandemente el tipo de régimen laboral, pues la mayoría sigue siendo profesor de asignatura.
No hay duda de que hoy contamos con un subsistema de educación superior más grande, diferenciado, desconcentrado y con una composición social diferente. Pero también es cierto que sus tasas de cobertura siguen siendo reducidas y desiguales, la matrícula concentrada en ciertas profesiones y con un profesorado muy heterogéneo, por nombrar sólo unos cuantos factores. A partir de los 90 se operan diversas políticas hacia la educación superior del país y la evaluación en sus diferentes modalidades es una de ellas. Quizás el hecho de que se reflexione sobre cómo hemos cambiado -tal vez sin proponérnoslo- también sea una buena ocasión para pensar hacia dónde queremos dirigir nuestro subsistema de educación superior. Después de todo, se trata de los futuros profesionales del país.
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