La Jornada Semanal, 18 de octubre de 1998
Tengo que mentir... Esa es mi obligación... Mentir con categoría, con aplomo de chismoso... Y mentir es ocultar lo que no debe saberse... ¿Pero cómo hacerlo bien?... ¿Cómo hacerlo de a deveras? Se dejaba entumecer el chofer -¿ya se recuerda?- por sus necias reflexiones. Repensaba, calculaba.
Tanto él como sus compinches habían recibido una orden, henchida de pormenores, y más que orden amenaza dictada en la oscuridad por un hombre enchamarrado y con cacucha de gaucho. Por principio (y conveniencia) tenían que disciplinarse y aprenderse de memoria todo un código de normas largo y soso (y campanudo), dicho más bien como sarta de emergencias entrampadas. Y no había que darle vueltas a lo externo del meollo, sino: entender que la estrategia tenía un trasfondo político sumamente delicado, encubierto, si se quiere, y enredoso hasta el hartazgo. Un trasfondo cuyo peso recaía -para acabarla- en la triste humanidad del indefenso chofer, quien, a cercén endilgado en sabrosas correcciones, de lo extenso nada más deslindaba lo tajante, recordando algo como esto: Hable cualquiera de ustedes todo lo suelto que pueda, pero no toque los puntos que se les han señalado. A partir de esa premisa: la pura y gorda inventiva a como fuera saliendo, exhibirla con fe y gracia. Y empezaba a especular. Manejaba silencioso en tanto que sus compinches, metidos en la cabina, venían contando sus chistes y riéndose como locos, más bien nerviosos y pencos. Luego hablaron en desorden sobre su plan ¡a seguir!, que, en efecto, no era el suyo -dinero había de por medio y bastante sustancioso-, la cosa es que a ciencia cierta ¿a la postre podrían ellos cumplirlo al pie de la letra?
Presuponía lados flacos la aparente rigidez, el chiste era descubrirlos...
De hecho, para empezar -y eso fue dicho al final-, debían dar por descontado que les fuera a pasar algo. Aunque no lo pareciera, el ejército acechante, escondido en puntos clave e invisible de algún modo, controlaba aquella zona, lo que ya era un gran alivio. Los caminos, por principio; y los pueblos, ni se diga; y los ranchos, ya ni qué.... (Y la duda... ¿todavía?) Así es que tranquilamente podían andar con su carga de muerterío desangrado mostrándola sin problemas (para reconocimiento). Desde donde está ese rancho llamado ``La Saciedad'' hasta el mero Remadrín: el trayecto regresivo, o sea que: de aquellos sitios de paso: el que se les antojara. Aunque... no se deberían tardar más de dos días en llegar a Remadrín ¡ni de chiste!
Entonces pues a lo suyo, pero... antes de poner en marcha su mueble espectacular, debieron saber cuál era su papel en este asunto. ¡Vamos!, no sería tan complicado, puesto que les era afín a su condición y lastre de pobres irremediables -bueno, después de cumplir la orden de pe a pa, ¡y ojalá sí!, serían ricos de por vida-: esto es: ARDOROSOS VOLUNTARIOS Y CON CARA DE INDIGNADOS. Histrionía. Perversidad. Un servicio para el pueblo que tanto lo merecía, mas a cencerros tapados, toda vez que terminaran con su encomiable labor, estos dizque voluntarios podían recoger el monto de su participación en Chacoterán, Capila. Le fue entregado al chofer un papelillo buchío en donde estaba anotada con horribles garabatos la dirección de la casa donde se les pagaría un dineral increíble. Asimismo, se les dotó de micrófono y bocina-caracola, sin faltar el monitor para medir el volumen. Tres guachos en media hora hicieron la instalación mientras el enchamarrado seguía precisando aspectos, el más obvio al fin y al cabo: explicarles en aína la prendida y la apagada de todo ese aparataje en perfectas condiciones -nuevecito, casi intacto-, cómo manipular las tres peonzas importantes de las siete disponibles. ``Las otras no, por favor....'' ¡ENTENDIDO!... Más aspectos necesarios: gasolina para el caso, y además, los porcentajes calculados de comida para cuatro, más o menos, para unos cinco días, y también para cigarros, si querían, y: se les entregó un buen fajo de billetes de cincuenta; estaban consideradas cinco llenadas de tanque y la posibilidad de alguna descompostura, pero no... Es que el mueble era muy nuevo.... Total, si les sobraba dinero, eso sería del adelanto. De hecho, el hombre enchamarrado les aconsejó dos cosas: evitar gastos superfluos y no tomar ni siquiera una gota de cerveza. Para el calor compren sodas, pero ninguna caguama. No me vayan a fallar, porque, aunque ustedes no lo noten, estarán bien vigilados. De su buen comportamiento dependerá el otro pago. Si quieren hacerse ricos dentro de una semana tienen que cumplir con todo lo que les estoy diciendo. Otros apercibimientos en rebaja aparecieron, más lindezas de pasada que indicaciones concretas, hubo una, sin embargo, que les levantó las cejas: Háganla de comprensivos y manténganse en un gesto de absoluta indignación. Hasta tienen libertad de hablar pestes del gobierno.
Y...
Retrocedamos un poco por mor de las quisicosas que se han quedado pendientes. Recogidos los cadáveres que estaban despatarrados en un área no mayor de unos veinticinco metros de la ancha carretera, con linternas y cachimbas entre guachos y chofer y compinches afanosos, se pusieron a limpiar el cruento y trascendental mugrero del pavimento. Pasteleada la cajuela, que tenía redilas cortas, la luz de la luna llena adrede la iluminaba, ¡oh, amasijo membranoso! Pero antes, como fue -de acuerdo a las estrategias corregidas de sentón, a la mesa, punto a punto, en solicita aveniencia de tácticos quisquillosos-, se cerró la carretera. El tráfico fue desviado muchos kilómetros antes, justo donde se bifurcan el camino a Fierrorey (por donde obligadamente debían circular los muebles) y el que va rumbo a Brinquillo y se prolonga el sur. También por el otro extremo hubo una desviación, en Brinquillo, a las afueras, nadie podía utilizar la carretera que va hasta el mero Villa Dunas. Si esa era la tentativa de algunos cuantos choferes, tenían que dar un rodeo por Fierrorey y después tomar el rumbo de Misas-Pompocha-Múnriz para llegar hasta el norte. Dos pequeños batallones se encargaron de bloquear y mentir de buena gana arguyendo con donaire que el tramo iba a estar cerrado por espacio de diez horas, debido a que por la noche se hizo una carambola de tráilers contra autobuses y hubo muertos y Cruz Roja y heridos y, sobre todo, grandes daños materiales. Mentira harto convincente en virtud del menudeo de este tipo de reveses, al menos por lo que informan las revistas y los diarios. Y el espanto que suscitan, y también la comprensión, porque: si hubo atoro y con ejército en el caso mencionado, nomás hay que imaginar cuánta sangre relució, amén de los desfiguros.
Sería bueno darse cuenta, pero...
Ahora viene el desenlace previsto por el ejército en una noche de alcoholes que terminó en dominó y un friego de retadoras. Al estilo ``capitán'' jugaron nomás dos cabos y dos viejos generales. Y nomás había una mesa; por lo mismo, los cuantiosos retadores no hallaban qué hacer por mientras, si planear o ver el juego: juego de un sinfín de errores, dizque reñido, entrampado, pero aburrido y odioso, indigno del espectáculo. Además, eran puros principiantes; porque, es más, nadie retó a fin de cuentas y mejor se dedicaron a planear punto por punto: en el suelo de una vez, o sea: acá, ¡sí!, acá el resto, o digamos el bulto de militares; porque allá: los menos jugadorcillos-borrachos poniendo fichas. ¡Claro!, que se quedaron allá. Que hicieran muchos zapatos: toda la noche, sí pues.
Y lo previsto y revisto por el bulto de sesudos. Es decir (ejem), había que diseñar un plan de captura efectivo, tanto, que no le hicieran correcciones ni el teniente coronel ni el mismo gobernador. No hubo quién dijera ``no''. Concordancia y redacción con faltas de ortografía. La carta pasada en limpio por una gran secretaria, porque era muy ``eficaz'', llegó a manos sin demora del mismo gobernador, la secretaria también. Y la orden fue dictada por teléfono en la noche, cuando el jefe del estado tenía sobre su regazo a la ``eficaz'' secretaria.
Para bien del bulto aquel, no hubo ni una corrección.
¡Y al ataque en pos de la orden!, sobre todo, del extracto de la orden. Digamos que algo como esto: con el terreno acotado el plan se simplificaba y era cosa de unas horas capturar a correlones.
Luego...
Posiblemente en las faltas de los cerros circundantes hubiese guachos alertas, deseosos de interceptar a tanto desperdigado. Aquí encajan pareceres y barruntos quizá ciertos, mismos que pertenecían al chofer y sus compinches, por deslinde las sospechas de que lo peor y macabro todavía no acontecía. Si supieran la verdad... ¡Ah!, no estaban tan lejos de ella, ¡sí, deveras!, mal que bien, y dejémoslo asentado de una vez para evitar mayores figuraciones.
Todo pareció cortarse cuando el hombre enchamarrado les dijo que ya se fueran. Retacados, mientras tanto, como se les ocurriera, en la cabina, y nerviosos el chofer y sus compinches. Una parte del encargo consistía en buscarle dueño a cada muerto de atrás. Mientras no hubiese un espacio disponible en la cajuela; retacados (ya se dijo) y sudando como bestias. Sin embargo, preferible era el retaque. Es que a ningún ayudante se le antojaba viajar al lado de los cadáveres y soportando el olisco.
¡Qué bonito fue observar para los encasquetados que la troca se alejaba! Serio encargo delegado a un grupillo de ambiciosos, con lo que -viéndolo desde lo alto de una pirámide abstracta- el gobierno vivaracho se podía limpiar las manos y decirle a la nación que no había pasado nada.