La Jornada Semanal, 18 de octubre de 1998



(h)ojeadas

Lo bueno

Pedro Pablo Martínez

Augusto Monterroso,
La Vaca,
Ed. Alfaguara, México, 1998

Nadie sabe con qué se hace la buena literatura

Augusto Monterroso, Viaje al centro de la fábula

El mejor momento que recuerdo del Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de México 1987 no quedó consignado en las memorias editadas por El Tucán de Virginia -nada raro-, así que trataré de transcribirlo lo mejor posible, confiando en la mía. El poeta catalán Ramón Xirau subió al podium y dijo: ```Lo bueno, si breve, dos veces bueno', decía Baltazar Gracián, en el siglo XVI, `Lo bueno, si breve, mejor', corrigió Juan Ramón Jiménez, al paso a este siglo, `Lo bueno, breve', digo yo.'' Aquella noche quedé pensando que Augusto Monterroso diría: lo bueno, del modo que titula a un libro de minucias literarias: La vaca.

Me pareció evidente falta de respeto dedicar estas líneas a las cualidades de Monterroso de años en boca de todos. Si hay algo difícil de comentar es un libro de comentarios sobre otros libros: el estilo propio siempre quedará corto. Peor para mí, recién atormentado por la lectura del Eduardo Torres(1) francés: los Pensamientos de Joseph Joubert.(2) Entonces aventuro imaginar lo que La vaca cumple al trasluz de algunos de sus pensamientos:

1. ``Ser natural en las artes es ser sincero.'' Cuando le pregunté a Monterroso, unos momentos después de la ceremonia en la que recibía el Premio Juan Rulfo por qué dedicaba el galardón a la escritora Bárbara Jacobs, me contestó lacónicamente: Porque la quiero. Luego añadió una paráfrasis, pues hablábamos para televisión, pero para mí con eso bastaba. Unos momentos después, le pedí que recomendara algunas lecturas de entre lo publicado en los últimos meses y sencillamente me contestó (con la sonrisa del zorro que piensa: ``en realidad lo que éstos quierenÉ''): ``Lamento decepcionarlo pero es que yo voy muy atrasado. Recientemente he estado leyendo a los autores del siglo XVI.'' No me desilusionó, pero ahora, unos años después, en La Vaca y entre otras cosas, contesta lo que yo quería saber sinceramente, los autores que lo han marcado. Miguel de Cervantes, Jonathan Swift, Herman Melville, Quinto Horacio Flaco y Miguel de Montaigne: ``entregados a lo suyo hasta el último día de sus vidas, sus vidas mezcladas enteramente con su arte; dedicados a observar, aceptar o rechazar: tres de ellos con una sonrisa; dos, con amargura irremediable''.

2. ``Las palabras son como el vidrio, oscurecen todo aquello que no nos ayudan a ver mejor.'' La vaca es la reunión de veinte reflexiones sobre literatura que muestran igual: un encuentro fallido entre James Joyce y Marcel Proust a causa del idioma, que si llueve o no en el Quijote; un discurso de recepción del premio mencionado, que un error de Julian Barnes cazando errores de Flaubert; Erasmo y Tomás Moro en mínima vida escrita, que un fragmento borgiano en La Araucana de Alonso de Ercilla; una errata feliz que convirtió a Gregor Mendel en cucaracha, que el talento de Luis Cardoza y Aragón para permanecer en la frontera entre lo universal y lo local; el inusitado tema del sentido del humor de Tolstoi, que la distancia nada obvia entre Rulfo y Henry James o Edgar Allan Poe; las confesiones de un autor frente a su libro publicado, que Pedro Henríquez Ureña proclamando que su biblioteca era la Biblioteca; dos textos que en pocas páginas abundan la teoría del cuento, que un autor que sin esperarlo termina por leerse a sí mismo en latín] todo en breve erudición y precedido por el sabio comentario de Mallarmé: toda abundancia es estéril. Me basta el botón conmovedor de su agradecimiento a México, nada interesado y nunca cursi, cuando aclara que no pudo encontrar literatura fantástica mexicana para una conferencia sobre el tema, porque: ``lo más fantástico a que pueda llegar aquí la imaginación se desvanece en el trasfondo de una vida real y de todos los días que es, no obstante, como un sueño dentro de otro sueño''.

3. ``No es necesario que haya amor en un libro, pero sí que haya mucha ternura.'' Una de las grandes sorpresas en este volumen me la deparó un comentario a un gesto de Juan Carlos Onetti que además de servir de pretexto a Monterroso para esclarecer la bondad y la maestría del uruguayo en el género del cuento me hace las delicias al imaginar la escena en la que: ``En la pequeña sala, una hija mía de meses le llamó la atención. Onetti se acercó a ella. Inclinándose, extendió un brazo y le acarició con ternura la cabeza. En su cuento Un sueño realizado alguien acaricia también una cabeza en el final de una vida. De entonces para acá he estado cerca de Onetti, sin que él me viera, en varias ocasiones. El mejor recuerdo suyo que tengo es el de su mano en la cabeza de mi hija en el principio de la vida''. Aparte de hacer justicia a Onetti, de quien se han dicho tantas pavadas, es evidente la ternura del guatemalteco y me recuerda una frase más de Joseph Joubert: no puede hallarse poesía en ningún lado cuando no se lleva dentro.

4. ``Hay mil maneras de decir lo que se piensa, y una sola de decir lo que es.'' Creo que en cada línea de Monterroso, que son muchas a pesar de lo que él mismo presuma (tengo en este momento un altero considerable de libros frente a mí para corroborarlo y un mínimo de espacio parra comprobarlo) es evidente la obsesión por el cuidado del estilo. Elegí un ejemplo del coronado texto sobre Cardoza y Aragón para festejarlo: ``Luis, alerta, Luis inquieto, Luis insomne: ayúdanos a no caer en la tentación de lo fácil, de la conformidad con lo establecido, del juicio viejo y caduco, del juicio nuevo e insolente, de lo sancionado por la costumbre, por el mandato de la autoridad o por la pereza.'' Lleva a sus últimas consecuencias el obcecado destino del amante de le mot juste, como Flaubert, durante toda la vida y nos obliga a responder con la misma moneda como lectores, al fin y al cabo, en otra parte nos dice, amén de sus cinco predilectos, que por lo menos una vez a la semana pasea su mirada entre las páginas de Séneca, el cordobés, y me hace pensar lo que Joubert también decía de un su modelo: ``El estilo de Tácito, aunque menos hermoso, menos rico en colores agradables y en variedad de giros es, sin embargo, más perfecto y más pulido que el del mismo Cicerón; pues todas las palabras están pulidas y tienen su peso, su medida y su lugar exacto.'' Y termino este comentario con mi último homenaje por las horas que paso leyendo a Augusto Monterroso y Joseph Joubert, con una frase de éste último que condensa una forma de ver la vida que es una manera de leer la literatura: ``sólo buscando las palabras se encuentran los pensamientos''.

(1) Eduardo Torres es el personaje de Lo demás es silencio, del mismo Monterroso, un hombre con una obra mínima de gran trascendencia para sus contemporáneos.

(2)Editado por Aldus con prólogo, traducción y notas de Eduardo Rivera, que incluye tres ensayos sobre Joubert: uno de Georges Perros, otro de Maurice Blanchot y uno del propio Sainte-Beuve.


CUENTO

Cuando los muertos regresan

José Ricardo Chaves

Claude Vignon, El convidado de los muertos y otros relatos de ultratumba,
El Club Diógenes, Valdemar, Madrid, 1996.

Al revisar el canon literario francés del siglo XIX destaca el predominio masculino de la escena. Con excepción de George Sand (vestida de hombre y con nom de plume masculino) y de Rachilde, en el fin de siglo (con seudónimo más bien hermafrodita, aunque igual que la Sand, vestida de hombre -por lo menos en una etapa de sus vidas-), el resto es un páramo en lo que a mujeres escritoras reconocidas y apreciados se refiere. Alguien por ahí de pronto se acuerda de Judith Gautier, y lo primero que todos decimos es: ``La hija de Théophile...'' Esta situación de aparente escasez femenina en las letras en el ámbito francés contrasta con la relativa abundancia de féminas en lengua inglesa, donde en el XIX tenemos a Mary Shelley, las hermanas Bronte, Charlotte y Emily, George Eliot, Emily Dickinson... Por esto es tan llamativo el descubrimiento de una autora francesa decimonónica, con la especial virtud de adscribirse al campo de la literatura fantástica y, específicamente, al del relato de miedo. Tal es el caso de Claude Vignon, otro seudónimo masculino del siglo, en este caso de Noemi Cadiot, nacida en París en 1828 y muerta en Niza sesenta años después.

Destaca en su biografía haber estado casada con la figura más importante del esoterismo francés del siglo pasado, el mago Éliphas Lévi, quien en su vida civil se llamó Alfonse Louis Constant, y a quien le debemos la acuñación filológica del término ``ocultismo'', que hasta entonces no existía. El campo aludido con este nombre se cubría con otros como hermetismo, magia, cábala, alquimia, pero no ``occultisme'', neologismo afortunado que muy pronto pasó del francés a otras lenguas occidentales. Como vemos, escribir con seudónimo fue un hábito compartido por los esposos, ella: escribiendo sus historias de muertos que vuelven de la tumba para vengarse; él, escribiendo sus panfletos revolucionarios y socialistas como La Bible de la Liberté y La voix de la famine, un violento panfleto sobre la desigualdad social en plenas vísperas del 1848, año políticamente turbulento en la historia francesa, y que lo llevaría a una sentencia de un año de cárcel y una multa de mil francos. Gracias a la valentía y determinación de su esposa, Noemí, la sentencia fue reducida a seis meses, tiempo que el reo aprovechó para leer a Swedenborg.

Misteriosos y en tratos con el Misterio, los amantes se habían conocido tiempo atrás, cuando él tenía 35 años y ella 18. Por presiones de la familia de ella, tuvieron que casarse, tras un periodo de amor libre. Aparentemente, fueron felices... por un tiempo, hasta que la joven huyó con el Marqués de Montferrier, para cuya Revue Progressive ella escribía como Claude Vignon. El pobre Alfonse no esperaba la traición y entró en una profunda melancolía que lo llevó a escribir la obra que lo haría famoso en la historia de la magia: Dogma y ritual de la Alta Magia, libro de gran impacto en medios ocultistas, artísticos y literarios, admirado por Víctor Hugo y los simbolistas. Se convirtió entonces en Éliphas Lévi, hebraización de sus nombres cristianos Alfonse Louis. La historia esotérica debe agradecer a Noemi su partida, pues de esta triste y cornuda manera se escribió un libro clásico del género mágico, equiparable a los textos de magos renacentistas como Agrippa y Ficino, o victorianos como Francis Barret o, el más reciente, Aleister Crowley (quien, por cierto, admiraba tanto a Éliphas Lévi, que dijo ser su reencarnación).

En el caso de los relatos de Claude Vignon, se advierte su adscripción a la escuela de Balzac, al que incluso homenajea en uno de los relatos del libro reseñado, el titulado ``Los diez mil francos del diablo'', que empieza así: ``Demasiado bien conoce el lector a Balzac y, por consiguiente, la maison Vauquer, para que intentemos una pálida copia del cuadro. Sin embargo es allí donde debemos acudir para esbozar el comienzo de nuestra historia. ¡No es culpa mía si nuestro héroe se aloja en una casa de huéspedes, y esa casa de huéspedes es un remedo exacto de la maison Vauquer'' (la maison Vauquer es la pensión con que se abre la novela de Balzac, Le père Goriot).

El balzaquismo de Vignon se nota en estos cuentos agoticados (sobre todo en ``Isobel La Resucitada''), cuando, a pesar de un tema fantástico, el tratamiento literario desarrolla una estrategia realista: más descripción de ambientes y personajes, por ejemplo, que creación de una atmósfera onírica o visionaria, como ocurre con el propio Balzac en sus relatos fantásticos y/o místicos como Séraphita o Louis Lambert. Esta carencia numinosa de Vignon se equilibra con un impulso obsesivo que recorre todos los relatos, el terror al muerto resurrecto, que retorna para dañar, como en uno de los mejores textos, ``Los muertos se vengan'' (si no el mejor, el más corto en este conjunto de relatos más bien largos, cuentos anoveletados, incluso divididos en capítulos). Esta obsesión por la carne del cadáver llega a su paroxismo en los reproches del muerto de la morgue vuelto temporalmente a la vida en el cuento mencionado: ``Y sin embargo, esta carne helada que no estremece ningún escalofrío, siente, padece... hasta la hora de su total disolución... Cuando el instrumento cortante hiende la piel, sentimos la punta aguda y punzante; cuando nuestras entrañas se esparcen fuera del vientre, quisiéramos poder retenerlas, defenderlas contra el sacrílego que las roba; cuando nuestro cerebro gime bajo el trépano, cuando nuestro corazón sangra bajo el bisturí, sufrimos desgarrados por los más intensos dolores: unos dolores de los que nuestros verdugos no tienen idea, ¡ellos que todavía pueden morir!''

En los seis relatos los muertos retornan, pero sólo en tres de ellos de manera claramente fantástica (en ``Isobel la Resucitada'', ``Los muertos se vengan'' y ``El convidado de los muertos''), mientras que en los tres restantes (``La losa'', ``Los diez mil francos del diablo'' y ``La imagen de la conciencia''), los hechos podrían explicarse en términos de alucinación del personaje, con lo que se restablece la tranquilizadora ``realidad''. En estos tres casos, los muertos (psicológicos y/o fantásticos) vuelven y obsesionan a sus asesinos, hasta llevarlos a la locura, tras la revelación pública de sus crímenes. El que me parece mejor logrado es ``La imagen de la conciencia'', con ese personaje temeroso de los espejos y de los reflejos, sin la extensión que atenta con la tensión dramática de ``Los diez mil francos...''

Mención especial merece ``Isobel La Resucitada'', una versión curiosa de la mujer destructora de hombres, avampirada, asirenada, que vuelve de la tumba a petición de su marido para iniciar una carrera de destrucción y muerte. La historia acontece en pleno Renacimiento, en Colonia, y uno de los personajes principales es un discípulo del famoso mago Agrippa, cuya casa, biblioteca y utensilios ha heredado. Isobel, una castellana en el Rhin, es comparada con una Loreley, una de esas sirenas germanas, hermanas de ninfas y ondinas mediterráneas, que con sus encantos llevan la destrucción de los hombres.

Con la lectura de los relatos de Vignon, nuestro panorama de la literatura fantástica en la Francia del XIX se reacomoda, se modifica con la inclusión de este ``fantástico realista'' de hechura femenina y gusto macabro, que habría que juntar en una nueva perspectiva literaria con las narraciones afines, no sólo de los ya citados Balzac y Gautier, sino también de Villiers de I'Isle Adam y Maupassant.


ASTRONOMIA

Si el universo fuera finito, ¿Qué habría en la orilla?

Norma Ávila Jiménez

Julieta Fierro,
El Universo,serie Tercer Milenio,
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,
México, D.F. 1997

Recientemente, la astrónoma mexicana Julieta Fierro fue merecedora del Premio Klumke-Robert 1998 que otorga la Sociedad Astronómica del Pacífico, como un reconocimiento a la labor de divulgación científica que desde hace más de 15 años viene realizando. Anteriormente obtuvo los Premios Kalinga y Alejandra Jaidar -concedidos por la UNESCO y la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, respectivamente- por esa misma tarea, que se ha manifestado, entre otras actividades, en la publicación de libros y artículos, intervenciones y conducciones en radio y televisión, asesorías y conferencias.

Su pasión por realizar una difusión científica certera, esto es, por dar a conocer de manera inteligible a un amplio público los secretos de las estrellas, los misterios de la materia oscura del Universo, y el origen del Cosmos, la hacen cargar con secadora del cabello, pelotas, rompecabezas, hielo seco, globos, chocolates y asistentes en patines a conferencias y programas televisivos.

En el área escrita, se preocupa por relacionar acciones u objetos cotidianos con los fenómenos estelares, o relata de tal manera que hace al lector zambullirse sin freno alguno entre la fascinación de los agujeros negros y el tiempo cósmico. Un ejemplo de esta habilidad como divulgadora científica es su último libro El Universo.

En el primer capítulo, entre otros puntos, Julieta Fierro plantea lo inquietante que ha sido querer determinar el tamaño del Universo y lanza preguntas que se han generado a lo largo de la historia humana: Si el Universo fuera finito, ¿qué habría en la orilla? ¿Una pared? ¿Un precipicio? ¿Un monstruo lanzallamas? ¿Y si el Universo fuera infinito y tuviera infinitos planetas como la Tierra?[...] Entonces existirían infinitos lectores[...] tal vez sería de color verde e incluso podría poseer antenitas... Pero no responde inmediatamente a esos cuestionamientos. Tal como un buen guión cinematográfico de género policiaco lleva al público a caer en el suspenso, la astrónoma universitaria utiliza esas estrategias para atrapar al receptor y dejarlo con el entusiasmo de leer el libro hasta la última página. Es la cuenta regresiva para que el lector despegue a bordo de la Viajera 3 e inicie su desplazamiento entre cortos capítulos siderales que ofrecen información básica.

Inmerso mentalmente entre la materia interestelar, el tripulante se enterará de la existencia de estrellas gigantes azules, verdes y amarillas medianas (como el Sol), y muchísimas enanas rojas que se gestan -como todas las estrellas- dentro de nubes de gas y polvo; probablemente se sorprenderá al saber del canibalismo galáctico, como se denomina al fenómeno de fuerza de atracción que provoca transferencia de materia de una galaxia a otra, y sabrá que el Universo está en continua expansión: quedará felizmente atrapado entre intensos campos magnéticos del Cosmos.

Para explicar aspectos tan complejos como el tiempo en que ha transcurrido la evolución del Universo -que no ha tomado algunos siglos, sino miles de millones de años, cifras difíciles de asimilar- crea escalas comparativas, facilitando así el registro de la información: ``Imaginemos que tuviéramos que subir 15 mil escalones y que cada uno representara un millón de años de evolución cósmica. Después de subir el primer escalón ya se habrían formado todos los protones y electrones del comos[...] tendríamos que subir 5,000 escalones para llegar al nacimiento de las estrellas dentro de las primeras galaxias. Tal cantidad de escalones corresponde a la de 25 edificios de diez pisos cada uno[...] El hombre moderno surgió hace un millón de años -en el último escalón[...] Nuestra vida con todas sus emociones sería menor que el último polvo...''

Para hacer comprensibles las inimaginables distancias existentes en el cosmos, la autora idea anécdotas fantásticas: Si miramos alguna estrella de la Osa Mayor, su luz tarda aproximadamente 100 años en llegar a la Tierra, lo cual significa que si tuviéramos un enamorado en aquel lugar habría debido escribir una carta seductora hace 100 años para que nos llegara hoy...

Julieta Fierro finaliza con un tema que ha desatado polémicas a través de los siglos: el origen del Universo. Expone el modelo de la Gran Explosión, hasta ahora el más aceptado y que propone el inicio hace 15 mil millones de años a partir de una liberación de energía del vacío. De esta manera, El Universo cumple una función esencial de la tarea denominada divulgación científica: contesta dudas y al mismo tiempo provoca al lector interesado a formularse nuevas preguntas que lo llevarán a involucrarse más y más en las profundidades astronómicas.