Como es bien sabido, tras la Conquista, al adjudicar Hernán Cortés los predios para que edificaran sus casas, a los que le acompañaron en la colosal hazaña para unos, afrenta para otros, aprovechó para quedarse con las dos mejores propiedades de la ciudad mexica. Ni más ni menos que el que fuese el palacio de Axayácatl, padre del emperador Moctezuma, y el del propio monarca azteca. El primero, ubicado donde ahora se encuentra el Monte de Piedad y el segundo, modestamente, es la sede del Palacio Nacional. En el de Axayácatl fue donde erigió su vivienda, tan enorme que se decía era como una pequeña ciudad. Abarcaba de las calles de Madero a Tacuba y de Brasil a Isabel la Católica; tenía inumerables patios y cientos de habitaciones, caballerizas y múltiples comercios en la planta baja. Allí se dieron las primeras misas, funcionó la audiencia y fue residencia y oficina del virrey hasta 1562, año en que le compraron a los descendientes de Cortés el palacio de Moctezuma.
Un siglo más tarde, la impactante mansión fue subdividida en sus entrañas, abriendo una pequeña vía conocida como callejón del Arquillo, que después se amplió a cuatro calles en cruz, instalando una zona comercial conocida como la Alcaicería. Tras varias ampliaciones, a fines del siglo pasado, se convirtió en la avenida 5 de Mayo.
En toda esta historia, en el antiguo predio del conquistador se levantaron, tiraron y volvieron a edificar diversas construcciones. Una de ellas fue un edificio, en los años veinte de este siglo, anexo a una importante obra ubicada en el Zócalo y 5 de Mayo, que en la década de los treinta fue víctima de la pasión neocolonial que transformó su fachada decimonónica en una de tezontle y cantera, que habría de armonizar con el resto de las que rodean la gran plaza que llamamos con cariño Zócalo.
En esas edificaciones, extensamente remodeladas, se acaba de inaugurar el hotel Holiday Inn, de cuatro estrellas, lo que buena falta le hacía al rumbo. Entre los aciertos cabe destacar el restaurante del último piso, que tiene la que es sin duda la terraza con mejor vista de la ciudad, ya que sentado en la mesa, saboreando una rica parrillada que preparan allí mismo en un asador, puede deleitarse con las torres de la catedral al nivel de los ojos, abajo la monumental plaza con el bullicio de vida y los edificios plenos de simbolismo que la rodean.
Otro buen punto es que las confortables habitaciones tienen doble vidrio, lo que permite a los huéspedes gozar de la vista e inmejorable ubicación sin padecer el ruido que caracteriza los corazones de las grandes urbes. Un buen agasajo para un capitalino tenso y agobiado puede ser pasar un fin de semana en este lugar y gozar plenamente de la antigua ciudad de México, como lo hace en otras capitales cuando va de viaje. Y pocas en el mundo, podemos asegurar, tienen tantos encantos como ésta.
El dueño de esta novedad, don Pedro Alvarez, de tradición hotelera en la zona, está pendiente de todo detalle y para los restaurantes tuvo el tino de llevarse a Daniel Loeza Treviño, experto en el oficio y en el Centro Histórico, ya que lleva muchos años en este sitio, al frente de varios de los mejores lugares. El también supervisa el servicio si usted alquila alguno de los salones que en el cielo del edificio le brindan esa vista maravillosa que comentamos, además de tener una agradable terraza privada desde donde se aprecian las cúpulas de Santo Domingo, espectáculo también de gran merecer.
Evidentemente, la recomendación gastronómica de la semana es la terraza de este hotel, que tiene en la mañana un buffet generoso y los fines de semana se amplía a la comida con el agregado de las buenas carnes que ya mencionamos.