Recibirá el escritor Jesús Gardea un homenaje nacional hoy en el INAH
César Güemes Ť No hace sino escribir y estudiar la arquitectura de las catedrales del mundo, su segunda pasión, de la que incluso ha ofrecido numerosas conferencias. En su haber hay 17 títulos publicados más tres inéditos. El primero, Los viernes de Lautaro; el más reciente, Juegan los comensales. Hoy, luego de esa solitaria labor, alejado tanto como le es posible de los grupos literarios, Jesús Gardea recibe un homenaje nacional a las 18 horas en el auditorio Fray Bernardino de Sahagún del INAH. Imposible socavar su modestia.
-¿A qué atribuye el homenaje?
-A gajes del oficio, es consecuencia de haberse dedicado uno al pillaje.
-En serio, Jesús, ¿lo esperaba?
-Sí y no. Hace como mes y medio se comunicó conmigo el director del INAH en Chihuahua, para decirme que existía la propuesta de un reconocimiento. Le dije que estaba bien. Me pidió que le enviara mi historial, lo hice y ya no volví a saber nada. Mi hijo cumplió años ayer, así que yo tenía que venir de cualquier forma a la ciudad de México para verlo. Estando aquí me llamaron de Chihuahua para lo del homenaje. Siempre sí se hace, pues, y qué bueno que me tocó por acá. Pero yo no sabía ni el día ni la hora, salvo el lugar. Son cosas que está bien que pasen, de cuando en cuando. Lo tomo como si fuera una lectura más. A lo mejor sí voy a leer o tengo que decir unas cuantas palabras. Es bueno tomarlo así para no subirse al caballo.
-¿Cambia la posibilidad de un homenaje nacional por un lector?
-Depende de la calidad del lector. Es que son diferentes planos. El homenaje tiene resonancia pública y puede acarrear lectores, a su vez. En cambio la lectura que haga una persona de mi obra es una victoria para la inteligencia. El homenaje pasa, el lector se queda. Están en diferentes campos. El reconocimiento al que voy es un acto social, en cambio la lectura de uno de mis libros es un acto de solidaridad, en cierta manera secreto.
La calidad del lector
-De modo que hay calidades de lectores desde su perspectiva, no basta la buena voluntad ni la solidaridad.
-Pienso que sí. Hay personas que me dicen que no entendieron ni papa lo que escribo. Y otras que me dicen que sí y que les gustó. Creo que tiene más calidad la persona que entendió la propuesta. Un mal lector de mis cosas es el que no las entiende. No un mal lector en general, sino sólo de lo que yo le ofrezco.
-Así como es exigente cuando sus trabajos son leídos, ¿lo es cuando escribe?
-Lo único que no hago es regañarme a mí mismo, pero sí corrijo mucho. Además, escribo muy despacio, a máquina, nada de computadora ni cosas de esas modernas. Eso me permite reflexionar bastante lo que estoy escribiendo, matizarlo o filtrarlo.
-En sus libros encuentro siempre un gran cuidado por las palabras, por cada una de ellas incluso. Si se planea la escritura de un libro, ¿cómo hace para encontrar el vehículo del lenguaje apropiado para su proyecto?
-En mi caso no me propongo la estructura de la novela, porque me la van dando las mismas palabras. No tengo el conflicto de una estructura previa y luego no saber con qué la lleno. Como no hay plan, las palabras me dan el rumbo de la novela. No sé lo que es la estructura porque la palabra me guía, me hace o me deshace. Quizá si me planteara un esquema de la novela o del cuento, a lo mejor descuidaría las palabras con tal de llenar los requisitos del esquema. Pero no es así, a la literatura entro como mucha gente al monte, con el pie desnudo. La palabra me guía para bien o para mal.
-¿No es esto confiar demasiado en que las palabras precisas irán apareciendo sobre la marcha?
-Confío absolutamente en que voy a dar en el clavo. No es una confianza regalada. Pienso que voy a salir adelante con el lenguaje. Quizá haya ciertas dudas en algunos momentos, pero lo demás es todo un fondo de confianza. Te iba a decir que confío en mí mismo, pero no es así, la confianza la pongo en lo que hace posible que lleve adelante la novela y el cuento, algo externo.
-¿Cómo se le dan las historias, tiene un esbozo o se sienta frente a su máquina de escribir con la página en blanco?
-Eso último. Empiezo de una frase y de ahí para adelante. Cuando tengo una idea más o menos de cómo va la cosa, el lenguaje la empieza a desfigurar. Y en este sentido hay que ser obediente, la palabra siempre es superior a uno, aunque la obligo a que sea exacta y bella en la medida de lo posible. Pero no hay historias previas. A lo mejor traigo algo por ahí y sale algo muy distinto. La cuestión es que ya terminada la novelita o el cuento, funcionen y tengan un sentido. Hay escritores que sí hacen un esquema y un proyecto, yo no.
-¿Hay lecturas que le refuercen esta posición frente al acto de escribir?
-Unamuno decía que hay escritores vivíparos y ovíparos. Los vivíparos paren poco a poco lo que están produciendo, y los ovíparos son los que tienen ya un producto y lo sueltan completo, hecho y derecho. En mi caso soy un escritor vivíparo. Onetti decía que él nunca se planteaba la cuestión del tema, que él empezaba una novela y el tema iba saliendo poco a poco. Pienso que algo así me pasa a mí, posiblemente. Considero que la literatura es fundamentalmente lenguaje, y que éste me tiene que salvar de alguna manera, ¿para qué habría de plantearme un tema? Ahora, en el momento de escribir tampoco se trata de decir burrada y media. Entonces, busco lo que tiene sentido, si no en el momento en que aparece el libro, más adelante.
-Pese a que escribe, como dice, muy lentamente, su obra es ya muy amplia.
-Son libros pequeños. Tres novelas cortas mías hacen una de 400 cuartillas en el caso de otros escritores. Basta dividirlas. Produzco lo mismo que cualquier hijo de vecino.
-Entonces no escribe tan lento. Mientras otro escritor se tarda tres años en dar a conocer un libro de 400 cuartillas, usted hace tres de 130. Es lo mismo.
-Pues sí. Lo que pasa es que mi ritmo es lento pero no me doy vacaciones. Cuando termino una novelita no me doy un mes de descanso. Termino una cosa y dos o tres días después ya empecé otra. Quién sabe qué será pero la empiezo. Mi proceso es de mucha paciencia. De plano de media cuartilla al día.
-Diario.
-Sí, pero a veces salen dos líneas. Y eso cuando no hay algo doméstico que arreglar. Si se descompone el automóvil, ya se me estropeó la rutina. Además, ¿qué otra cosa hago? Mi quehacer es sentarme frente a la máquina para ver cómo llego a la otra orilla.
-¿Es su única labor, ya no imparte clases, se jubiló?
-Me jubilaron en la universidad donde daba clase. No hay eso ya.
-¿Qué es para usted el concepto de economía de lenguaje?
-Vamos a decir que gastar lo menos posible y conseguir lo más que se pueda. Si con un peso me puedo comprar una chuchería, mejor compro algo que no sea una chuchería, algo más humilde pero útil. Economizo en el lenguaje pero no con el afán del tacaño, sino con la idea en rea- lidad de conseguir más. Acuérdate lo que decía Reyes: estilo es economía de lenguaje.
A fuerza de darle y darle
-¿Cómo descubre que es escritor, con estos métodos que sigue?
-Escribiendo. Nunca me lo propuse. Hice cosas que no funcionaban y a fuerza de darle y darle un día comenzaron a funcionar.
-Cuando no se planea lo que se va a hacer dentro de la literatura, ¿no alberga el temor de que una tarde no haya más historias?
-Claro que sí. Da miedillo. Pero si a final de cuentas tengo confianza en ese fondo, voy a salir adelante. No me angustio. A lo mejor la página está en blanco, entonces me digo: no te apures, en media hora o mañana empezará a salir. Tranquilo. En lugar de jalarme los cabellos, me pongo a hacer otra cosa y confío en que las palabras estarán por encima de mí. Manejando la idea católica para dar el ejemplo, digamos que confío en que la gracia de escribir se me dé nuevamente.
-¿Cómo se ve a 20 años de haber publicado su primer libro?
-Posiblemente me he vuelto más exigente con el lenguaje. Como decía Paz, cuando pierdes la inocencia es el momento en que ves los verdaderos problemas, mientras no la pierdes estás a todo dar. El lenguaje es como él decía, como una puta, hay que tratarlo así, órale, vámonos. Al principio todos pensamos que las palabras son bellas muchachitas y quién sabe qué, pero resulta que no, que hay que obligarlas a que digan lo que uno necesita. Entonces, el cambio interno que veo es que el lenguaje me ofrece mayores resistencias ahora que hace 20 años y tengo que vencerlas. Lo del estilo lo definirán los críticos, pero no me interesa.
-En todo caso, se toma las cosas con más calma.
-Me decía una vez José Luis González: ``Oye, Jesús, como que cada día nos cuesta más trabajo escribir''. ``Pues sí, ya perdimos la inocencia''.