Dormirse en el avión tiene algo de obsceno, piensa. No entiende a ésos que, indudablemente enemistados con el pudor, echan el asiento hacia atrás, cierran los ojos y abren la boca para provocar el flujo de los sueños. De otra manera, los sueños quedan encerrados por los dientes y entonces se la pasa uno todo el tiempo soñando lo mismo. Pero eso es un detalle. Lo gordo es la obscenidad de estar ahí, desfigurado, con la luz de la cabina en plena cara, dejando que el desfile de pasajeros que recorre la nave de un lado a otro observe, a unos cuantos centímetros de distancia, esa tragedia de la estética.
El se acomoda lo mejor que puede en ese asiento que lo llevará a Chicago. Viaje de negocios, clase turista, en la compañía no hay presupuesto para pagarle un asiento de primera clase. Durante los primeros minutos de vuelo, a los seis para ser exactos, el capitán se presenta por micrófono: ``Bienvenidos al vuelo 416 con destino al aeropuerto O'Hare de Chicago; les habla Pedro Chávez, su capitán. Dentro de un momento serviremos de comer y posteriormente proyectaremos la película Rocky 4, esperamos que tengan un viaje placentero''.
El vuelo comienza oficialmente. Abre el libro que ha traído para entretenerse. Dormir no está en sus planes, ya lo dijimos. Tampoco le apetece la película de Stallone. Lee distraídamente. Su vecino de asiento resuelve un crucigrama. Bufa y resuella todo el tiempo, como si estuviera resolviendo otra cosa donde fuera necesario cargar una pila de ladrillos. Un roast beef calentado en microondas produce una nubosidad olorosa que anuncia la llegada inminente de la comida. Al fondo del pasillo se ve un carrito y dos azafatas que se agachan a buscar cajas de comida para repartir entre los pasajeros. Cierra el libro, ha leído muy poco y abandona su asiento. Piensa que si no mea ahora, después será difícil porque el carrito obstruirá el pasillo. En su camino hacia el baño, observa con desagrado varias tragedias estéticas. Hace lo que tiene que hacer, se lava las manos y se echa agua en la cara para quitarse de encima la idea de que le quedan varias horas de encierro.
Cuando trata de salir del baño, encuentra que la puerta está atorada. El carrito se ha estacionado momentáneamente ahí. Una azafata se da cuenta y lo mueve. Ahora lo que está bloqueado es el camino a su asiento. Se recarga y espera. Los pasajeros que todavía no reciben su comida le dedican miradas ociosas, que lo hacen sentir incómodo ahí parado, como si estuviera en un escenario. El anuncio de abrocharse los cinturones se enciende, justamente cuando una bolsa de aire hace temblar la nave. Un instante después viene otra bolsa de aire, más grave que la anterior. ``Sírvanse regresar a sus asientos y abrochen su cinturón de seguridad'', dice por el micrófono el capitán Chávez.
El, un poco desesperado, se acerca al carrito de servicio e intenta abrirse paso, pero una bolsa de aire mayor casi lo tira al suelo. Una azafata corre desde el otro extremo del avión y le indica que la siga para asignarle otro asiento. El le dice que no quiere otro asiento porque en el suyo dejó un libro. Deja de protestar cuando la mujer que lo precede, descorre la cortina que separa a la clase turista de la primera clase, y lo invita a pasar. Lo acomoda en un asiento que es más confortable y más espacioso. Le pregunta que si desea comer. El acepta y ve cómo ella, equilibrándose para no caer, va hacia la cocina y regresa con un carrito de servicio más elegante que el que le había obstruido el paso, de donde extrae, con cierta ceremonia, un platillo exquisito. ¿Champán? Sí, responde.
La diferencia entre lo que se come y la cajita de plástico con roast beef que le hubiera tocado es incuantificable. Terminados los manjares comienza la película. Descubre con agrado que en vez de Rocky 4, empiezan a proyectar Historia de Lisboa, de Wim Wenders. Durante la proyección piensa varias veces que de un momento a otro puede venir la azafata y pedirle que regrese a su lugar en la clase turista. Esa posibilidad le molesta.
Termina la película, pide un brandy. Falta poco para que el avión aterrice en Chicago, ya es difícil que lo muevan a esas alturas del viaje.
``Les habla su capitán'', dice una voz que no se parece a la del capitán Chávez. El se desconcierta un poco, interrumpe el trago que le está dando a su copa. La voz explica que a continuación se proyectará otra película, que más tarde se servirá un refrigerio y que en aproximadamente seis horas con 50 minutos estarán aterrizando en el aeropuerto Charles de Gaulle, en París. Le pregunta a la azafata el nombre del capitán: Pierre Piaff, responde ella. El no sabe bien qué hacer, si regresar a su asiento original o quedarse en éste.