La posible ficha biográfica de Conlon Nancarrow es, según se quiera ver, muy sencilla o muy compleja. Por razones de espacio y de claridad, opto por la versión sencilla. Nacido en Texarkana, Arkansas, en 1912, el compositor realizó la parte fundamental de sus estudios musicales en el Conservatorio de Cincinnati, entre 1929 y 1932. En busca de un perfeccionamiento profesional que no encontró en el ámbito académico, se mudó a Boston, donde entre 1933 y 1936 tuvo como tutores privados a tres importantes personajes de la música de Estados Unidos: Nicolás Slonimsky, Walter Piston y Roger Sessions.
En absoluta y comprometida congruencia con sus ideas políticas, Nancarrow viajó en 1937 a España, donde participó en la Guerra Civil al lado de las fuerzas republicanas. Este fue, sin duda, uno de los momentos más importantes de su vida, no sólo por lo que representó como experiencia personal sino porque, como era de esperarse, le causó el inevitable hostigamiento político del régimen estadunidense. La situación llegó a tal grado que Nancarrow optó por el exilio voluntario, estableciéndose en México en 1940. En 1956 adquirió la nacionalidad mexicana, y vivió entre nosotros trabajando calladamente en su casa de Las Aguilas, hasta su muerte ocurrida en 1997.
Además de los valores evidentes (y todavía no del todo reconocidos) de su producción como compositor, amén de lo que significa haber tenido en México a un creador comprometido con sus principios ideológicos, la figura de Nancarrow es importante porque su nombre se une al de la larga lista de compositores que, habiendo nacido en el extranjero, se establecieron en México para realizar aquí lo más importante de su producción musical.
Desde muy temprano en su carrera, Nancarrow orientó lo fundamental de su pensamiento musical hacia el ritmo. Su continua búsqueda de los métodos físicos necesarios para reproducir con fidelidad sus intrincadas construcciones rítmicas lo llevaron de manera natural al uso de la pianola. Al perforar personalmente los rollos de pianola correspondientes a la compleja música que había concebido, Nancarrow ayudó a hacer aún más difusa la división entre compositor, intérprete e instrumento. Si bien con este procedimiento resolvió el problema de que sus conceptos sonoros eran imposibles de ejecutar para cualquier pianista, no se olvidó sin embargo de componer para piano, para cuarteto de cuerdas y para diversos ensambles de cámara. De cualquier manera, lo más importante de su producción se encuentra en sus 37 estudios para pianola, notables obras que son una contribución única al repertorio pianístico (o pianolístico, para mayor congruencia).
Conocer a Conlon Nancarrow como el viejito de las pianolas no es del todo erróneo y, sin embargo, hay en su pensamiento musical más cosas dignas de ser conocidas y escuchadas. La rara ocasión de hacerlo se presentará en esta ciudad dentro de unos días, y es una oportunidad que no debe ser desaprovechada. La Sala Xochipilli de la Escuela Nacional de Música será la sede, del 27 al 29 de octubre, de un coloquio dedicado a Nancarrow y su obra, en el que las conferencias, pláticas y mesas redondas serán complementadas con las indispensables ejecuciones en vivo de su música. Para ello han sido convocados intérpretes como Ursula Oppens, Cheryl Seltzer, Joel Sachs, el Trío Neos, La Camerata y el Ensamble de Trombones de la Escuela Nacional de Música de la UNAM.
Esta será una buena ocasión para escuchar la música de un compositor que no sólo fue un aventurero del sonido, sino un hombre apegado estrictamente a sus ideas y principios (cosa poco usual en nuestro tiempo o en cualquier otro), y que sin afanes de promoción o propaganda se dedicó discretamente a sus pianolas, a sus ritmos feroces y alucinantes, a la persecución honesta y constante de su ideal sonoro. Ojalá que de este nuevo contacto con la música de Nancarrow, el ermitaño de las pianolas, surja la posibilidad de valorar certeramente su contribución a la música en general, y al ámbito sonoro mexicano en particular.