A los habitantes de los diferentes estados de nuestra República les molesta el término de provincia, que tanto tiene para las mentes citadinas de dulce y apacible, por encontrar que es parte de nuestro centralismo. Decir ``el interior'' de lugares tan exteriores como una frontera o una costa me parece absurdo, ya que la capital en que habito es muchísimo más interior que ellos. Así, pues, he de seguir hablando de ``los estados'' mientras el Distrito Federal no sea uno de ellos, cosa a la que aspiramos muchos. Pues bien, para quienes hemos visto el teatro en los estados resulta muy claro que existen diferencias abismales entre unos centros y regiones y otros y que, en términos generales y salvando verdaderos talentos aquí y allá, las difíciles condiciones de muchos teatristas, la lejanía con los montajes más importantes, la falta de instrumentos teóricos y prácticos, producen un teatro de poca calidad. No es extraño todavía ver precarias escenografías de cartón, malas lecturas de obras importantes, actuaciones poco profesionales, repertorios de poca calidad y técnicas, cuando las hay, sumamente anticuadas. Planes van y planes vienen y el diagnóstico sigue siendo poco afortunado.
En ésta, que es nuestra realidad teatral, el Programa de Teatro Escolar en los estados puede ser una salida interesante. Ya muchos teatristas -los más comprometidos, los que desean adquirir una plataforma sólida para su quehacer- han demostrado las bondades de algunos cursos intensivos como el que Rodolfo Obregón y Fernando de Ita implementaron en Querétaro (y no hablo de esos dizque cursos de dos días que se llegaron a ofrecer en la Muestra Nacional, porque no dejaban de ser el clásico atole con el dedo y un cruel engaño para quienes pensaron que algo habían aprendido). Desde luego que el objetivo mayor es que los escolares de diferentes puntos del país vean un teatro lo más digno posible, con un repertorio que se va afinando en cada ciclo para que resulte adecuado a la edad de los espectadores, pero que también los interese a tal grado que sea una promoción teatral a futuro, creadora en algún modo de un público más exigente y enterado. El hecho mismo de que haya producciones profesionales y correctas y que se tomen en cuenta escenografía, vestuario e iluminación en no pocos lugares es algo novedoso y los adolescentes no dejan de disfrutar de ello.
También está el otro aspecto, el de la superación de los propios teatristas que intervienen en el proyecto. Para muchos -sobre todo ese tipo de actor de cierta edad sin otra formación que la que da el ejercicio profesional- enfrentarse a la idea de que existen métodos y teorías puede ser sumamente revelador. Y también para un director las asesorías le pueden mostrar carencias de las que apenas estaba consciente. Me pregunto si un grupo de teatro que ha trabajado en las condiciones descritas que no son las que suele tener en su trabajo independiente, no tendrá en adelante una mayor exigencia hacia su propio desempeño. Es criticado por algunos que las asesorías de los teatristas agrupados en Casa de Teatro están uniformado al país en la metodología de este centro. No conozco bien el método y la teoría que lo acompañan, no sé si sea el mejor, pero por lo menos es un sistema de trabajo que se implanta donde antes no existía siquiera el deseo de normar ensayos y escenificaciones. Las manifestaciones de algunos actores respecto del trabajo de mesa es muy sintomático.
En cada ciclo se hacen ensayos generales con público -a veces sin él a pedido de los propios grupos- y se evalúa el trabajo hasta donde está en ese momento. Se han hecho ciclos en Aguascalientes, San Luis y en la ciudad de México. Ya he hablado de ellos y seguiré hablando cada vez que se pueda, porque es un proyecto de una gran nobleza, aunque no quiero decir con ello que todo lo que se presente sea espléndido ni que no haya tropiezos en un sentido u otro, pero este tipo de programas ha de juzgarse en términos generales y por ello hago hincapié en las muchas bondades del que me ocupa.
Este cuarto ciclo se llevó a cabo en Guadalajara y, como en los anteriores, asistí como invitada. La entidad huésped fue la Universidad de Guadalajara, una de las que más se distinguen en el país por su empeño cultural; al frente de su departamento de teatro está Fausto Ramírez, quien presentó Las entretelas del corazón, de Héctor Mendoza, obra que también fue escenificada por un grupo regiomontano, dirigido por Gerardo Valdez, lo que permitió ver dos miradas diferentes a un mismo texto; Janet Pineda, de Colima, dirigió La danza que sueña la tortuga; el grupo coahuilense dirigido por Jorge Méndez escenificó Los cuervos están de luto, de Hugo Argüelles; de Baja California, Daniel Serrano dirigió Indulgencia para todos, de Luis Eduardo de Gorostiza; Román García de Querétaro y su grupo montaron Fotografía en la playa, de Emilio Carballido, y el sinaloense Alberto Solián dirigió -de Juan Tovar y Beatriz Novaro- Manga de clavo en este ciclo dedicado a la dramaturgia nacional.