Del boliche de Roberto, en Buenos Aires, al teatro Alameda en México

Fabrizio León, enviado, Buenos Aires, Argentina Ť ``El arrabal ya no existe'', dice Anita Tomaselli. ``Sólo queda el tango y, con él, una nueva generación de jóvenes que lo siguen, lo cantan y sufren...''.

En Buenos Aires se puede caminar por las calles sin paranoia. Los taxis son confiables y la gente hace de la noche su casa y, por eso, está bien cuidada.

El arrabal, el paso canyengue y las minas (son mujeres, pues), se juntan con vino y cerveza en la voz de los viejos del bar de Roberto, en el barrio de Belgrano, y hacen una fiesta atenta a las historias de infidelidades, amores golpeados y aventuras del corazón. Aquí lo que les gusta es hablar y oír sin pausa. Se quejan de una violencia que todavía nos les ha llegado, del tráfico que es incipiente, de la corrupción que es igual o peor que aquí, pero pueden caminar y divertirse durante toda la noche, que está ocupada por el placer de oír y cantar, porque se saben todas las letras. Porque no discriminan... todavía.

Un viernes de bulla. Día de boliche (ese lugar para bailar, oír, ligar), el boliche de Roberto, viejo, viejo que atiende botellas de vino, con mirada lánguida y sonrisa total.

Bonaerenses que arman un quilombo so pretexto siempre serio, siempre con la idea de hablar de ellos. Se sienten mierda y son oro.

En el bar de Roberto (``Despacho de Bebidas'', reza en la entrada) se sintetiza el mejor aire rumbo a la Patagonia. No es el bar comercial y no se baila tango. Aquí se escucha la siguiente historia del viejo de 70 años que me la cuenta mientras al fondo Héctor y Nacho cantan sus composiciones.

--... ``yo le dije: bruja, usted me tiene como un hombre grande y ahora me deja. Ofrézcame soluciones grandes, hágame salir con dignidad; me explico, a más se lo dije: negro, si no hay plata, para trabajar, a mí usted me quiere llevar a la muerte, a mí, que fui su compañero tres años. No, dame plata, dame plata. Agarré y la amé muchos años y la lloré. Así los ojos tenía porque no la quería abandonar... qué sé yo si una mina le dijo cosas o si andaba con otro, pero le pedí mil quinientos pesos, para dejarla, para beber, y si vos sabés lo que yo digo, sabés que aunque sea la plata, no quita, pero sí da, ¿viste? Un amigo siempre tuve y una buena compañera, y si hoy ando de primera no me olvido que inicié haciendo tal o cual cosa que hoy la gente comenta, que yo no las tengo en cuenta... pero el piso ya lo pagué''.

Un lugar recopado para iniciar la noche en Buenos Aires. Primero un bife de chorizo. Luego el bar que comento. Por la madrugada ir a Boca para oler El Caminito, una hilera de casas que fueron pintadas con los colores de los barcos. Ahí un boliche para escuchar blues; también hay farmacias abiertas toda la noche, pero el vino no necesita de Melox. Aquí nadie te hace de Melox, menos si lo pides.

En Buenos Aires la elegancia se da cuando hablan y visten, ¿viste? También si te invitan un mate. Aquí les regusta todo. Te insultan porque te quieren y aunque su peso cueste un dólar no tiene precio su plática. Aunque te cobran una cantadita si eres mexicano. La renga Betty se las sabe todas y es obscena.

El inicio del viernes presagia cuatro días de confort, que vale la pena compartir, porque aunque está lejos y hay que pasar unas horas en Miami, donde te roban al menor descuido, las 10 horas de vuelo te llevarán a una ciudad que, sin duda, te robará la intimidad.

Los precios, el futbol (fuimos al partido de Boca vs. Platense), la comida, los barrios, hoteles y ropa. El rock y el periodismo. Corrientes y Callao. El Señor Tango y una especie de diario de viaje, daremos mañana. Por lo pronto, Buenos Aires es un lugar de minas. Y qué minas, ¿viste?, boludo.