La Jornada 12 de octubre de 1998

¡Córtate el pelo!, dicen sus hijos al cantautor español Eduardo Aute

Mónica Mateos Ť Antes que compositor y cantante, Luis Eduardo Aute es pintor. Ya una vez, en los años sesenta, cuando lo abrumó el éxito de su canción Rosas en el mar, se retiró de la música para dedicarse cinco años exclusivamente a hacer cuadros, y confiesa que actualmente, con facilidad, volvería a abandonar los micrófonos, pero jamás dejaría de pintar.

Fue hace un par de años que vino por primera vez a México, para dar un concierto en el Teatro de la Ciudad y presentar su disco Alevosía (Emi, 1995). Entonces sólo era conocido en el país por ser uno de los compositores favoritos de Joaquín Sabina y el autor de esa legendaria melodía, que hizo famosa su compatriota Massiel hace tres décadas.

En España -donde vive desde que tenía 11 años, pues nació en Filipinas-, su vida artística se complementa con la dirección de cine, en la que cuenta con el filme Cleopatra y tres cortometrajes. En 1986 escribió y dirigió un sketch para la película Delirios de amor y actualmente trabaja en el corto titulado Un perro llamado dolor, de dibujos animados.

Luis Eduardo Aute, con un poquito más de 50 años, dice ser parte de una generación sandwich, pues sus tres hijos (que no rebasan los treinta años) le dicen lo mismo que en los sesenta le decían a toda hora sus padres: ``¡Eduardo, córtate el pelo!''.

Pero él solo le da una chupada más a su inseparable cigarro, no le importa hasta dónde esté desabotonada su camisa, pide un tequila y dedica todo el rigor que le exige la vida cotidiana a sus pasiones artísticas. Esta es la charla que tuvo con La Jornada:

-¿Qué es primero en la vida de Luis Eduardo Aute, la música o la pintura?

-Escribir canciones y dar conciertos me ocupa más tiempo que la pintura; sin embargo, lo primero en mi vida es pintar; empecé a hacerlo desde muy pequeño y cuando tenía 16 años presenté mi primera exposición profesional. En mi casa no tengo un estudio de grabación, pero sí un espacio donde me dedico a la pintura. Hacer canciones es como respirar un aire distinto para poder seguir pintando, porque tampoco me hago a la idea de estar toda la vida pintando un cuadro tras otro; necesito meterme en terrenos casi contrarios. Pintar es utilizar los ojos, ver colores y formas, mientras que las canciones son para usar las orejas: es música, palabras, justo el reverso de pintar. Y aunque nunca dejaría de escribir canciones, porque me gusta mucho, sí podría dejar de grabar y hacer conciertos.

-El dibujo que viene incluido en su disco Aire es un gran ojo donde usted se refleja, me recuerda mucho el gran ojo lleno de nubes que pintó René Magritte. ¿Existe influencia de aquel pintor belga en su obra?

-Sí, Magritte es una gran referencia para mí, pero aunque mi pintura tiene connotaciones surrealistas, no pertenece a esa escuela. Mis trabajos pictóricos no son la creación que surge a través de lo onírico, de los sueños o de la irracionalidad. Estéticamente evocan el surrealismo, pero su concepto es totalmente distinto. Mis cuadros casi son matemáticos; todo esta justificado. En el surrealismo no hay que justificar nada, es la escritura automática, es lo que venga. Lo mío es lo contrario; existe una estética surrealista pero conceptualmente todo lo que aparece en cada pintura tiene su razón de estar.

-Lo mismo sucede con cada palabra en sus canciones.

-Exacto. La canción puede arrancar muy arbitrariamente, una palabra por aquí, una melodía allá. El azar dispone, transcurre el tiempo, algunas cosas desaparecen y se va quedando lo que se debe quedar; al final le doy la forma. Ninguna palabra, en ninguna de mis canciones, existe sin que no tenga un por qué estar ahí. Cada vez me empeño más en ello y cada vez me asusto más, porque en los últimos textos que estoy escribiendo me estoy metiendo en un corsé muy difícil, pues me voy estrictamente a lo imprescindible.

``Estoy haciendo un libro que se llama Animal II. Hace cuatro años saqué el Animal I; son textos breves que llamo poemigas, porque no son poemas, son como migas poéticas, medio haikús, medio aforismos. El libro va con un disco que incluye esas poemigas musicalizadas. Al terminar la segunda parte de Animal II, me di cuenta de que estoy reduciendo las herramientas del lenguaje. Si pudiera contar una cosa con una sola palabra, sería bueno. Estoy a la búsqueda de la palabra que sintetice todas las palabras. Evidentemente, hubo un primer fonema que todo lo quiso decir y a partir de ahí se fueron creando las palabras y adjudicándose los significados. García Márquez dice en Cien años de soledad: ``el mundo era tan joven entonces que para nombrar las cosas había que señalarlas con el dedo''; era la palabra del dedo cuando no había lenguaje, y al principio hubo una sola palabra. Al principio era el verbo.

-En esta época estamos en el extremo opuesto, muchas palabras han perdido su significado original.

-Sí, pues al usar tanto las palabras las vamos corrompiendo. Si supiéramos bien lo que realmente significan las palabras no usaríamos muchas. Por ejemplo, animal no quiere decir bestia, es un absurdo decir ``los animales no tienen alma'', porque animal viene del latín y quiere decir ánima, lo que tiene alma.

-¿Por qué se sintió tan mal con el éxito mundial que tuvo Rosas en el mar?

-No entendí por qué triunfó; el éxito no correspondía a sencillez de la canción. Sonó tanto que odié escucharla. Eran mediados de los años sesenta, había en el mundo una temperatura especial que hacía que se moviera toda una forma de entender la vida, nacía una generación que pensaba derribar todo lo anterior, todo tipo de esquemas tanto éticos, como artísticos, políticos y sociales. Se debía empezar desde cero. Había un deseo de inventárselo todo, de cambiarlo todo, las costumbres, la forma de vestir, de amar. Lamentablemente aquella fue una revolución condenada al fracaso, porque se tenía una visión romántica de la vida. Fue la primera vez que se hablaba de sistemas, y la propuesta era vivir fuera de ellos. Ahora es todo lo contrario, la gente quiere vivir dentro de un sistema. Lo lamentable es eso, que ha ocurrido todo lo contrario de lo que uno deseaba en aquellos años. Pero, bueno, hay que conservar aquel espíritu inconformista. Es una buena vitamina para seguir viviendo.

-En estos 31 años de producción musical, ¿cuál es su canción más amada?

-Las quiero a todas como si fueran mis hijas, pues corresponden a una experiencia determinada, pero probablemente la canción que hubiera soñado escribir y que llegué a escribir es La belleza. No es mejor ni peor que las otras, pero es una canción mágica, es de las que menos trabajo me costaron hacer, pues fue como si ya estuviera hecha y sólo tuve que desempolvarla un poco y sacarla al mundo. Ni siquiera pidió que la ayudara a nacer, ya había nacido y estaba escondida por ahí. Es la única canción en la que siento que no he hecho nada. Algo llevó mi mano hacia donde debía de ir. No exagero, eso fue.

-Siendo la más querida, ¿le gustó la versión de ella que hizo Miguel Bosé para su disco Once maneras de ponerse un sombrero?

-Bueno, es otro punto de vista. Para mí, La belleza es una canción más austera, que no necesita tanto bluff, porque reivindica precisamente la belleza de lo desnudo, de lo esencial, de lo que es verdadero. Desde su punto de vista, como él la ha tratado, esa es una excelente canción, aunque no coincida con mi opinión. Fue una bella travesura.

-Aire contiene la canción Cinco minutos, dedicada a Katy Jurado, y dice algo así como ``era la noche como un suave infierno de diablos borrachos cantando a la luna de Tepoztlán (...) cuando alguien te dijo, señora, las diosas nunca se van''. ¿Es real el hecho?

-Sí, fue un viaje que hice a casa de un amigo en Tepoztlán, la conocí ahí. Y fue muy especial para mí, pues cuando yo era niño estuve enamorado de ella, era mi novia. Es una gran actriz a pesar de que nunca tuvo papeles protagónicos. Mi favorita es una película que hizo en Hollywood; salía Bob Dylan y también la música era de él, aquello de ``knock, knock, knockin''. Katy tiene ahí un papel precioso, pues en un momento es tierna, adorable y maravillosa, y a la escena siguiente se dedica a matar violentamente a la gente. Es muy difícil dar esos dos matices en tan poco tiempo. Y bueno, la conocí en casa de mi amigo. Me parecía imposible; estuvimos bastantes horas en la fiesta y eso acabó con un grupo de borrachos que nos fuimos a cantar y ella, aunque ya se iba, al ver que estábamos cantando se quedó, y creo que se pasó un buen rato. De ahí salió la canción.

-Entre canciones y pinturas, también le da tiempo de hacer cine.

-Sí, ahora precisamente estoy metido en una aventura extraña, que no sé cómo va a acabar. Es esta película llamada Un perro llamado dolor, que pretendo sea larga y está toda dibujada. Es muy artesanal; no hay ningún equipo trabajando conmigo; me la paso horas y horas encerrado en el estudio dibujando cada cuadro. Si sobrevivo al intento será un largometraje.

Las quince canciones en inglés incluidas en el disco Invisible, que completan los 31 temas que festejan igual número de años de carrera musical de Luis Eduardo Aute, no fueron editados con el disco Aire, que esta semana puso a la venta Emi, por lo que en México la celebración será a medias: ``aquí el aniversario perdió su sentido'', dice el autor, quien concluye esta conversación leyendo el poema que musicalizó de Fernando Pessoa: ``Es suave el día, suave el viento./ Es suave el sol y suave el cielo./ ¡Que fuera así mi pensamiento!/ ¡Ser yo tan suave es lo que anhelo!/ Pero entre mí y las suaves glorias/ del cielo y del aire sin mí/ hay muchos sueños y memorias./ ¡Lo que yo quiero es ser así!/ Ah, el mundo es lo que a él traemos,/ todo existió porque existí,/ hay porque vemos./ Y hay mundo porque yo lo ví!''

(Luis Eduardo Aute y Amaury Pérez se presentarán en concierto, a entrada libre, hoy lunes a las 6 de la tarde en el teatro Angela Peralta, ubicado en Emilio Castelar esquina Aristóteles, en Polanco)