León Bendesky
Miopía política en la reunión de Washington

Ni los técnicos ni los políticos ofrecen medidas convincentes para contener los efectos adversos de la crisis financiera internacional. La asamblea de ministros de Hacienda, banqueros centrales y jerarcas de los organismos multilaterales reunida la semana pasada en Washington, dejó un vacío de liderazgo que no podrá sino seguir alentando la incertidumbre y la inestabilidad de los mercados.

El límite del modelo económico que opera prácticamente de manera general, y de las políticas que se aplican en casi todos los países, se pone de manifiesto en el hecho que sólo hay un instrumento sobre el que se pone todo el peso del ajuste que se persigue. Ese instrumento es la tasa de interés de los países industrializados como Estados Unidos o Gran Bretaña, que se reduce como un factor para frenar la inestabilidad generada por los grandes flujos de capitales. Pero los márgenes de maniobra de las tasas de interés no parecen ser suficientes para controlar las repercusiones de la situación financiera. No se trata únicamente de la gran volatilidad de las variables clave, sino de los efectos estructurales que se han provocado en los circuitos de endeudamiento y en las condiciones de funcionamiento de las instituciones, ya sean bancos comerciales o fondos de inversión.

La señal que significa la tasa de interés para unos mercados en los que se mueven diariamente enormes cantidades de recursos, en transacciones sobre las cuales se ejerce un muy escaso control y supervisión, parece demasiado corto. Este puede ser incluso una señal desfavorable, ya que ante menores rendimientos en los títulos de deuda hasta ahora considerados como seguros (emitidos por el Tesoro estadunidense) puede alentarse una mayor especulación para obtener ganancias de muy corto plazo. Este escenario existe, efectivamente, debido a la segmentación de los mercados financieros, ya que en las economías emergentes las tasas, lejos de bajar, tienden a incrementarse para frenar la devaluación de las monedas.

Los ajustes que se están haciendo en países como Indonesia o Corea, y los que se aplicarán en Brasil, no son suficientes para clamar la turbulencia financiera. Japón, cuya crisis bancaria es todavía de dimensiones desconocidas no ha aplicado acciones decisivas de control; en Estados Unidos estuvo a punto de quebrar el Long Term Capital Management y se requirió la intervención de la Fed con aportaciones de los bancos comerciales. No deja de ser expresivo del modo de operación del capitalismo financiero que este fondo de inversión fue creado por dos Nobel de Economía, Merton y Sholes, premiados por sus aportaciones a la teoría de la administración de los riesgos. Y no puede dejarse de lado la situación de Rusia, que se convierte en un verdadero hoyo negro de la economía y la sociedad mundiales.

Según algunos de los notables personajes reunidos recientemente en Washington, se intenta prevenir una crisis como la de 1929. En efecto, hay diferencias en la manera en que se está atacando la situación actual. Pero, siguiendo las pautas especulativas de los mercados financieros, las apuestas hoy serían cuando mucho de 50 por ciento a que se logra prevenir la profundización de la crisis. Y debe diferenciarse entre prevenir la crisis de modo temporal, como ha ocurrido, por ejemplo, en 1982 o 1987, y crear las condiciones del crecimiento económico con mayor estabilidad. De esta crisis podría, tal vez, salirse mediante otro parche de medidas de política económica, pero dejando enfrente las bases para la siguiente, que será más próxima en el tiempo y más profunda.

Y mientras hay esta miopía técnica y, especialmente, una parálisis política para actuar ante la situación financiera mundial, el Banco Mundial acepta lo evidente: hay demasiados pobres en el mundo. La euforia del libre mercado, de las reformas económicas y de los mercados financieros dejan a la humanidad en estado muy maltrecho para el final del siglo (fecha que aquí se toma sólo como simbólica).

En 1944 los aliados sabían que después de la guerra se requería un acuerdo político amplio y el establecimiento de reglas para la reconstrucción del sistema capitalista y el funcionamiento de la economía. Para ello se hizo efectiva la hegemonía de Estados Unidos y la operación del dólar como dinero mundial. El acuerdo cumplió sus objetivos de crecimiento productivo por 25 años, lo que no significó ni el acortamiento de las brechas del desarrollo ni la mayor equidad social en el mundo. Con todas las diferencias de lo que significa salir de un largo periodo de guerras y crisis económicas que definieron la primera mitad del siglo, el momento actual requiere otro acuerdo político que establezca nuevos compromisos y reglas. Pero hoy no se perfila una acción de esta naturaleza, y ahí está la principal deficiencia de la gestión de la crisis.