ASTILLERO Julio Hernández López
Pocas veces ha tenido el comité nacional priísta un secretario general tan controvertido como Carlos Rojas. De entrada, su origen político, vinculado estrechamente al salinismo y a las políticas de desarrollo social del solidarismo, generó suspicacias cuando asumió el segundo cargo priísta de importancia, pues su nombramiento se entendió como un gesto de conciliación entre los grupos zedillistas y salinistas, y como un boceto de concordato pensado para unir fuerzas neoliberales rumbo a la sucesión presidencial del 2000.
Aparte de tales conjeturas, la presencia pública de Rojas es afectada actualmente por la sensación que hay, en algunos grupos políticos del estado de México, de que fuese el candidato deseado en Los Pinos para ocupar la gubernatura de aquella entidad, tomando como pretexto la batalla que por tal postulación libran en estos días los grupos hankistas y chuayffetistas.
Sin embargo, el propio Rojas se ha encargado de crear sus propias turbulencias, como la que semanas atrás lo llevó a desestimar las aspiraciones presidenciales de Humberto Roque Villanueva, con un tono burlón y despectivo del que luego tuvo que desdecirse e inclusive pedir disculpas (hablemos de cosas serias, dijo Rojas cuando le preguntaron sobre el autodestape que se ofrendó el autor de la roqueseñal).
El gobernador del estado inconveniente
Ahora, el secretario Rojas se ha enfrascado en una ríspida batalla con el gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva Madrid, con quien ha intercambiado inusuales declaraciones y acusaciones.
Ciertamente, el gobernador Villanueva Madrid tiene amplios motivos para sentirse agraviado y explotar contra los dirigentes formales de su partido, como son el presidente, Mariano Palacios Alcocer, y el secretario general, Rojas.
Ellos dos han sido los instrumentos del poder presidencial que en esta ocasión decidió privar al polémico gobernador del derecho de dejar heredero, que en otras entidades se permitió a otros mandatarios (Beltrones a López Nogales, en Sonora; Horacio Sánchez a Fernando Silva, en San Luis Potosí, y Manuel Cavazos a Yarrington, en Tamaulipas, por ejemplo).
Seguido siempre por las sospechas de su involucramiento con el narcotráfico, el juego organizado y otras linduras cancunescas, Villanueva Madrid fue expuesto al ridículo político al pretender imponer a su delfín, el senador Jorge Polanco Zapata, como candidato priísta a gobernador.
Con una contundencia política que sólo podría obedecer a una instrucción de Los Pinos, Polanco Zapata declinó, y su corriente pareció apoyar a la de la diputada federal Addy Joaquín Coldwell, en una jugada que hizo creer en pactos de familia que resolviesen el difícil crucigrama político quintanarroense.
Pero pronto surgieron las ambiciones verdaderas: Polanco renunció a la coordinación general de la precandidatura de Joaquín Coldwell y comenzó una acometida política que pretendía convertir al senador en una especie de mártir de la democracia. Sin embargo, las presiones no prosperaron y quedaron como únicos competidores internos por la candidatura tricolor la diputada Joaquín Coldwell y Joaquín Hendricks, que fue finalmente el ganador.
En ese lapso, la inconformidad del gobernador Villanueva Madrid fue evidente, al grado de que en el PRD, por ejemplo, se analizó seriamente la posibilidad de ``aprovechar las contradicciones internas'' del priísmo para hacerse del despechado Polanco Zapata ¡y convertirlo en candidato perredista a gobernador!
Su chocolatote express...
La gota que derramó el vaso (presuntamente cuando el citado gobernador tenía varias gotas, o varios vasos consumidos) se dio en la maniobra para quitar al presidente del comité estatal priísta afín a Villanueva Madrid, Enrique Alonso (pero no el de los cuentos infantiles chocolateros, sin otro cuyo segundo apellido es Alcocer), y abrir el paso a uno más cercano a los intereses del comité nacional priísta y del candidato Hendricks.
Convertido de pronto en adalid de la democracia (aunque ya otras muestras anteriores había dado de tal actitud modernista, como miembro destacado del sindicato de gobernadores que es), Villanueva protestó por la maniobra con la que se quitó a uno y se puso a otro dirigente priísta.
Llegó tan lejos su enojo que acusó a Rojas de ser un salinista que palomeaba candidaturas de diputados y senadores en el pasado, y ahora víctima de graves ambiciones de poder. Además, dijo que no mantendría relaciones con el comité nacional priísta hasta que no renunciara la directiva actual (integrada por un presidente, Mariano Palacios, por si alguien lo hubiese olvidado, y el secretario Rojas).
Por su parte y en respuesta, el ex secretario de Desarrollo Social pidió al gobernador Villanueva no confundir lo personal con lo institucional, presentar sus objeciones y quejas por escrito ante la autoridad partidista competente, y aseguró que cuando se manifestó tan descarnadamente ``no estaba en sus mejores condiciones''.
Villanueva Madrid, el gobernador intolerante, autoritario, de mano dura, que presumía de resolver sus problemas llevando al mar a sus adversarios, cedió: refrendó su lealtad partidista aunque reconoció que tiene diferencias ``con un miembro del CEN del PRI''.
Pitorreándose del primer brody del país
No es el primer político que evita chocar con Rojas. Ya antes, otro Villanueva, el primer brody del país, se abstuvo de hacerle una roqueseñal a quien se había pitorreado (con justa razón pero con impropiedad institucional) de sus pretensiones de ser el próximo presidente de México. Cuidadoso, como quien sabe la fuerza que hay detrás de aquel adversario al que se prefiere eludir, el claridoso, dicharachero, folclórico y rijoso ex presidente del PRI prefirió darle la vuelta a Rojas.
En otras latitudes también hay muestras de esa fuerza. En Guerrero, por ejemplo, quedó como candidato a gobernador quien era entendido como favorito de Rubén Figueroa Alcocer y de Carlos Rojas: René Juárez.
En Baja California, además, el secretario general del PRI ha dejado una muestra más de la fuerza de su equipo político. Con la elección del nuevo gobernador, Alejandro González Alcocer, se ha iniciado el derrumbe del ruffismo en particular y, en general, del neopanismo que durante nueve años había mantenido el control pleno de la política en aquella entidad.
González Alcocer fue miembro de la Cocopa durante algún tiempo, en el que coincidió con el presidente de los diputados locales priístas de Baja California, Jaime Martínez Veloz, quien a su vez recibió de Rojas algunas de las más importantes promociones de su carrera como, por ejemplo, ser subdelegado de la Sedeso en Tijuana.
El comité nacional blanquiazul deseaba impulsar al diputado federal Fortunato Alvarez como nuevo gobernador, y los panistas bajacalifornianos a Eugenio Elorduy, pero la interpretación rígida de ciertas disposiciones legales le dio a los priístas argumentos para desechar tales propuestas, que hubiesen consolidado al panismo hegemónico y abrir el paso a quien un par de días antes había sido electo presidente estatal del PAN, el citado González Alcocer que, siendo militante de abolengo, no concuerda con los excesos del panismo ruffista.
La primera muestra de los desacuerdos internos del panismo se dio con la inmediata renuncia de dos secretarios del gobierno del fallecido Héctor Terán Terán, uno de ellos el secretario general de Gobierno, que ante la enfermedad y el cansancio crónico de don Héctor se había convertido en virtual gobernador adjunto.
Tal es el saldo de Rojas: un ex presidente del PRI descalificado, un gobernador emberrinchado, un candidato a gobernador en Guerrero y cercanía con un gobernador panista.
Y todo este trabajo político, ¿a favor de quién?
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