Hace 30 años, en pleno auge del milagro económico, 30 millones de brasileños pobres residían en el campo. La propaganda de la dictadura militar de Emilio Garrastazú Medici rezaba: ``La economía va bien, el pueblo va mal''. Hace 20 años, al empezar la recesión, cuando los pobres del campo sumaban 45 millones e invadían las principales ciudades, el general Joao Figueiredo decía: ``Mi preocupación son los más necesitados''. Hace 10 años, en democracia, el gobierno constitucional de José Sarney planteó: ``Todo por lo social''. Después, el yuppie Fernando Collor de Mello juró que pondría lo mejor de sí para resolver los problemas de los ``descamisados'' y de los ``pies descalzos''. Lamentablemente se quedó sin tiempo porque fue destituido por ladrón.
La esperanza llegó con el sociólogo Fernando Henrique Cardoso. Viejo teórico de la dependencia y posiblemente el más culto de todos los gobernantes de Brasil, Cardoso acabó siendo víctima del capitalismo salvaje impuesto por el imperialismo... perdón, perdón, por ``...los factores externos y las razones psicológicas de la globalización modernizadora''.
Muchas voces niegan el fracaso económico brasileño. Y de algún modo tienen razón pues en 110 años pocas economías tuvieron un desempeño tan formidable. Aunque lo que llama la atención de la economía brasileña en su capacidad para desarrollarse y la incapacidad para promover un destino mejor a los desamparados: 350 mil millones de dólares anuales del producto interno bruto (14 veces más que el de hace 30 años), sin saldo positivo en la vida de 60 millones de personas que viven por debajo de la línea de pobreza absoluta. ¿Fatalidad estructural u opción política?
El informe del Banco Mundial de junio de 1996 situaba a Brasil como líder en materia de distribución injusta: 10 por ciento de los habitantes concentraba 54 por ciento del producto nacional bruto. En una década, el uno por ciento de los brasileños más ricos había aumentado su ingreso de 13 a 17 por ciento, en tanto el de la mitad de los más pobres había caído de 13 a 17 por ciento y el de la mitad de los más pobres había caído de 13 a 10 por ciento.
En 1888, el emperador Pedro II decretó la Ley Aurea, para dar por terminados 53 años de luchas contra la esclavitud. Al año siguiente se proclamó la república. La aristocracia agraria cedió ante el ímpetu de la propaganda positivista que consideraba el sistema republicano como la forma ``más científica y definitiva de gobierno''. Más de un siglo después, 43 millones de brasileños de mil 200 municipios de diversos estados del nordeste miraban con entusiasmo el asalto a las bodegas de alimentos con el apoyo de la Iglesia católica y de los sindicatos. Prelados progresistas y conservadores invocaron a San Juan Crisóstomo y San Agustín para justificar el saqueo.
El obispo Mauro Morelli cita pasajes de la encíclica Gaudime Spes : ``Robar para comer es doctrina de Santo Tomás de Aquino''. Marcelo Pinto Carvalheira, arzobispo de Ceará, defiende el asalto de supermercados y recibe apoyo del prelado conservador Amaury Castanho.
Pero en vez de enviar tropas con cestas de comida, el gobierno de Cardoso ordenó controlar a las familias de famélicos.
La Comisión Pastoral de la Tierra calcula que más de 3 mil personas fueron asesinadas entre 1985 y 1997. La mayoría eran campesinos, técnicos, sindicalistas y religiosos que luchaban por la reforma agraria. Más víctimas que las caídas en 21 años de dictadura (1964-1985). Dato de poca importancia para los organismos de crédito internacionales si el ex teórico de la dependencia pudo alcanzar el histórico récord de 78 mil millones de dólares de reservas netas.
Junto a México, Brasil es el principal exportador de manufacturas de América Latina. No pocos empresarios consideran que es el país ideal: tiene el salario mínimo más bajo del continente. No hace mucho los empresarios brasileños dijeron que marcharían a la ``quiebra'' si los salarios eran elevados a cien dólares mensuales, monto insuficiente para vivir en una favela, donde se requieren cerca de 250 dólares porque en muchas ya hay luz y agua potable.
¿El ideal de la democracia liberal no es acabar con la pobreza? José Louzeiro, escritor de temas sociales y guionista de cine, me dijo en una entrevista: ``Es solamente un ideal. Porque si acaban con la pobreza ya no habrá mano de obra barata para ser diferente. La élite brasileña es más consciente que otras en cuanto a defender con uñas y dientes sus privilegios y egoísmos. Nuestra élite nunca dejó de ser esclavócrata''.