La Jornada Semanal, 11 de octubre de 1998
Usted es un escritor nacido en una isla española, que escribe sobre una isla caribeña.
-Soy un español raro, porque las islas Canarias son esa España insular cuya historia está mitad en Venezuela y mitad en Cuba. Las vinculaciones con esta última son históricas, reales, de sangre y de memoria. Cuba se me hizo presente desde que tengo uso de razón, a través de mi abuela y de mis padres, hasta el punto de que, cuando era pequeño y no conocía la geografía, creía que era una de las Islas Canarias. Yo no busqué a Cuba; me la encontré en la cocina de mi casa, y a partir de ahí ha sido una presencia cotidiana. Tengo la impresión de que todo lo que he escrito hasta ahora era la subida de una escalera, hasta su culminación con Así en La Habana como en el cielo.
-¿Cómo definiría su novela?
-Es una novela de amor con trasfondo de desamor. El trasfondo político que pudiera hallar algún lector despistado, o algún crítico que quiera verlo -está en su derecho-, se da sólo porque es imposible escribir una novela de Cuba sin que tenga un cierto factor político. Durante cuarenta años la política absolutista de Castro he permeado toda la vida cotidiana de la isla, y hablar de la vida cotidiana de ahora y no hablar de política me parece un contrasentido. Pero Cuba es más que Castro, y naturalmente mucho más que el anticastrismo. Es un país mulato y mestizo, y en medio hay una cantidad de mezclas benéficas. Cuando las cosas cambien, cuando Castro desaparezca de manera biológica como todos los mortales -hay quien piensa que no va a morir-, habrá un encuentro o reencuentro razonable de todos los cubanos. Ése es el cántico de esperanza moral que hay en la última página de la novela, en la voz de Petra Porter.
-Tengo entendido que para esta novela llevó a cabo una investigación bibliográfica y de campo muy amplia.
-Mi método de trabajo es la obsesión, después la tenacidad, luego la reflexión, y entonces el orden de prioridades de la novela. Yo he ido a Cuba a beber lo que le interesaba a los personajes, a conocer las plantas, la geografía, las estéticas, la música real y la música verbal del cubano, del habanero. Cuando tuve que ir a conocer el tabaco, tomé un coche a Pinar del Río, hasta dentro de la finca, para hablar con los que lo cultivan. Eso al principio despertaba una cierta sospecha, pero después pensaron: este tipo no viene a hacer política, no tiene novia, no quiere hacer negocios, simplemente quiere a Cuba.
-Marcelo Rocha está todo el tiempo obsesionado por Petra Porter, habla de ``una lenta y dilatada conquista que se amparaba en el triunfo final''.
-Dicen los críticos que Marcelo Rocha es mi alter ego. Es un joven estudiante y periodista en Los dioses de sí mismos, y un periodista más o menos maduro en esta novela; es un personaje que aparecerá probablemente en otras novelas, y vaya uno a saber si dentro de diez años no firmo con el nombre de Marcelo Rocha. A mí me gusta la piel que no tengo, lo cual desmiente la posibilidad de racismo. Cuba me interesó siempre porque es muy ecléctica: hay de todo, lo asume todo, y todo parece que es de ellos; lo dicen con un sentido común que tiene un toque de magia que le falta a otra gente. Marcelo Rocha está hipnotizado por todo esto, y a partir de ahí tiene su experiencia en Cuba; es muy probable que vaya a estar enamorado eternamente de Petra Porter.
-Hábleme de Pedro Infinito, el viejo marinero.
-Es el nombre de un personaje de Galdós. Ahí hago un guiño en homenaje a Galdós, como hay tantos en homenaje a Hemingway, que a mí me parece uno de los mejores novelistas de todos los tiempos. Pedro Infinito en realidad se llama Gregorio Fuentes y vive a trece kilómetros de La Habana. Tiene exactamente cien años. Fue el detonante para que escribiera la novela, que en principio era su historia, porque además es canario. Lo conocí en el '85, de la mano de Norberto Fuentes, cuando fui a Cuba a buscar la huella de los canarios. Empecé a conocerlo a fondo, empecé también a leer todo lo que había sobre Hemingway, y sobre Gregorio Fuentes con Hemingway, e hice un pergeño de novela. Cuando volví a Cuba aparecieron esas historias que son Así en La Habana como en el cielo y que cambiaron el proyecto, lo mestizaron, lo amulataron.
-Marcelo Rocha considera a Hemingway como un ``fantasma enorme'' y asegura que el mito terminó por sepultar al hombre.
-Ésa es mi tesis. Este escritor -el borracho, el aventurero, el pescador- se levantaba por la mañana y hasta que no escribía tres mil palabras, con la obsesión de que le daban para comer, no se tomaba una copa. Ha dejado una gran cantidad de libros inéditos que hasta ahora empiezan a conocerse. Era un ser humano frágil por dentro, un tipo generoso con sus amigos y violento con sus enemigos. Era un poco paranoico y neurótico, pero ¿qué escritor no lo es?
-Otro personaje, Hiram Solar, decide abandonar Cuba.
-Por la misma razón que miles de cubanos lo han hecho. Porque la revolución castrista los forma de una manera que nunca pudo soñar esa clase social salida de la manigua: los instruyen, los mandan a Moscú, en este caso a Luanda. Hiram Solar estudia electrónica, saca un doctorado, es un cubano privilegiado dentro del sistema. Cuando llega a Cuba le dicen: ``Haz esto'', él contesta que está mal y pide que le dejen explicar cómo hay que hacerlo. Entonces dicen: ``Ah, mira, viene a enseñarnos a nosotros, los que lo sacamos de la manigua.'' El tipo no aguanta y demuestra que puede hacer un barco y huir. Este personaje existe, yo lo he conocido en Cuba, porque él ya puede volver. Entra y sale de vez en cuando, y vive en Las Vegas.
-Los escritores de la isla que usted ha conocido, ¿disfrutan hoy de mayor libertad?
-Mayor libertad que cuando la guerra fría, desde luego, y seguramente menos libertad que mañana. Pero yo tengo la certeza de que dentro de diez o doce años Cuba se va a convertir en un centro americano de música, poesía, teatro, ballet contemporáneo, lírica verbal. Hay 12,000 músicos profesionales; lo que no hay es el mecanismo industrial.
-¿Cómo son ahora las relaciones de España con Cuba?
-Va a haber una nueva luna de miel. He cultivado la idea de que el Rey tiene que ir a Cuba, porque es el único país del mundo que no ha visitado, e irá en el `99. El dicurso de Castro a la llegada del Papa fue contra los españoles, pero cuando llegue el Rey será uno más favorable. Yo soy partidario de ayudar a Cuba y de vincular esa ayuda a un diálogo con el gobierno de Castro. Las únicas salidas pacíficas a las dictaduras las hacen aquéllos que conocen exactamente la herencia del régimen anterior: España, Alemania del Este, Hungría, Chile. Yo no soy partidario de la guerra, sino de la esperanza.