En estos días que conmemoramos al movimiento estudiantil de 1968, el PRD elaboró su propio lema: ``Ni perdón ni olvido''. Experiencias como la española y la chilena nos demuestran que sin perdón y sin olvido es difícil, sino imposible, edificar transiciones democráticas que resistan a la tentación justiciera y le den la vuelta a las páginas grises de la historia. Como sea, también es cierto que el olvido y la desmemoria suelen jugar a favor de los intereses que se resisten al cambio, y de ahí la pertinencia del llamado perredista a conjurar los fantasmas del olvido, que suelen convertirse en los demonios de la impunidad.
Justamente, porque el olvido juega a favor de los autoritarismos y porque la amnesia es la ruta más sencilla para evadir la crítica y la autocrítica, no es ocioso ni tampoco necio que 30 años después sigamos interesados en aclarar la fuente principal de las responsabilidades en la matanza del 2 de octubre, y también que aún sea materia de interés público la información sobre la actuación en el 68 de todos los personajes que en la actualidad protagonizan la escena política.
Recientemente le ha tocado el turno a Porfirio Muñoz Ledo, a quien nadie puede negar su decidido impulso en la transición mexicana, su brillo como polemista y su proverbial talante político. Con todo, Muñoz Ledo no está exento de someterse a la revisión histórica de su vida pública, no con ánimos de linchamiento ni como fuente vana de descalificación, sino simple y sencillamente porque, como lo señala su propio partido, el olvido fomenta la impostura y es, por esencia, conservador, fuente de injusticias e impunidades.
En un reportaje aparecido en el número 1142 del semanario Proceso, Carlos Marín citó algunos párrafos de un discurso pronunciado por Porfirio Muñoz Ledo en septiembre de 1969, tras el quinto Informe del presidente Díaz Ordaz. A la semana siguiente, el diputado perredista envió una carta al semanario, señalando que ``es inexacto que (dicho documento) contenga referencias a los actos represivos del gobierno y su objetivo expreso fue, por el contrario, destacar los pasajes de ese informe que representaban críticas (al) modelo de desarrollo''. Más aún, con sobrada benevolencia, Muñoz Ledo expresa que aquel discurso sirvió ``a los fines de la apertura democrática de la que el país estaba tan necesitado''. En la contraréplica, Marín sólo se refirió a la textualidad de los párrafos reproducidos. Vale la pena por lo tanto acercarnos más al texto de marras, redactado por quien entonces se desempeñaba como Secretario General del IMSS.
Se trata de un discurso que Porfirio Muñoz Ledo pronunció el 9 de septiembre de 1969 a nombre del CEN del PRI, durante una jornada de conferencias para ``explicar y divulgar el ideario político del Presidente'' (Muñoz Ledo, dixit), con motivo de su quinto informe. El mismo en que Díaz Ordaz declaró: ``asumo íntegramente la responsabilidad personal, ética, social, jurídica, política e histórica, por las decisiones del gobierno en relación con los sucesos del año pasado''.
La versión íntegra del discurso de Muñoz Ledo apareció en el El Nacional el 14 de septiembre de 1969.
De su lectura podemos asegurar que Muñoz Ledo se equivoca en su aclaración. Hoy le otorga a sus palabras una intención diferente a la que tuvieron entonces, y un tono de neutralidad inexistente. Aquel discurso, es cierto, habla fundamentalmente de los temas ligados al modelo de desarrollo del país, pero va mucho más allá. De entrada, destaca su alto contenido adulatorio. Muñoz Ledo se expresa de Díaz Ordaz y de su informe en forma por demás elogiosa, lo califica como un ``armonioso conjunto de tesis que interpretan por sí solas los actos del poder público''. Dijo además que el informe: ``establece una relación consecuente entre los principios, la realidad y los actos de gobierno, (...) lejos del lugar común (y) de la retórica fácil''. El Informe, añadió, ``sobrecoge por su franqueza y gravedad'', y confiesa estar ``hondamente conmovido'' por el ``valor moral y la lucidez histórica del presidente Díaz Ordaz (al expresar su confianza) en la limpieza de ánimo y en la pasión de justicia de los jóvenes mexicanos''.
Según el Muñoz Ledo de 1969, el PRI era el partido ``cuyos principios y programas de acción están ordenados (...) según el pensamiento que hoy confirma, esclarece y afianza con actos el más distinguido de sus miembros: Gustavo Díaz Ordaz''. El ``rumbo señalado'' al país por el entonces presidente es ``el mejor respaldo y la argumentación más concluyente que nuestro partido puede ofrecer a la ciudadanía''. Tal vez en esto último no se equivocaba. Celebró también la capacidad de Díaz Ordaz para ``razonar frente al pueblo, exponer problemas, plantear dudas y deducir certidumbres''. Exactamente lo contrario a lo que podemos inferir del estilo profundamente autoritario de Díaz Ordaz. Y citó un fragmento sumamente paradójico del discurso presidencial: ``nuestro partido no ha tendido ni tenderá jamás emboscadas políticas a los hombres de convicción ni a los sectores más avanzados de nuestro país''. ¿Debemos pensar entonces que los estudiantes emboscados en Tlatelolco fueron sacrificados por no ser ``avanzados hombres de convicción''?
Muñoz Ledo también hizo eco de la forma belicosa y despectiva con la que se solía fustigar a los críticos del régimen. Condena su ``indolencia mental'' y los acusa de confundir ``la ideología con esquemas políticos o culturales que son y fueron de otro contexto''. Para Muñoz Ledo, los opositores, son predicadores ``de un voluntarismo aventurero'' que impulsan al país con ``entusiasmos intermitentes y euforias momentáneas''.
Pero el párrafo más directamente ligado al tema del movimiento estudiantil y sus efectos no es ninguno de los que reprodujo Marín en su reportaje, sino el siguiente, donde de manera clara Muñoz Ledo elogia el hecho de que los sucesos del 68 no modificaron ``en lo más mínimo'' la estructura de poder y el sistema vigente.
``En todo el mundo existe la convicción de que los últimos movimientos de rebeldía y de protesta han dejado como secuela inmediata el aumento de poder de los enemigos del cambio social. Con la más estricta objetividad podemos afirmar que los conflictos sociales que tuvieron lugar en la ciudad de México y que tan severamente inquietaron a la opinión pública no dejaron como saldo el más mínimo incremento del poder o de influencia a favor de quienes se oponen a la transformación social y a la autonomía del país''.
En otra parte, Muñoz Ledo señaló que ``la prueba suprema de los partidos políticos reside en la congruencia ideológica (y) en la obra realizada''. En esto último, sin duda, conserva la razón.