Las existencias posibles, anheladas, improbables; los destinos que pudieron transformarse con un solo golpe del azar. Dos suertes posibles y una sola vida. Helen (Gwyneth Paltrow), una joven londinense, ejecutiva en diseño publicitario, es despedida de su empresa injustamente. De regreso a casa, toma el Metro sólo para perder el tren por unos instantes, con la puerta cerrándosele en las narices. La escena se repite. Esta vez, de regreso a casa, Helen sí logra tomar el tren del Metro forzando las puertas a punto de cerrarse. Lo que sigue es la descripción paralela de lo que podría sucederle a la protagonista según cada hipótesis y con las posibles consecuencias del incidente en su vida afectiva.
Si yo hubiera... (Sliding doors) es el primer largometraje del británico Peter Howitt, mejor conocido por su participación como actor en la película de Jim Sheridan, En el nombre del padre (In the name of the father, 1993), estelarizada por Daniel Day Lewis. Su argumento, escrito por el propio Howitt, propone una idea interesante, no muy alejada del espíritu lúdico y fantasioso de Hechizo del tiempo (Groundhog Day, de Harold Ramis, 1993), con Bill Murray. En la cinta de Howitt no hay una enloquecedora repetición de los sucesos, ni el tiempo se desdobla interminablemente para enfatizar la conocida sensación de lo ya visto (el deja vu francés); en lugar de eso, se ofrece un encadenamiento de situaciones humorísticas continuamente en contraste con situaciones paralelas que vive una misma heroína. Dos versiones distintas de la misma trama, con personajes que encarnan los clichés más socorridos de la comedia romántica: Gerry (John Lynch), el marido infiel de Helen, un papanatas totalmente amoral, James (John Hannah), el tipo seductor a pesar suyo, ingenuo y romántico, que se vuelve una figura providencial para la joven engañada y, por supuesto, ese sueño de misógino que es la odiosa amante de Gerry, descrita acertadamente en el filme como una Cruella De Vil, o si se desea actualizar la comparación, como la Glenn Close de Atracción fatal.
En manos de un director más diestro en el manejo de la ironía, y deseoso de alejarse del estilo banal de la actual comedia romántica hollywoodense, la propuesta inicial de Si yo hubiera... y el reparto elegido habrían constituido una combinación muy atractiva. Lo que se presenta aquí en cambio es un monótono ir y venir entre una y otra trama, con una clave para el espectador: dos cortes de pelo distintos que le permitirán saber qué papel interpreta Gwyneth Paltrow, diferenciarla de su doble imaginario y no perderse en las peripecias sentimentales que cada una propone. Y aunque esta actriz tiene muy buen desempeño en los dos roles, el guión estropea las cosas cuando propone situaciones de humor involuntario: en una de ellas, el marido infiel abre la persiana en su cocina y descubre allí, sin que su mujer se percate de ello, a la diabólica Lydia. Lo único que falta en esta escena son las risas prefabricadas que generalmente acompañan a este tipo de situaciones en las teleseries cómicas estadunidenses. ¿Qué decir, además, del falso conflicto que crea malentendidos, lágrimas y azotes entre Helen y su nuevo amante James, y cuya resolución es insulsa y anticlimática?
El tema de una vida alternativa, la existencia que alguien podría llevar, si tan sólo un pequeño gesto o una confabulación de circunstancias adversas, orientara su destino hacia una dirección distinta, es algo por supuesto enigmático. Una idea excelente para el cine y su vocación ilusionista. Pero cuando esta idea tiene como objetivo único y obsesivo describir las posibilidades melodramáticas del adulterio y los lugares comunes del enamoramiento contrariado, al cabo de muy poco tiempo el espectador se percata de que no hay muchos desenlaces posibles, que la trama es elemental y muy previsible, y que la propuesta del director inglés agota su originalidad e impulso al cabo de muy pocas secuencias.
En otros registros fílmicos, más cercanos al drama, o a la sátira, o a la reflexión existencial, los temas del azar y la duplicidad han ofrecido productos notables (La doble vida de Verónica, de Kieslowski, o Smoking-No smoking, de Alain Resnais). Por su parte, Si yo hubiera... se limita a manejar, sin mucha imaginación o inventiva, una pequeña anécdota al principio ingeniosa, pero que a medida que avanza la historia se vuelve terriblemente cándida e inocente, como una broma repetitiva y simple, proferida por alguien tan encantador que apenas se atreve uno a interrumpirla.