La Jornada 9 de octubre de 1998

¡Salud, Saramago!

Mónica Mateos Ť José Saramago abordó el pasado 7 de marzo el avión que lo trajo desde su lugar de residencia, la isla española Lanzarote, a México con un claro objetivo: ``tomar partido'' por las víctimas de ``tantas humillaciones y asesinatos''.

En su agenda tenía marcados los días que visitaría Guadalajara, la ciudad de México, y con letras más grandes señaló el momento en que conocería Chiapas, pues para él fue ``un deber moral'' enterarse directamente de la realidad que vive un pueblo que ``lleva soportando cinco siglos de crímenes y torturas que se han recrudecido frente a sus justas protestas''.

Su firme convicción de ``señalar a los responsables de lo que pasa: el Estado y el capital'', fue una expresión valiente del escritor portugués ante la situación que entonces se vivía en México: el gobierno del presidente Ernesto Zedillo aplicaba ``en espíritu'' el artículo 33 constitucional al sacerdote francés Michel Chanteau -párroco por más de tres décadas en San Pedro Chenalhó-, por haber dicho en televisión que estaba convencido de que el gobierno había apoyado a los que perpetraron la matanza de Acteal; además, el Instituto Nacional de Migración (INM) había presionado para que se fueran del país los 200 italianos de la misión internacional de observadores de derechos humanos.

La visita del autor de Todos los nombres incomodó, en primera instancia, a Alejandro Carrillo Castro, comisionado del INM, quien le advirtió: ``vendrá a dar conferencias sobre aspectos culturales; espero que lo haga con respeto a las leyes que le están permitiendo entrar al país''.

Donde va el escritor, va el ciudadano

El 8 de marzo, en la capital jalisciense, un poco antes de que dictara una conferencia en la Universidad de Guadalajara acerca de la literatura portuguesa contemporánea -dentro de la Cátedra Julio Cortázar, que coordinan Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez-, Saramago dijo que no tenía ninguna inquietud: ``no me entra en la cabeza que me molesten (los responsables de Migración). Me parecería indigno que eso ocurriera. No vengo aquí a provocar ni al gobierno ni a las instituciones. Vengo como cualquier persona puede ir a cualquier parte del mundo a informarse, a saber lo que pasa si es algo que le interesa.

``Yo lo tengo muy claro. Lo que puede ocurrir es que no haya una coincidencia entre lo que desde el punto de vista del gobierno mexicano son los límites que están dispuestos a admitir o dentro de los cuales yo tengo que comportarme, y los que a mí me parecen humana y lógicamente mis propios límites. Puede que ocurra eso, pero no creo que se cometa algo que yo calificaría francamente como un disparate y me digan `váyase de aquí'.

``Un ciudadano (extranjero) que se emociona con lo que ocurre en Chiapas, como muchísimos ciudadanos que han venido a este país, viene aquí porque quiere mostrar solidaridad, ¿eso es injerencia? Donde va el escritor, va el ciudadano.''

Con la intención, además, de apoyar la realización de un libro acerca de Chiapas de su compatriota, el fotógrafo Sebasti‹o Salgado, Saramago llegó a San Cristóbal de las Casas el 14 de marzo. Antes, aclaró que le preocupaba Chiapas tanto como Argelia, ``y todo aquello que tiene que preocupar a la humanidad'' no ``por un carácter morboso o masoquista; no puedo cerrar los ojos a lo que está pasando. Lo que pasa en este momento es algo que ya no entiendo''.

Acompañado por su esposa Pilar del Río, el escritor portugués llegó la tarde de ese sábado al ex convento de Santo Domingo para escuchar a Carlos Monsiváis, a los obispos Samuel Ruiz y Raúl Vera López, y al poeta Juan Bañuelos hablar acerca de la matanza de Acteal.

El ahora Premio Nobel de Literatura 1998 dijo a sus anfitriones que estaba con ellos por una sencilla razón: ``si no nos movemos hacia donde esta el dolor y la indignación, si no nos movemos hacia donde está la protesta, no estamos vivos, estamos muertos (...) Lo ocurrido en Acteal ha conmocionado quizá no a todo el mundo, pero sí a toda las personas que tienen sensibilidad, inteligencia y corazón''.

El domingo 15 de marzo, muy temprano, llegó a Chenalhó. Un retén militar revisó minuciosamente tanto su pasaporte como el de su esposa. Recorrió las calles polvorientas de la comunidad de Polhó; Sealtiel Alatriste, su editor mexicano, y el escritor Carlos Monsiváis le mostraron el lugar exacto donde fueron asesinadas 45 personas, el 22 de diciembre de 1997.

Con los brazos cruzados y la vista fija frente a la fosa colectiva, el novelista no pudo más que recordar lo que escribió en su poema-novela El año de 1993, al explicar que encontró ``una guerra del desprecio''.

Caminó entre los niños, incluso le sonrió al pequeño Jerónimo, el infante que sobrevivió a la matanza y que resultó con la mano destrozada por un machetazo. Saramago, además de las historias y las imágenes, se llevó de Chiapas una piedra de la montaña, pues acostumbra hacerlo en cada sitio que visita; ``no de todos, asegura; no dice de cuáles sí'', escribió Hermann Bellinghausen en La Jornada (16 de marzo).

Inmerso entre las dudas del mundo

Al otro día, de regreso a San Cristóbal de las Casas, José Saramago ofreció una conferencia de prensa en la que afirmó: ``si alguna vez hubo en la historia de la humanidad una `guerra' desigual, no la hubo nunca como ésta (...) está clarísimo que el Ejército no protege a los desplazados. Sólo para el que no quiere ver ni entender las cosas, se oculta el hecho de que el Ejército y los paramilitares son la uña y la carne juntas''.

Sorprendido, indignado, perplejo, puntualizó: ``quizá sería mejor para unos cuantos que me diera igual la situación de los indios en Chiapas... pues no, no me da igual''.

El 18 de marzo llegó a la ciudad de México. Ya sea motivados por sus libros o por todas las palabras como balas que virtió sobre México, cientos de lectores buscaron en El Colegio de Nacional la firma del novelista. En el aula grande de dicha sede, Saramago dictó la conferencia Una nueva geografía de la novela: ``nunca seremos más que la memoria que tenemos y esa es la única historia que tenemos que contar (por eso) somos cuentos de cuentos contando cuentos: nada''.

Una larga ola juvenil de aplausos recibió a Saramago -y agradeció su solidaridad-, el martes 19, a las 13:00 horas, en el Auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Abrumado, el autor de Ensayo sobre la ceguera se llevó la mano a la cabeza y humildemente confesó: ``de gurú no tengo nada, porque me asaltan todas las dudas del mundo''.

Generoso, le regaló a ese auditorio emocionado la lectura de su novela más reciente Todos los nombres y luego, como siempre, sus amorosas ideas: ``lo que me gustaría es quedarme una, dos, tres, cuatro, cinco, seis o diez horas con ustedes. Que estuviéramos todos juntos hablando de literatura, hablando de nosotros, de quiénes somos o de quiénes creemos ser. Es decir, hablando de esto de ser sencillamente una persona''.

Fue un día agitado que también incluyó su participación en la firma del convenio de la ciudad de México con el Parlamento Internacional de Escritores para convertir al Distrito Federal en una de las 23 ciudades-refugio para literatos que sufren persecución en sus países de origen, realizada en el Museo de la Ciudad de México.

Entonces Saramago, sin bajar la guardia, ante el jefe del gobierno capitalino, Cuauhtémoc Cárdenas, Carlos Fuentes, Rafael Tovar, Carlos Monsiváis y Luis de la Barreda, entre otros, apuntó: ``si se me permite la injerencia, yo diría que los indios de Chiapas no pueden encontrar refugio en México. No estaría bien que injustamente pensáramos sólo en la seguridad de los escritores. Pensemos en ello''.

El domingo 22 de marzo participó en un acto conmemorativo por los muertos de Acteal, en el Angel de la Independencia. Faltaban dos días para que partiera del país e hizo un llamado ``a que las conciencias despierten'' ante la situación de Chiapas.

``No pido un levantamiento, sino eso que llamo una insurrección moral, desarmada... una insurrección ética'', explicó antes de depositar un clavel rojo en la ofrenda.

Combatir la injusticia

El lunes por la noche, en la fiesta por los 40 años de la novela La región más transparente, de Carlos Fuentes, realizada en el salón Los Angeles, se reunió el portugués con sus colegas Fuentes y Gabriel García Márquez. Entre baile y baile, Saramago comentó: ``me voy de aquí con la idea de que si yo tenía un deber que cumplir, lo cumplí, y si he podido cumplirlo sin más complicaciones para el gobierno, entonces pienso que a partir de ahora no encuentro ningún motivo para que desde mañana, que me voy, el gobierno mexicano se comporte de una manera diferente con otro extranjero''.

A estas alturas, el comisionado del INM había calificado a Saramago como ``visitante destacado'', estatus que le confería el ``derecho'' a ser respetado en sus ideas, además de que recalcó que en México ``no existe el delito de opinión''. Incluso, Saramago fue invitado a ``saludar'' al secretario de Gobernación, Francisco Labastida, a quien el escritor le dijo ``lo que tenía que decirle'', y el funcionario escuchó ``lo que tenía que escuchar''.

Antes de correr al aeropuerto, Saramago visitó la Casa Museo de Luis Barragán, acompañado por Carlos Payán, Epigmenio Ibarra y su equipo de Argos con quienes grabaría una entrevista que fue transmitida por Canal 22. Al caminar por el jardín, sus últimas palabras en México fueron: ``este espacio es como si fuera el mundo, como si el mundo se hubiera encerrado aquí, como si no hubiera más mundo''.

José Saramago se despidió y quizá, en el avión de regreso a la isla de Lanzarote, puso una palomita en su agenda, en la línea donde apuntó que visitaría México ``para contribuir a sensibilizar a las instituciones y pueblos occidentales sobre la necesidad de actuar contra la injusta situación'' que prevalece en Chiapas.