Hace tiempo, el PAN era un organismo consecuentemente derechista, lo que permitía a todo mundo saber a qué atenerse en el momento de fijar puntos de vista políticos, incluso por anticipado. Pero desde los tiempos delamadridistas pudo pensarse que en el panismo estaba produciéndose cierta revisión geométrica, cuando todo lo que había ocurrido era que el partido oficial se había derechizado hasta copar totalmente la posición. Desde hace más de dos décadas, los panistas han venido aprovechándose de tales o cuales circunstancias para obtener espacios de poder, sin cuidarse de si al hacerlo se atropellaban o no sus principios más moralmente encomiables. Pero pocas veces, quizás nunca, había dado una muestra de autonegación y oportunismo de consecuencias tan escarnecedoras como el reciente acuerdo con Hacienda sobre el Fobaproa (acuerdo que, hasta ahora, al parecer sólo compromete a los dirigentes). Queda la impresión de que durante el ya largo periodo de debate sobre el fondo afamado, todo su afán fue no ponerse en regla con el derecho y la razón, lo que lo haría buscar congruencia, sino sólo encarecer el producto para luego venderlo mejor. Obviamente, con deuda pública o con recursos públicos, el pueblo pobre del país tendría que pagar el monto total de los pasivos más los intereses, sea como contribución impositiva, sea como gasto social. Para entender esto no se necesita ningún talento rezumante. Así, a las continuas y vastas ulceraciones sociales, habría que agregar una más, proveniente de la sola impunidad.
Pero los dirigentes panistas tendrán que explicar a sus electores, y a todo el país, cómo ahora encuentran bueno algo que ayer fue nefasto. Evidentemente, le sobra razón a López Obrador para reclamarle a su homólogo cómo es que de pronto lo que ayer era violatorio de la Constitución ahora, con unas cuantas vueltas de astucia circense, se vuelve la esencia misma de la constitucionalidad. Y cómo al PAN le parece ahora una suerte de santa alianza lo que hasta ayer era, y sigue siendo, complicidad de funcionarios públicos y banqueros. También cómo se consintió que el PRI, partido que penetró profunda e ilegalmente en el Fobaproa durante las pasadas elecciones nacionales, dejara pendiente una deuda con la sociedad que al menos financieramente podría liquidar (lo de las imposiciones electorales ya quedó como tal). Según se ve, todo está olvidado por el PAN. ¿A cambio de qué?
Pero la sociedad no olvida tan repentinamente. Es incierto que todos los votos que por esta causa pierda el PAN pasen maquinalmente al PRD, si bien mucho de esto sucederá. Cuando López Obrador hizo sus primeras denuncias no estaba buscando solamente un beneficio electoral, sino librar a la gente del pueblo de una carga perversa que se quiso hacer pasar de manera furtiva, como jugando. Es esto lo que queda en limpio cuando se sabe de sus comunicados personales sobre el punto con el dirigente panista, y sobre todo con la carta aparecida ayer en que acusa una honda preocupación por la posibilidad de que el PAN dé el paso completo que lo llevaría del fraude a la burla. El Fobaproa es, ante todo, un agravio nacional, un sistema de bajos compromisos. Ahora resulta que el PAN lo asume, con su negras referencias, en nombre de la responsabilidad. ¿Acaso no hay quién pague? ¿No están a la vista los nombres de algunos de los principales defraudadores ni están haciéndose unas auditorías, ciertamente un tanto dispendiosas, para conocerlos a todos? En sustento de lo dicho, López Obrador no se ha limitado a engalanarse con una absurda voluntad de escisión, sino que ha mostrado las pruebas de que disponía, además de la aportación plebiscitaria del 30 de agosto, en que se reprueba duramente la conversión del Fobaproa en deuda pública. Esto es ser responsables con la nación; lo del PAN es volverse cómplice.