Más allá del 2 de octubre y de la visión reduccionista o luctuosa en que muchos incurren cuando intentan formular definiciones sobre el movimiento estudiantil de 1968, deben rescatarse y enaltecer sus múltiples y significativos alcances en la más amplia dimensión políticosociocultural.
Esta gran e histórica movilización, que envolvió preponderantemente a la ciudad de México, representó una derrota al autoritarismo presidencial, el despertar de la sociedad civil, la capacidad de cambiar el destino de México, gobernar frente al pueblo; la apropiación de los espacios públicos, el ejercicio real de libertades y derechos; ser inspirador de subsecuentes movimientos y la iniciación de un modelo democrático.
La presión social empujó con tal fuerza que sus efectos prevalecieron, a pesar de la horrenda represión de Tlatelolco, obligando al gobierno entrante a desazolvar urgentemente los rígidos ductos del poder. Así surge la primera reforma política, a inicios de los setentas, que iría concatenando otros eslabones del avance democrático, que se extienden hasta los días actuales. Tras de esa reforma que correspondió a Reyes Heroles concretar y que dio oportunidad a que se crearan nuevos partidos políticos, que con el tiempo empezarían a quebrar la hegemonía priísta, siguieron algunos otros cambios benignos.
Todavía el Distrito Federal no se incluía entre las grandes asignaturas pendientes, pues es hasta 1986 cuando se dan avances de mayor envergadura, como la creación de la Asamblea de Representantes del Distrito Federal, y luego, en 1993, al dársele facultades legislativas. Posteriormente, en 1996, prospera una de las grandes aspiraciones de la ciudadanía, o sea el derecho de elegir a sus gobernantes, bandera que enarboló el plebiscito ciudadano de la primavera del 93 y culminó el pasado 6 de julio con la elección del jefe de gobierno.
Pero la reforma del Distrito Federal está inacabada. Fuertes resistencias todavía gravitan en la transición democrática que seguimos experimentando, aun cuando queda claro que los benignos efectos del 68 y sus ulteriores consecuencias en la sociedad mexicana acabarán por diluirlos.
Justamente este viernes 2 de octubre, con memoria jubilosa se convocaba a los medios de comunicación para dar a conocer los consensos logrados en cuanto a la organización política y jurídica del DF, como parte de la reforma política en la que los partidos PRD, PAN, PT y PVEM, excepto el PRI, establecieron un fecundo diálogo y coincidieron en 88 puntos de consenso en favor de estas reformas democráticas que la ciudad requiere y exige.
De hecho, se abordaron cinco temas básicos, destacando entre otros acuerdos, el que en materia de demarcaciones territoriales, aún llamadas delegaciones políticas, se convirtieran en municipalidades con mayores facultades y recursos, así como con sus propios cabildos; en lo referente a la función legislativa se otorgarían facultades plenas a la actual Asamblea, todavía con muchas limitaciones para legislar; en materia de lo judicial se propuso, entre otras cuestiones, el fortalecimiento del Ministerio Público, más facultades a los Juzgados de Paz y mecanismos mejorados para seleccionar jueces; respecto al Ejecutivo, darle todas las facultades que tiene un gobernador de cualquier estado, y finalmente en lo que se refiere a coordinación metropolitana, enriquecer las disposiciones que sobre este rubro se establecen en el artículo 122 constitucional, el Estatuto de Gobierno y la Ley Orgánica de la Administración Pública del DF.
Sigue entonces que a estos acuerdos se les dé cauce a través de la Asamblea Legislativa, donde hay mayoría perredista, y de la Cámara de Diputados, donde los partidos que los suscribieron constituyen en bloque una mayoría, a fin de que se transformen en iniciativas de ley que sólo podría parar la mayoría del PRI en el Senado, con un altísimo costo de legitimidad y representatividad político-electoral, ya de por sí muy mermadas.
Sigue el 68 derrumbando puertas y candados y ganando todas las batallas (mejor que se hagan a un lado los conservadores y autoritarios), representado ahora por una ciudadanía informada, actuante y contundente, decidida a no regresar nunca más al sótano de la timidez cívica, al regateo de sus libertades o a conformarse con recibir órdenes y soportar conductas arbitrarias.
Quiero recordar finalmente y sin ánimo nostálgico ese horizonte luminoso donde, si bien las escuelas y universidades públicas ejercían ejemplarmente el liderazgo, también universidades privadas como la Iberoamericana, donde yo estudiaba en ese entonces el cuarto año de la carrera de comunicación social nos sumábamos activamente organizando grupos de estudiantes con la misma rabia, con los mismos sueños, con la misma esperanza.
Sigue entonces este cambio que empezó hace 30 años y que culminará con la derrota de quienes se han opuesto y oponen al nuevo proyecto de nación, que México seguramente instaurará a más tardar a principios del siglo que viene. Por eso queremos hoy un minuto de aplausos más que de silencio.