No olvidemos que el cine contra la represión debe hacerse con la cámara en la mano, en las barricadas, como lo hicieron los Realizadores de Mayo en Córdoba; debe hacerse con la precariedad de medios y el coraje con el que el colombiano Carlos Alvares narró en Asalto la invasión del ejército a Ciudad Universitaria; debe hacerse enfrentando la metralla, como lo hizo Santiago Alvarez en su serie de documentales sobre el Vietnam heroico; debe hacerse con el inmenso valor del uruguayo Mario Handler quien, empuñando la cámara como si fuera pistola, capturó imágenes imperecederas en Me gustan los estudiantes y Liber Arce; debe hacerse con la ternura hacia los marginados, como lo realizó el chileno Miguel Littin en El Chacal de Nahualtoro.
Debe hacerse como lo hizo el cinema novo brasileño antes de la persecución desatada por la tiranía, que obligó a sus directores, técnicos y colaboradores a abandonar el país, mientras otros, los menos señalados, fueron procesados, encarcelados y torturados; debe hacerse como lo hizo el boliviano Jorge Sanjinés en Revolución, mostrando con crudeza la miseria y la desesperación de 13 millones de seres humanos esclavizados por un grupo de militares; debe hacerse como lo hizo el mexicano Oscar Menéndez en su documental 1968: en memoria de José Revueltas, y que en estos días que recreamos mentalmente el recuerdo ardiente, pues se conmemoran 30 años de la gesta estudiantil que marcó una división profunda en el tiempo mexicano.
Recreamos a los hombres captados por su cámara mínima y ágil, cámara marginal que supo burlar muros, rejas y carceleros e introducirse en el prisión para captar subrepticiamente las tribulaciones cotidianas de aquellos que supieron ofrendar su libertad individual en aras de la libertad colectiva; cámara dócil a la mano valiente y decidida que supo arrostrar el silencio cargado de presagios de la manifestación muda, y el silbido mortal de las balas durante la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco.
Sin embargo no sólo las imágenes creadas por Menéndez supieron otorgarnos un fragmento de la represión. También los estudiantes del CUEC, encabezados por su condiscípulo Leobardo López Aretche, quien acababa de abandonar la prisión, luego de padecer dos injustificados meses de encierro por ``agitador'', supieron hacerlo. Recordemos siempre que Leobardo fue el encargado de dar forma y coherencia a un material disperso, confuso, valiente y testimonial que él, como activo camarógrafo al frente de sus compañeros, captó en las diversas muestras de violencia que estremecieron la dinámica social de aquel tiempo.
El resultado fue El grito, documental en blanco y negro de dos horas de duración que nos auxilia hoy día para reconstruir la brutalidad gubernamental enfrentando al idealismo estudiantil, mediante textos de Oriana Fallacci y del Consejo Nacional de Huelga, y de imágenes fijas y en movimiento que muestran a granaderos, militares, manifestantes, cuerpos ensangrentados, y desde luego, el inhumano tiroteo ocurrido en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Asimismo, no olvidemos, que el cine contra la represión puede y debe hacerse articulando ficción y realidad documental, como Tómalo como quiera (1972) de Carlos González Morantes, que a partir del encuentro entre un profesor y una pareja de estudiantes, muestra el estado de ánimo alrededor de los fatídicos sucesos de 68; o como Canoa (1975), de Felipe Cazals, capaz de transvasar a los fotogramas la fanática embestida de un pueblo contra un grupo de trabajadores universitarios; o como ¿Y si platicamos de agosto? (1981), de Maryse Sistach, que recrea en una crónica intimista el despertar sexual de dos adolescentes antes de la matanza perpetrada en Tlatelolco.
Rojo amanecer (1990), de Jorge Fons, que hoy es necesario ubicar como el primer filme industrial que destapó la cloaca del 68; o como El bulto (1991), de Gabriel Retes, que estremeció las pantallas con el furibundo ataque de los Halcones contra indefensos estudiantes, durante el cual, Lauro, un periodista, cae herido de muerte. Su agonía se prolonga 20 años en estado comatoso. Aquel ``bulto'', sin embargo despierta. ¿Y qué encuentra?... La respuesta a usted le pertenece. A mi sólo me resta agregar que el cine contra la represión debe hacerse siempre, tal y como lo hicieron los cineastas latinoamericanos citados desde los Realizadores de Mayo hasta Gabriel Retes.