Se calcula que el próximo año, la población del planeta sumará casi 6 mil millones de personas. Cada segundo que transcurre hay 3 personas más en la Tierra, lo que equivale a unas 250 mil todos los días. Al año, aproximadamente abortan 50 millones de mujeres. La inmensa mayoría y el aumento abortos ocurren en los países subdesarrollados, a los que muchos señalan como responsables del deterioro de los recursos naturales y la contaminación del mundo. Estas impresionantes cifras servirán de marco a la reunión que a fines de junio del próximo año tendrá lugar en la sede de las Naciones Unidas, con el fin de evaluar los frutos de la conferencia de El Cairo de 1994, acerca de la población y el desarrollo. En este tema, un componente básico es la relación entre población, ambiente y recursos naturales.
Por principio, si la tendencia actual no sufre variaciones radicales, el consumo de energía y la generación de contaminantes se duplicarán para el año 2015. Y será mayor al llegar el 2025, cuando se espera que la población sume 9 mil millones de personas. Para evitar lo peor, desde lustros atrás, numerosas organizaciones, gobiernos y especialistas insisten en la urgencia de reducir drásticamente el crecimiento poblacional pues éste agudiza los problemas de pobreza, hambre y salud en muchas partes. Pero tras las cifras se esconden verdades a medias. Por ejemplo, que el 20 por ciento de los habitantes de la tierra consume 80 por ciento de los recursos del planeta y es responsable de generar un porcentaje semejante de contaminación. Así las cosas, una parte fundamental de los efectos de la explosión demográfica no radica solamente en el número de habitantes, sino en el monto de los recursos consumidos y en la contaminación que cada persona genera. Por ello, no es válido considerar la variable demográfica como eje único del problema de la preservación de la flora, la fauna y demás recursos terrestres. Sería más conveniente incorporar a la discusión las cuestiones de equidad y de justicia, como parte de una estrategia para alcanzar el desarrollo y dejar atrás la pobreza, el uso irracional de los recursos, el abismo que cada vez se expande más entre países ricos y pobres.
En la tarea de hallar culpables, se olvida también que las potencias de hoy construyeron sus economías industriales sin trabas conservacionistas, depredando recursos de otras naciones, y hasta exportando sus excedentes de población con el apoyo de empresas coloniales. En cambio, los países que ahora tratan de salir del atraso ven crecer su población y la degradación ambiental, en buena parte como fruto de relaciones de dependencia con los centros de poder mundial.
A cuatro años de la magna conferencia de El Cairo, es claro que no se lograron reducir, y mucho menos eliminar, las desigualdades que existen en el campo económico, sexual y social, para citar algunas de ellas. Tampoco hay signos de que marchemos hacia la integración de una sociedad ambiental, social y culturalmente sostenible, a nivel local y global. Menos, que haya políticas de población justas y eficientes, centradas en el bienestar de todos. Baste señalar cómo, pese a tantos pronunciamientos para acortar desigualdades, siguen siendo muy dispares y divergentes los niveles de consumo per capita entre países ricos y pobres.
En México, la reducción de la tasa anual de crecimiento (hoy es de 1.8 por ciento) ha sido importante las últimas décadas. De no haber sido así, seríamos ya cerca de 134 millones de habitantes. Mas no por ello los desajustes sociales, económicos y ambientales disminuyen. Por el contrario, las estadísticas muestran un mayor número de mexicanos en la pobreza, mientras la concentración del ingreso y la riqueza no cesa de crecer, lo que se expresa claramente en la lista de Forbes. Según cifras de la UNICEF, 50 por ciento de los menores de cinco años tienen alto grado de desnutrición, y en las ciudades esta cifra asciende a cerca de 15 por ciento. En paralelo, el derroche y mal uso de la naturaleza pone en peligro las promesas gubernamentales de alcanzar el desarrollo sin deteriorarla.
En resumen, vamos en sentido contrario de lo que dicta la sensatez y la supervivencia como sociedad.