El SNI en el programa de ciencia y tecnología del nuevo milenio

Reforma pendiente

Alejandro Canales

El Sistema Nacional de Investigadores (SNI) ha sido un importante mecanismo de la política científica del país, y la forma como culmine su proceso de reforma en curso será decisiva para la comunidad de investigadores.

El SNI comenzó su operación a mediados de los difíciles años 80 y fundamentalmente, desde entonces, confiere el nombramiento de candidato a investigador o investigador nacional conforme a la valoración del desempeño y asignando una de cuatro categorías que corresponden a determinado monto de estímulo económico.

Al conceder compensaciones adicionales, se dijo en esos años, se buscó evitar la fuga de cerebros de las instituciones académicas mexicanas. Desde luego, los incentivos fueron una forma de saltar los inamovibles topes salariales que se iniciaron en esa época y se volvieron principio dominante en la política económica.

Sin embargo, el SNI ha sido no sólo un mecanismo de recompensa salarial. Al instrumentarse, fue la primera iniciativa gubernamental explícita de carácter nacional para la comunidad científica, lo que concedió relevancia a los investigadores y a la actividad científica en el ámbito de las políticas públicas.

Además, el sistema también fue el precursor de una de las líneas de política hacia los académicos que se implantaron al comenzar la década presente: la evaluación del desempeño individual. Así, el sistema ha diferenciado a los que son investigadores de quienes no lo son, jerarquizado distintas categorías en su interior y dejado algunas lecciones sobre la valoración del rendimiento individual.

Pero, más aún, el ser miembro del SNI ha sido un signo de distinción que no sólo cuenta para recibir un incentivo salarial complementario, también ha servido para orientar informalmente diversas actividades de la vida académica. En ese terreno, se han formado circuitos que se guían por las señales que emiten los indicadores de membresía y nivel de los investigadores.

No es raro que la obtención de financiamiento externo o interno para proyectos, la asistencia a foros académicos nacionales o internacionales y la divulgación de los resultados de investigación sean más probables cuando los solicitantes son investigadores nacionales y más si son los de mayor nivel. Tampoco es infrecuente que en los apoyos institucionales (becas, infraestructura, redes, etcétera), en las comisiones decisorias, en la oferta de posgrados y en la propaganda de las asociaciones científicas, la pertenencia al SNI sea lo que resalte del conjunto. La distinción opera de diversas maneras y no siempre se tiene certeza del sentido en que lo hace.

Encrucijada

No obstante, el alcance numérico del SNI es más bien reducido. Según los datos del propio sistema, al comenzar su operación, en 1984, fueron admitidos mil 396 solicitantes; hoy, casi tres lustros después, los miembros del SNI suman poco más de 6 mil. Aunque la cifra casi se quintuplicó, en realidad sigue siendo muy menor, sobre todo si la comparamos con una matrícula de posgrado de más de 50 mil, una planta académica en educación superior que rebasa los 100 mil docentes o el número de habitantes que somos en este país.

Pero, además, al interior del propio sistema los candidatos a investigador son los que más han crecido en términos relativos durante el periodo (un crecimiento que duplica al resto de niveles) y actualmente, junto con los investigadores nivel 1, representan 80 por ciento de la base de investigadores, cifra casi similar a la que existía al ponerse en marcha el SNI.

Es decir, que aparte de que ha crecido muy poco, no ha permitido una movilidad entre los diferentes niveles. El problema del crecimiento y el paso de un nivel a otro no es menor, y quizás ambos constituyen la mayor encrucijada en la que hoy se encuentra el proceso de reforma. Ciertamente, expandir la base de investigadores o ampliar los niveles superiores significaría un mayor presupuesto, y aunque eso no encaja muy bien en un contexto de ``austeridad'', tampoco se puede negar que es prioritario incrementar la población de investigadores.

De hecho, en el Programa de Ciencia y Tecnología 1995-2000 se estableció como uno de los objetivos de la política científica el incremento de la actividad, y especialmente se señaló que ``la planta de investigadores debe crecer, y en especial se intensificará el reclutamiento de jóvenes con vocación científica y buena preparación; debe aumentar el alcance del sistema nacional de investigación, para lo cual se emprenderán diversos proyectos importantes''.

Por supuesto, en el mismo documento se expresó la continuación del SNI y se reconoció que se tendrían que revisar sus métodos de evaluación, la relación estudiantes de posgrado-investigadores y la posibilidad de abrir nuevas categorías en el sistema.

Posteriormente, hace ya un año, se abrió y se cerró el proceso de consulta para la reforma del SNI. La Secretaría Ejecutiva del Conacyt, instancia responsable de la consulta y del sistema, acusó recibo no sólo de las diferentes sugerencias que se realizaron en el periodo de consulta, sino también de la que recientemente le hizo la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) -como resultado de la queja formulada por Sergio Aguayo Quezada- para que creara una instancia de impugnación hacia sus decisiones. Sin embargo, seguimos sin conocer el nuevo rostro del sistema.

Al parecer, desde el comienzo de la presente administración existen los elementos de reforma que el SNI ha reconocido por sí mismo, los que ha recabado a través de la consulta en el año anterior y los que han llegado recientemente. Sin embargo, por los ritmos que ha seguido es muy posible que la reforma ya no alcance al actual programa sectorial del Conacyt, pues aunque estuviera lista el año próximo, tal vez sus primeros resultados tendrían que esperar otro más. Así, tal vez sea en el programa de ciencia y tecnología del nuevo milenio cuando conozcamos el nuevo SNI.

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