La Jornada lunes 5 de octubre de 1998

Fernando Benítez
Protegiendo al árbol

Adolfo Aguilar Zinser (antiguo amigo que hoy no me visita), en un artículo dedicado a Homero Aridjis (otro amigo que tampoco me visita), recordó a su abuelo Miguel Angel de Quevedo, ``apóstol olvidado del árbol'', que decía hace 30 años: la naturaleza es una dama muy generosa con quienes la cuidan, pero muy vengativa con quienes la desprecian y destruyen.

De Quevedo trajo de Africa un vegetal casi milagroso que venció a los médanos de Veracruz y mitigó las tempestades de arena que se hacían en ese puerto principal. Vivía muy cerca de mi casa en Coyoacán, y él fundó Los Viveros, donde el aire es más fresco y numerosa gente corriendo hace su ejercicio matinal.

Cuánta razón tiene Aguilar Zinser al lamentar la destrucción de nuestros bosques. Uno mira con nostalgia el mapa de la Universidad de Upsala (el primero de la ciudad y del valle), donde se aprecia en los montes, bosques y llanos a los indios flechando venados, liebres, guajolotes y pájaros. En el agua, cruzada de barcas, hay grandes redes tendidas para pescar y otras colgantes para recoger patos y ánsares.

Sin embargo, el pintor ya pone el dedo en lo que pronto se convertirá en llaga. Describió con su acostumbrada minuciosidad a los muchos leñadores que ya entonces cortaban árboles empleando hachas, y a los cargadores que llevaban troncos, leña y carbón a la ciudad. Es decir, nos ha dejado el testimonio más fehaciente de la temprana devastación de la naturaleza.

El cartógrafo describe lo que vieron sus ojos, y su dibujo es tan perfecto que, en los años treinta, los nacidos con la Revolución tuvimos oportunidad de presenciar a las mismas hormigas cargadas que hacían posible una parte de nuestra vida y, si viajamos al Ajusco nos será dable presenciar el trabajo de los leñadores que, esta vez sí, están derribando los últimos bosques.