Octubre suele ser época de mal tiempo para los mercados financieros del mundo. Varias crisis se han registrado en ese mes en el curso de los últimos años. Y ahora es el primer aniversario de la crisis asiática, que está en el centro de la actual fragilidad financiera internacional. Durante todos estos meses ha sido evidente la inestabilidad general de los mercados, pero aún más notoria la vulnerabilidad de las economías que se llaman emergentes. En éstas no sólo han caído persistentemente las bolsas de valores; también se han devaluado las monedas y elevado fuertemente las tasas de interés. También es evidente la falta de capacidad política para frenar el alto costo que esta situación provoca.
El único bastión ante la crisis es la economía estadunidense, que todavía muestra signos de fortaleza, pero que no podrá mantenerse aislada y, además, provocar por sí misma nuevas condiciones de estabilidad global. La Unión Europea está ensimismada y Japón no puede contener su propia debilidad.
La Reserva Federal ha tenido que hacer precisamente lo que quiso evitar durante mucho tiempo: bajar las tasas de interés. Greenspan buscaba contener el exceso de demanda agregada que elevara el nivel de precios y pusiera fin a la larga expansión del producto en ese país, pero la medida fue inevitable para tratar de aminorar los efectos adversos de los movimientos internacionales del capital financiero.
En el año que lleva la actual inestabilidad financiera ha habido tiempo, al parecer, para asimilar las condiciones que se están creando para una crisis de grandes proporciones. Desde uno de los principales y glamorosos especuladores profesionales como Soros, los banqueros centrales más respetables, hasta los responsables de las finanzas de las zarandeadas economías asiáticas y de América Latina, todos quieren una intervención más decisiva para frenar esa crisis. Como nunca antes y desde su creación, se ha puesto en evidencia la incapacidad financiera, técnica y política del Fondo Monetario Internacional para hacer frente a la inestabilidad reinante. La visión de la política económica promovida por el FMI está hoy en cuestionamiento y es criticada por muchos de los que la han aplicado y defendido a capa y espada anteriormente, pero que hoy tienen que enfrentar, y sin ninguna fuerza en sus propios países, las condiciones de crisis y deterioro social.
Las propuestas que se hacen para contrarrestar los efectos de la inestabilidad financiera y evitar una crisis mayor están, todas ellas, enfocadas a acciones de carácter parcial. De lo que se trata es de cubrir las brechas financieras que se están generando mediante la creación de fondos especiales que mitiguen los efectos de la especulación. Pero esta perspectiva del conflicto económico existente es parcial, precisamente porque no modifica las condiciones del funcionamiento del capital. Es sabido que el monto de recursos con los que se opera en los mercados financieros mundiales en un solo día supera las reservas de los bancos centrales de los países más ricos, y que es mayor también que los recursos usados para el comercio internacional.
No hay dinero que alcance para cubrir los desequilibrios económicos que hoy existen. La intervención, como se está planteando, podrá imponer, cuando mucho, una situación de calma temporal en los mercados, un respiro para evitar una crisis general. Pero de lo que no se está hablando es, precisamente, de cambiar las condiciones de funcionamiento de los mercados financieros, de modificar los circuitos de financiamiento de su dinámica actual hacia la inversión. Pero para ello no basta un ejercicio técnico, sino una visión política. No hay quien proponga un nuevo acuerdo que haga funcional el capitalismo de fin de siglo. Y funcional en términos de su propia reproducción, que es lo que está hoy en cuestionamiento. En ese sentido, no sólo el horizonte económico se ha venido acortando de manera significativa, sino que también se asocia con un achicamiento de la visión política.
Mientras el nuevo gobierno alemán se plantea atacar el problema del desempleo mediante el retiro temprano de los trabajadores para dar entrada a los más jóvenes, y eso después de haber aplicado ya las jornadas de trabajo más cortas, en países como México ese debate es casi de ciencia ficción. Mientras la Fed sigue operando con modificaciones de un solo instrumento de política que es la tasa de interés, en México el nivel de los réditos es otra vez de 40 por ciento y guarda una relación perversa con la devaluación del peso. Pero esto es sólo una muestra de la incapacidad de los líderes políticos, de los jefes de los organismos multilaterales y de los grandes banqueros para plantear la supervivencia de la sociedad global, como les encanta llamarla, no sólo sin inestabilidades financieras, sino con condiciones mínimas de convivencia. Preparémonos pues para que, en el mejor de los casos, se pueda crear en un periodo de relativa estabilidad, sin un cambio fundamental de las reglas y los acuerdos políticos básicos, y que sólo podrá durar poco tiempo.