CARDOSO, TRAS LA RELECCION; LULA, POR EL MILAGRO
Stella Calloni, enviada, Sao Paulo, 3 de diciembre Ť Se dice que nadie descorchará champaña o sidra cuando este domingo en la noche comiencen a surgir los primeros resultados prácticamente anunciados de las elecciones generales en Brasil, que transcurren en el marco del ``terror económico'' por la crisis mundial.
Un total de 106 millones de brasileños están inscritos en los padrones electorales para elegir al presidente, 27 gobernadores, 27 senadores federales, 513 diputados federales y mil 45 legisladores estatales, pero la sorpresa esperada --como un milagro, por algunos-- es que los resultados lleven a una segunda vuelta, que para el gobierno de Fernando Henrique Cardoso significaría un duro golpe.
Todas las alternativas electorales engendran temores por la evidente presión externa que se ha redoblado sobre el país y la explosiva situación social que toca los límites, pero bajo el signo de los miedos, más de 61 millones de electores votarán en urnas electrónicas digitando números en computadoras.
Será el estreno de la tecnología electoral por una parte de los votantes, en un país donde casi 10 por ciento de los electores son analfabetos y 58 por ciento apenas lee o escribe o cursaron sólo un tiempo corto de enseñanza primaria y en esta franja una mayoría ha olvidado todo.
Los analfabetos pueden evadir la obligatoriedad del voto, por lo cual se teme un elevado índice de abstencionismo, que llegó a ser de más de 45 por ciento en los comicios legislativos de 1996.
Por la presidencia compiten 13 candidatos, pero la contienda se define entre el oficialismo, una alianza conformada ya en 1994 entre el Partido Social Demócrata Brasileño, de Cardoso, que se postula a una primera relección --y curiosamente el menor entre los poderosos como el Partido del Movimiento Democrático Brasileño, el Partido Federal Liberal, de derecha, y otros aliados-- y en el otro extremo la coalición de izquierda moderada Unión del Pueblo para el Cambio, cuyo candidato es Luiz Inacio Lula da Silva.
Entre las paradojas, Lula, del Partido de los Trabajadores, que encabeza la coalición Unión del Pueblo y que surgió a la política desde su papel de dirigente obrero de los metalúrgicos en Sao Paulo, tiene menos electores en esa franja de analfabetos absolutos o funcionales que Cardoso.
La Unión del Pueblo es una alianza en la que el segundo y principal partido es el Democrático Trabalhista, que liderea Leonel Brizola, y otras cuatro agrupaciones de izquierda.
Lula también tiene el apoyo de la combativa Central Unica de Trabajadores, de universitarios, profesionales, los sectores avanzados educativamente y también (con una instancia más crítica) del Movimiento de los Trabajadores sin Tierra, entre otros grupos sindicales.
Por su parte, Cardoso, quien según la última encuesta de este sábado obtendría su relección con 49 por ciento de los votos, contra 24 de Lula, es apoyado por los sectores conservadores, a pesar de que surgió desde la izquierda universitaria de Brasil en los años 60.
Asimismo, desde el exterior el presidente brasileño recibe apoyo que a su vez han sido amenazas para sus oponentes políticos: desde el Fondo Monetario Internacional hasta el Banco Mundial, y también de gobiernos aliados como los de Estados Unidos Argentina y Nicaragua.
Precisamente el Grupo de los Siete, los países más industrializados del mundo, reunido hoy en Washington, expresó su plena confianza en la política económica desarrollada por el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, y le dio su espaldarazo sin decirlo.
Pero también es cierto que Cardoso tiene predicamento en la élite intelectual europea, desde los tiempos en que era llamado el ``príncipe'' de la sociología brasileña y desarrollaba sus investigaciones sobre la dependencia de los países más pobres.
Cardoso escribió libros, ensayos, dictó clases en diversas universidades del mundo y fue mimado en París por una intelectualidad que, al igual que el gobernante brasileño, devino en su gran mayoría en gradualista o reformista.
En su elección anterior contó con el apoyo de sociólogos como el francés Alain Touraine, o del brasileño Celso Furtado, quienes esperaban una fórmula imaginativa de Brasil como décima potencia del mundo, para hacer algo novedoso que posibilitara una alternativa y evitara caer en el ``gran pozo'' en que están sumergidos ahora tantos países.
En el tercer lugar de las preferencias, con 8 o 9 por ciento de los votos, está ubicado el ex ministro de Hacienda Ciro Gomes, el más joven (48 años) de los candidatos, socialista que abandonó decepcionado el gobierno de Cardoso y ahora decidió salir a la palestra con su Partido Popular Socialista y otros menores, para perfilarse como un político con un futuro ``brillante'', quien estuvo a punto de integrar la coalición de izquierda y tiene buena relación con el diri- gente petista.
La lucha por las gubernaturas es muy dura, porque se espera una segunda vuelta en varios estados y en algunos tan importantes como los de Río de Janeiro y Sao Paulo
La segunda vuelta provocará definiciones y para entonces el gobierno ya habrá tomado medidas de ajuste y otras que le pueden costar varios de esos estados.
``Los vencedores no tendrán tiempo para festejos. Después de las elecciones en vez de una fiesta viene un trabajo duro'', señalaron analistas.
Agregaron que ``lo primero a enfrentar es la vulnerabilidad de la situación financiera nacional, la salida de dólares, el déficit público y las altas tasas de interés''.
Pero las cuestiones estructurales y la situación social van más allá de los límites del tiempo.
De salir victorioso, Cardoso deberá corregir en días el rumbo de la economía y conformar a dos bandos enfrentados: el poder financiero internacional --que no da tregua-- y la situación interna apenas contenida, en un país donde sólo en 40 días las reservas cayeron de 70 mil millones a 48 mil millones de dólares, entre otras cifras caóticas, y todo esto en una sociedad muy dividida socialmente y en donde 30 millones de personas viven en la pobreza absoluta, mientras unos pocos millonarios --algunos miles-- viven casi en el paraíso.
Stella Calloni, enviada, Sao Paulo, 3 de octubre Ť Después de haber cumplido una buena parte de su periodo gubernamental --que comenzó en enero de 1995-- el presidente Fernando Henrique Cardoso, que logró cambios de leyes para relegirse, no es el mismo, no sólo de aquellos días de octubre de 94, sino de su paso por el Senado en 1988, y suele pedir que olviden su teoría de la dependencia.
``Teniendo la economía ya en marcha, habiendo retomado el crecimiento, seguramente que el gran problema es social. No puedo prometer milagros, porque no es mi estilo, pero trataré de resolver las prioridades'', decía Cardoso en octubre de 1994.
Asimismo, declaraba que una prioridad es la educación: ``No podemos llegar al siglo XXI compitiendo con otros países sin una buena formación'', y destacaba: ``Está el problema del hambre, de la distribución de la renta directa, es decir de los salarios, e indirecta, vía educación, viviendas, salud''.
Todo quedó muy lejos, y periodistas locales recuerdan incluso sus posiciones en 1988, cuando era senador: ``El cambio principal se refiere a la protección del capital nacional. Ya en la presidencia envió una enmienda al Congreso eliminando las ventajas a las empresas de capital nacional y abriendo el sector mineral y la energía eléctrica a las empresas extranjeras'', recuerda hoy la redacción de Folha de Sao Paulo.
También señala que el 13 de abril de 1988 votó a favor del monopolio estatal de la extracción del petróleo, pero en 1995 el mandatario envió una enmienda al Congreso para acabar con el monopolio de Petrobrás.
Entre otras cosas había apoyado la reducción de la jornada de trabajo, el salario mínimo, el derecho de huelga y la reforma agraria; criticaba las altas tasas de interés.
Es otro el presidente ahora y entre las críticas más severas a su gobierno figuran los diversos decretos, pero en especial el abandono de sus principios y el hecho de no haber utilizado su capacidad y su cultura para dar nuevas alternativas.
Tiempos tormentosos
El gobierno de Cardoso ha enfrentado momentos muy difíciles: corrupción bancaria, demandas contra las privatizaciones, huelgas como la petrolera que marcó a fuego las difíciles relaciones con los trabajadores, incluso escándalos de corrupción.
En 1997 tuvo un llamado ``julio negro'' con una rebelión policial que destapó realidades escondidas bajo la alfombra y submundos de mafias, además de que fue criticado por su falta de capacidad para controlar los incendios en el Amazonas.
Pero el problema que lo coloca contra la pared es la pobreza, la indigencia, que aumenta y aumentará con ajustes más duros y desempleos masivos, así como por las altas tasas de interés que aprisionan a casi un millón de brasileños y ahogan a pequeños y medianos industriales y comerciantes.
Brasil tiene en este momento 63 millones de excluidos sociales entre una población total de 160 millones de habitantes, y sobre esto el tema quizá acuciante es la situación de 4 millones de familias sin tierras; pero en el caso de los recortes sociales, en un país donde la riqueza se acumula en escasas mano, son considerados como ``un atentado contra el futuro y la seguridad''.
Los asesinatos de campesinos que toman tierras no han detenido la acción del Movimiento de Campesinos Sin Tierra (MST), que puso esperanzas en la democratización, dirigentes del MST que consideraron que el gobierno trata en todo momento de atribuir esta ``lucha desesperada'' de toma de haciendas a una actitud política o en este caso electoralista.
El gobierno socialdemócrata sostiene que el programa agrario ha beneficiado a unas 300 mil personas, pero en este país de 8.5 millones de kilómetros cuadrados, más de 60 por ciento de las tierras privadas está en manos del 2 por ciento de los propietarios mientras 4 millones de familias vagan sin lugar propio.
La tragedia de la reciente sequía en el nordeste del país dejó a 10 millones de campesinos virtualmente sin medios de subsistencia, lo que derivó en saqueos de supermercados.
A fines de noviembre de 1997 los diputados votaron en la mayoría oficial por una reforma administrativa, cuyo capítulo más duro fue el fin de la estabilidad de los empleados públicos, cuando ya la crisis bursátil de ese momento había arrojado a las calles a miles de trabajadores y las automo- trices y sus proveedores despedían en masa, y así se fue armando el ajuste que produjo grandes revueltas sociales.
Y ahora lo que se ofrece es ajuste sobre el ajuste, y los miedos sobrevienen además porque nadie sabe exactamente los puntos secretos, pero entienden que será mucho más de lo mismo.
Para Gilmar Mauro, conductor del MST, la situación en general, el crecimiento de los grupos paramilitares en campos y ciudades, los asesinatos de campesinos, están lanzando a Brasil a una especie de guerra civil de baja intensidad.
De hecho, las milicias formadas por la Asociación Nacional de los Productores Rurales están en plena actividad, y su enemigo son esos campesinos que van con sus hijos de lugar en lugar.
A este panorama se añaden denuncias de corrupción y favoritismo que ``salvan bancos pero no salvan a la gente'', y se desnuda que la compañía telefónica Telebrás fue vendida por 18 mil millones cuando su precio real era de 49 mil millones.
Los organismos financieros aparecen así como ``dictadores sin alma'' por sus exigencias, tanto para los hombres de negocios como para los más humildes.
Cardoso estará en el peor momento si triunfa en las elecciones, pero su agenda no le permitirá ver hacia los costados: está entre la espada y la pared y en general todos los sectores, salvo los ultrarricos, tienen tanto miedo a la crisis como a que la solución venga de años de un paquetazo del Fondo Monetario Internacional.
La mayoría, y en esto coinciden hasta sectores enfrentados, no quieren abandonar el sueño de Brasil potencia, y sienten que es ahora o nunca en que el país puede ``ganarse o perderse''.
Stella Calloni, enviada, Sao Paulo, 3 de octubre Ť Cuando Luiz Inacio Lula da Silva, candidato de la coalición de izquierda Unión del Pueblo, habla de este momento que vive su país denota que está herido y sus ojos se humedecen: está luchando otra vez por la presidencia, y en este caso lo hizo casi obligado por las circunstancias.
A principios de año nadie creía que el gobierno de Fernando Henrique Cardoso tuviera posibilidad de relegirse, porque en el seno del partido presidencial había y hay diferencias, como también en los aliados; entonces comenzó a repuntar la oposición y el hombre que se perfilaba era Lula para volver a la arena política.
En 1982, cuando Lula disputó el gobierno de Sao Paulo logró 9.8 por ciento de los votos, pero estaba naciendo una de las oposiciones de izquierda más fuertes en América Latina: esta vez estuvo al frente de las encuestas durante un tiempo, pero la crisis que abatió a Brasil produjo muchos cambios de último momento.
Ahora, sostiene, ``hemos dado la batalla, la estamos dando, pero yo puedo ir a casa, mirar a la familia, a nuestra gente y saben que hemos dicho la verdad, advertimos sobre la crisis, dijimos lo que está sucediendo''.
Agrega: ``Entiendo que la gente siempre apueste a la esperanza. Es lógico y a veces se vende muy bien la oferta para esa esperanza. Es lógico que esperen, pero sabíamos que había demagogia en lo que se ofrecía y no se decía ni se dice la verdad''.
Brevemente pudo hablar con La Jornada, al cierre de campaña y en medio de una multitud, para señalar que desde que comenzó en esta lucha está seguro de que ``será imposible una democracia verdadera y real si no hay democracia económica y social. En estos años recorrí todo Brasil, vi a Brasil, sentí a Brasil, y entonces sólo entiendo que debo decir la verdad, y a la vez saber el tiempo en que vivo''.
Y dice, por ejemplo, ``que no se puede salvar bancos con millones de dólares y dejar sin ayuda a millones de personas como sucedió en el nordeste. Pero a la gente no importa sino las cifras. Eso no es democracia. Sin justicia no la hay. Sin educación no la hay. No pueden convertir a los gobernantes en marionetas. Estos deben gobernar para sus pueblos, para su gente''.
Lula había advertido ya en 1994, en entrevista con este periódico sobre los riesgos del ``gran desorden mundial'': recordaba entonces que Brasil era más conocido en el mundo por la miseria, los niños de la calle, las matanzas.
``Para el Brasil del futuro pensamos en un desarrollo cierto con distribución justa de la riqueza que tiene el país con un fuerte potencial de producción'', decía.
En las conferencias de prensa recuerda que él representa en este momento a una amplia coalición de fuerzas políticas de izquierda, progresistas y democráticas, y sabe --como lo dijeron todos los dirigentes de su Partido de los Trabajadores (PT)-- que una segunda vuelta expondrá la verdad que hoy aún ``se oculta''.
Pero el ex dirigente metalúrgico debió sostener también una dura lucha interna en momentos en que estaba empatado en las preferencias y hasta superaba a Cardoso.
En abril salió a salvar la alianza de su partido con el laborismo de Leonel Brizola, además de otras agrupaciones, como los partidos Comunista de Brasil y Socialista, cuyo presidente, Miguel Arraes, es gobernador de Pernambuco.
La regional de Río de Janeiro del PT había decidido llevar un candidato propio para gobernador de ese estado, y esto gol- peaba la alianza con Brizola, que estuvo a punto de romperse varias veces.
Campaña de incomprensiones
Lula ha soportado ``una campaña cruel y de incomprensiones'' que fatiga.
En 1994, hasta las sectas lanzaron una campaña desmedida de burlas: trataban de menoscabar la capacidad de un trabajador de aspirar a la política.
``¿Acaso el país de los coroneles, el país de la derecha medieval puede aceptar que un hombre del pueblo llegue a dirigirlo''?, se preguntaba un joven analista.
Recientemente la revista Veja entrevistó a Lula y allí en forma sencilla este hombre, que hizo un aprendizaje acelerado en su camino de político, desnudó los ``dolores y miserias'' de la campaña: si Lula era invitado por políticos de otros países a un buen restaurante, al otro día habría alguien diciendo que traicionaba sus orígenes.
Una vez le enviaron una invitación y un pasaje en avión de primera, y una azafata le reprochó que viajara en ese lugar y comiera salmón; Lula le pidió entonces arroz con frijoles, lo que lógicamente no estaba en el menú. ``Entonces, ¿qué tengo que comer?'', le preguntó.
``La clase alta de caciques brasileños que maneja los hilos del poder, y fue parte de la dictadura, la misma que derrocó a Joao Goulart porque llevaba adelante un proyecto nacionalista y popular, ahora dueña de los medios masivos de comunicación, jamás perdonará a un obrero aspirar a gobernar el país-potencia'', razonan los jóvenes sociólogos del PT.
``La misma cadena O Globo que montó la campaña contra él en 1989 es ahora infinitamente más poderosa'', agregan.
Leyendo los dichos de Michel Camdessus, quien espera con los brazos abiertos que Brasil acceda a la ``ayuda'' del Fondo Monetario Internacional y resalta el ``coraje'' de Cardoso, Lula recuerda que el remedio que quieren dar a Brasil no tiene nada que ver con la ``enfermedad del país''.
El programa de gobierno de la Unión para el Pueblo advierte que ``la política de comercio e industria que defendemos no desconoce la importancia de los mecanismos del mercado, pero también sabemos que éstos deben estar sujetos dentro de una visión estratégica de desarrollo nacional''.
El plan es calificado como equilibrado por los analistas, pero lo que lamenta Lula es que no pudo debatir con Cardoso públicamente, no para ver quién ganaba o perdía, sino porque era útil para Brasil, ``cuando la suerte de Brasil se discute en otros lugares muy lejos del país real, y muy lejos de lo que debe ser una democracia real. Lamento que el presidente haya huido''.