Este 4 de octubre se celebrarán elecciones presidenciales en Brasil, que volvió a tener instituciones civiles y un régimen político democrático en 1984, después de 20 años de dictadura militar. Desde 1998, una nueva Constitución y varias elecciones legítimas han consolidado la vida política democrática que estas votaciones enfrentan a dos fuentes de tensión que podrían derivar en una profunda crisis política: primero la determinación del presidente Fernando Henrique Cardoso de relegirse a toda costa, para lo cual modificó casuísticamente la ley electoral constitucional que impedía la relección inmediata, y una segunda fuente de tensión fundada en la continuidad del proyecto neoliberal, sostenido por la deuda pública interna, las altas tasas de interés y los préstamos del exterior.
En el sistema político brasileño teóricamente hay posibilidad política de una alternancia de partidos y grupos políticos en el poder del Estado. La dominación política empero no es de los partidos, sino del presidente y de las oligarquías locales. El poder actual está bajo la conducción de un partido basado en la ideología socialdemócrata, adaptada a la moda neoliberal, el PSDB, que logró rehacer la dominación después del impeachment a Fernando Collor de Mello en 1992. Este partido está subordinado al proyecto del presidente Cardoso.
Además de perpetuarse en el poder después de haberlo degustado, el proyecto que Cardoso ofrece a los brasileños es terminar la reforma neoliberal del Estado y, en su planteamiento, lograr resolver a plenitud la crisis del Estado brasileño, según su punto de vista originado por el antiguo modelo de Estado proteccionista e intervencionista. El proyecto tiene como ejes continuar con el control de la inflación y la entrada de capitales como base del funcionamiento y modernización de la economía, aun cuando eso implique el estancamiento económico.
El presidente Cardoso es el condottiero, el príncipe de la hegemonía capitalista neoliberal construida por el bloque de poder formado por la oligarquía política tradicional que domina las cámaras de Senadores y de Diputados, por los empresarios trasnacionales y trasnacionalizados y por la tecnología neoliberal modernizadora. Este bloque de poder tiene el apoyo de los organismos económicos y financieros trasnacionales y de los gobiernos del Grupo de los Siete, particularmente de Estados Unidos. Las últimas encuestas le dan 47 por ciento de los votos, ganados a pulso con el uso pleno de la maquinaría gubernamental y el tiempo gratuito de la televisión privada para la propaganda electoral.
Cardoso se ha conducido en la política por medio de las llamadas ``medidas provisorias'' que le permiten dictar lineamientos sin apego a los procedimientos constitucionales: ha hecho uso autoritario de estas medidas para aprobar privatizaciones, deuda pública interna, políticas cambiarias, modificaciones de leyes de inversiones, etcétera, como base de su política. Para ello ha contado con la alianza de la presidencia del PLF y el PPB, partidos de la oligarquía política tradicional, a cambio de respetar la fuerza regional de esa oligarquía, frenar la reforma agraria y estancar las políticas públicas de servicios sociales. Esa fuerza dominante y la alianza presidencial cuentan con el apoyo total de las grandes cadenas privadas de televisión, en especial de la más importante: O Globo.
En el centro también se constituyó una fuerza que ha buscado atraer al PMDB, la que rodea la candidatura del ex gobernador del estado de Ceará Ciro Gomes. Tanto la fuerza electoral del PMDB como la del candidato Gomes tendrán importancia si se llega a una segunda vuelta. Ahí podrían decidir la votación.
La oposición fuerte contra Cardoso está formada por la tan añorada y esperada unidad de las izquierdas: el PT de Lula da Silva y el PDT de Brizola. Repre- senta la oposición radical al proyecto de modernización de Cardoso: aquella que reivindica una alternativa al neoliberalismo y los derechos de los excluidos y de las regiones marginadas por la actual mundialización del capital. Esta oposición tiene, según las encuestas, 27 por ciento de los votos y cuenta con las simpatías indirectas y tímidas del Movimiento por la Ciudadanía y del MST.
La Unión del Pueblo acusa a Cardoso de abusar de la maquinaria del Estado para su campaña, de engañar a la población escondiéndole la gravedad de la crisis económica del país, de ocultar el paquete de ajuste que tendrá que imponer después de octubre en caso de que triunfe y de guardar en secreto la negociación de un apoyo financiero de emergencia por parte del FMI y del Banco Mundial.
Las encuestas auguran el triunfo en primera vuelta de Cardoso, como ocurrió en 1994. ¿Será acaso que el neoliberalismo brasileño es exitoso? ¿Será que resolvió los problemas más urgentes de crecimiento económico, servicios públicos, restructuración productiva, empleo y desarrollo y por eso las encuestas le dan 47 por ciento a Cardoso?
Por el contrario, Brasil es un país estancado económicamente, que subsidia la superexplotación de sus trabajadores por el capital externo, que tiene como proyecto vincularse al mercado mundial fragmentado a la nación tanto territorial como poblacionalmente en áreas de economía dinámica y en áreas deprimidas, y se ha acentuado su condición de país con fuerte desigualdad social y concentración de la renta. El desempleo estructural, el subempleo y la precarización del trabajo han crecido notoriamente con el modelo modernizador. Lo único que avala la dirección de Cardoso es la estabilización monetaria con el Plan Real cuyos efectos han terminado, el control estable del tipo de cambio, que ya está totalmente presionado por la alta deuda pública interna y por las altas tasas de interés. Además, en Brasil hay una grave crisis social y una crisis económica, ésta dominada por las tensiones provocadas por la movilidad del capital financiero, por las altas tasas de interés y las presiones devaluatorias. Para tranquilizar al gran capital financiero, Cardoso ha aprobado un plan de ajuste.
Lo peculiar de la situación actual es que ese deterioro económico y social por las políticas neoliberales adoptadas no se logra expresar suficientemente en las urnas. Los excluidos, los superexplotados y los oprimidos por el modelo económico neoliberal y por el autoritarismo democrático de Cardoso, que son sin duda la mayoría nacional, no cuentan aún con la cultura política, con los mecanismos de organización y participación, y con los medios de comunicación altamente influyentes como para expresar el descontento que manifiestan en la cotidianeidad de la vida, en las calles y en los movimientos sociales.
Las tensiones provocadas por el afán de continuismo y por la ceguera ante las consecuencias sociales del neoliberalismo a ultranza pueden hacer de estas elecciones el puente a una crisis política que la nueva democracia brasileña había logrado evitar. Así las cosas, lo más probable es la relección de Cardoso y el continuismo de una oligarquía política neoliberal --y tradicional a la vez-- que se opone a que un país tan vital e importante como Brasil juegue otro papel político en un mundo en transformación. Incluso si Lula lograra la segunda vuelta, lo más probable es que las fuerzas de centro terminen por sumarse a Cardoso en aras de mantener la gobernabilidad y la estabilidad del modelo actual.
*Profesor investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM