Nombre de un arbolito encantador, lánguido y sensual, que bautizó una de las calles de esa colonia de tradición que es Santa María la Ribera. En esa vía se construyó, en 1904, un edificio de hierro, acero y vidrio considerado de vanguardia, por utilizar una tecnología recién llegada de Europa, que mezclaba lo útil con lo estético. Entre las novedades destaca que la estructura se deja a la vista y permite ver el esqueleto de hierro y acero combinado con enormes vidrieras en color lechoso y verde, que inundan de luz dorada los amplios espacios.
Resulta de interés saber que fue edificado por un grupo de empresarios como centro de exposiciones, tanto para productos nacionales como del extranjero; el mismo concepto del World Trade Center, que se instaló en el elefante blanco construido hace años por el señor Suárez, y al igual que éste resultó un fracaso económico y de la misma manera el gobierno tuvo que quedarse con él.
La Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes rentó el edificio y lo cedió temporalmente al gobierno de Japón, a fin de instalar su pabellón para la gran exposición industrial y artística organizada por el gobierno porfirista para conmemorar el centenario de la Independencia. Una vez concluida, la misma secretaría estableció allí el Museo de Historia Natural.
Pocos lugares podía haber más propicios para un lugar de esa naturaleza, ya que todos los objetos en exhibición tenían un carácter fantástico, por el ambiente que los rodeaba: húmedo, frío, con zonas penumbrosas en las que se vislumbraban los largos pasillos con estantería de madera y vitrinas, que mostraban desde los más pequeños insectos --hormigas, cucarachas, arañas-- para llegar a una enorme tarántula panzona y terminar con el gran esqueleto de dinosaurio, que ocupaba el salón principal. En 1964, el Museo de Historia Natural se trasladó a Chapultepec, a unas modernas instalaciones que ahora ya son caducas y están a punto de ser renovadas.
Tras varios años en el abandono, en 1975 el añejo edificio fue restaurado por su propietaria, la UNAM, para instalar el Museo Universitario del Chopo, institución que ha venido prestando un importante servicio en la divulgación de las manifestaciones más audaces: underground, punk, posmodernas, gay y por el estilo, convirtiéndose en un foro fundamental para grupos y artistas, que no tenían cabida en otro lado. Su actual directora, la talentosa Lourdes Mongue, le ha impreso una vida verdaderamente rica, entre otras razones porque tiene su estación de radio, Las Ondas del Chopo, que transmite en vivo sus principales actividades, así como entrevistas y música. Además, cuenta con una librería que ofrece publicaciones independientes y propositivas, que no hay en ningún otro lado, y un simpático cafetín con sabrosos emparedados, ensaladas y buen café. Esto acompaña sus múltiples eventos, que en octubre consisten en: las décimas jornadas del Movimiento Punk en México, el quinto Festival Cinematográfico de Verano de la Filmoteca de la UNAM; exposiciones de fotografías de Antonio Turok sobre Chiapas; de Oweena Fogart y una fotoinstalación de Vida Yovanovich. Esto es sólo una probadita, pues hay muchas actividades más.
La novedosa vida de este museo parece haber inspirado a los que instalan desde hace varios años un mercado ambulante en sus cercanías, al que asisten mayoritariamente jóvenes a intercambiar música o adquirirla, así como camisetas, joyería, tintes y adminículos para los peinados punk; hacen tatuajes y hay gran oferta de vestimenta hindú y de terciopelo deslavado. Este particular sitio, que funciona solamente los sábados por la mañana, se conoce como el tinaguis del Chopo y es concurridísimo.
En el rumbo, Héroes Ferrocarrileros, esquina Buenavista, se encuentra una buena y espaciosa cantina de gran tradición llamada Tijuana, cuya especialidad son las carnes y los mariscos. Remodelada en los años ochenta, como todas las que se hacen elegantonas, no ofrecen botanas gratis.