Arnaldo Córdova
Saldos del 68
Después de treinta años de rememoraciones, conmemoraciones y debates de todo tipo, ya deberíamos saber mucho más de lo que hoy sabemos de los sucesos que conmovieron a México entre julio y octubre de 1968. Se han escrito decenas de libros y miles de artículos, aparte una cobertura de medios cada vez más amplia. Y todavía es hora en que sabemos muy poco de aquel movimiento, y lo que sabemos muy pocas veces rebasa los linderos del anecdotario personal. Tal vez sea por eso, porque no sabemos, que aquel movimiento permanece vivo en la memoria de un gran número de mexicanos, de entonces y de ahora.
Se trata de una historia no saldada. El presidente Díaz Ordaz se hizo responsable de todo lo operado por su gobierno en aquellos trágicos días; pero eso no ha bastado y, en su momento, fue algo así como echar tierra a las responsabilidades que tocaban a los funcionarios y oficiales envueltos en el conflicto. Todavía es hora en que se está exigiendo que esas responsabilidades se deslinden y se someta a juicio a quienes corresponda. Nadie desde el gobierno quiere hacer caso a eso y muchas cosas siguen en tinieblas.
Como lo planteó Gilberto Guevara Niebla hace ya varios años, los entonces jóvenes dirigentes que fueron encarcelados y condenados como delincuentes fueron ``amnistiados'', que no limpiados, de antecedentes criminales. Ello no ha impedido que todos hayan hecho sus vidas de manera normal; sin embargo, el baldón quedó allí, en sus archivos penales, y no ha habido acto de autoridad que limpie sus antecedentes. Para la historia, quedan, en efecto, como criminales amnistiados. Eso a ellos no les basta y, con toda razón, exigen revisar una historia sucia que los ha perjudicado desde el principio.
La idea de que el movimiento estudiantil del 68 fue prohijado, apoyado (incluso con dinero y armas) e influido directamente por agentes soviéticos, chinos, cubanos castristas y guerrilleros centroamericanos, no fue una mera ocurrencia de los medios de comunicación o de gacetilleros a sueldo. Fue obra del propio presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, y queda para la historia como la versión oficial. A través de esa absurda imputación, los jóvenes dirigentes encarcelados y procesados siguen siendo nada menos que unos traidores a la patria.
Según documentos de inteligencia de Estados Unidos recientemente desclasificados y dados a conocer por Jim Carson y David Brooks en estas páginas, tanto la CIA como el entonces embajador estadunidense en México, Fulton Freeman, consideraron exagerada e improbable la hipótesis de que agentes extranjeros tuvieran injerencia en el movimiento. Pero Díaz Ordaz sostuvo la idea hasta el fin de su vida.
De las pocas personas que siguen viviendo y que podrían dar testimonio de la visión oficial del movimiento en aquellos días, sólo unas cuantas ya no mantienen la verdad oficial de la intervención de espías y agitadores comunistas extranjeros. El general Corona del Rosal sigue terco en sostener, como lo escribió en sus memorias, que los comunistas dirigían el movimiento y que buscaban abiertamente el derrocamiento del gobierno diazordacista.
El general Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial de Díaz Ordaz, siempre estuvo empecinado en difundir sus acostumbradas estupideces sobre la conjura extranjera (Rusia, a través de Cuba, y aun Estados Unidos) que buscaba derribar al gobierno mexicano. De sus torpes e insensatas elucubraciones no se salva ni siquiera el general Cárdenas, a quien presenta haciendo el juego de Fidel Castro. Esa historia oficial no sólo está en la mente de gente como ésta. Está todavía reposando en los archivos oficiales que, me imagino, es por vergüenza que no quieren abrirlos.
Si el movimiento de 68 sigue despertando tanto interés y tantas inquietudes, no es sólo porque Raúl Alvarez Garín o Gilberto Guevara Niebla estén obsesionados con sus vivencias personales. Hay en él mucho que a todos nos toca, una verdad no alcanzada, un signo de aquellos tiempos que hoy tiene sentido para nosotros, una herencia sucia que es necesario limpiar, una deuda con nuestro presente que no ha acabado de ser saldada, unos ideales libertarios, antiautoritarios y democráticos que están más presentes que nunca en nuestra vida política; una gesta juvenil que a todos enorgullece y que con toda razón identificamos como el principio de los nuevos tiempos. No hay hipérbole en ello. Hasta los jóvenes de hoy están aprendiendo a ver con veneración aquellos hechos y no son sólo los hijos de los sesentaiocheros. Todo mundo quiere saber qué fue lo que realmente pasó.