La Jornada 3 de octubre de 1998

``No nos trae la nostalgia, sino el cambio que viene''

Hermann Bellinghausen Ť Los paraguas se abren sobre Tlatelolco a las 6 de la tarde, porque hoy todo fue a esa hora, la misma que hace 30 años. Un techo multicolor y ondulante cubre a la multitud que llena totalmente la Plaza de las Tres Culturas, y faltó plaza para tanta concurrencia. Desde el tercer piso del edificio Chihuahua, Raúl Alvarez Garín habla, con un entusiasmo tan grave como el de todos sus escuchas: ``Hoy venimos a demandar justicia''.

Una manta negra agita sus letras plateadas a pesar de la lluvia en algún lugar de ese jardín de paraguas y rostros: ``y sin embargo se mueve'', dice desgarradamente, en esta, la más concurrida celebración que ha habido a tres décadas del 2 de octubre.

``Hace tan sólo unas semanas los delincuentes que dirigen este país se ocultaron bajo el pretexto del `secreto bancario', para ocultar la información de sus tropelías'', dice la voz casi tímida, y sin embargo sólida, de Alvarez Garín. ``Hoy se quieren ocultar en el pretexto del secreto de los asuntos militares para ocultar sus crímenes, para esconder y tergiversar los hechos de represión ilegal en que han estado participando las fuerzas armadas del país''.

Treinta años después, la mayoría de los manifestantes no han cumplido los 20. El 2 de octubre no se olvida, sino que empuja para adelante.

En un mensaje del CCRI-CG del EZLN leído por Raúl Jardón, se habla de lo mismo: ``Tiempo de exigir que se conozca toda la verdad, que no queden impunes los crímenes de ayer y hoy. 1968. 1998. Entonces y ahora la mentira de arriba vino para esconder la realidad. Entonces y ahora la verdad de abajo viene para mostrar la realidad''.

Este es un acto opositor, multitudinario, que sintetiza las demandas del fin de siglo mexicano. Durante la marcha del Zócalo a esta plaza, a la altura de Garibaldi y con los mariachis en retirada, dos grandes zopilotes revoloteaban sobre zancos y a sus pies los años sesenta y los noventa se daban la mano:

``Hasta la victoria siempre, con justicia y dignidad''. A ese son bailaban cientos de estudiantes politécnicos, que también proclamaban: ``Zedillo no es del Poli, el Poli es zapatista''

Decenas de miles, y los dirigentes de entonces mezclados entre la multitud, hacen vibrar el minuto de silencio de la hora fatídica: 6:05 pm. Pero aquí no hay duelo. La cosa hierve. Se trata de familias, abuelos, hijos y nietos. Estudiantes, maestros, colonos, obreros. Puros hijos de vecino que no están dispuestos a olvidar, que se heredan de generación en generación esa herida del 68, que sigue siendo la señal y la puerta de un México mejor.

El gobierno de la ciudad tendió varias mantas sobre el camino de la marcha con versos de Rosario Castellanos. Una de ellas decía: ``Recuerdo, recordemos /hasta que la justicia /se siente con nosotros''.

Hoy se suman otros reclamos de justicia a los de entonces. Ahora, el punto más sensible de la herida son los pueblos indígenas. En todos los discursos, y son 13, se habla de ellos.

La procesión de oradores no desanima a la concurrencia. Enrique Avila, a nombre de los normalistas, dice que el mensaje de los zapatistas ``es el mejor regalo'' que pudo recibir esta conmemoración, y la multitud, que ya guardó los paraguas, corea, casi ruge: ``EZLN, EZLN'', y ``Marcos, Marcos''.

El Comité Nacional de Huelga de entonces y los ceceacheros de hoy comparten las calles y la tribuna. Y cuando el mitin lleva más de una hora de haber empezado, siguen llegando contingentes a los alrededores de la Plaza de las Tres Culturas.

El Movimiento Urbano Popular se suma a los sindicatos, grupos de gays y lesbianas, prepas y vocacionales, escuelas. Otra manta: ``Hoy y siempre, los Anónimos, presentes''. Entre los más jóvenes, muchos llevan pasamontañas.

Una y otra vez, el mitin se revela como una protesta contra el gobierno de ahora, y un triunfo de la memoria sobre el olvido, armado de claveles rojos y blancos.

¿Cuántas batallas se han ganado? La de los derechos humanos, la de la libertad sexual, una cierta libertad de expresión. Pero cuántas faltan. Otro orador dice: ``En 1968, el movimiento fue contra el PRI, que llevaba 40 años en el poder. Ahora, este acto es contra el PRI, que lleva 70 años en el poder''.

La demanda de justicia es, deliberadamente, la central en esta marcha. Y cuenta con los recursos de la imaginación. El contingente de la Escuela de Arte Teatral, todos vestidos de negro, corea como consignas, verso por verso, el parlamento del príncipe Segismundo; ``Y la experiencia me enseña /que el hombre que vive, sueña /lo que es, hasta despertar. /Sueña el rey que es rey, y vive /con ese engaño mandado, /disponiendo y gobernando''.

Los cubre una gran tela que recuerda la matanza de Acteal, y los rodea un códice de trapo con dibujos funerarios. Porque si la vida es sueño, según Calderón de la Barca, también debe ser cierto que los sueños perduran. Este, por lo menos, ya sobrevivió la matanza, la cárcel, la represión, la coptación, el ninguneo. Ante el silencio oficial, pertinaz, el clamor sesentaiochero ha demostrado su verdad.

Goyas y huelums en la marcha y el mitín, más que porras estudiantiles, participan del caldo de cultivo del recuerdo.

Ni perdón ni olvido

Desde el tercer piso del edificio Chihuahua se asoman Hernández Gamundi, Alvarez Garín, Fausto Trejo. Abajo, Perelló reparte volantes. El Pino Martínez della Rocca llegó en la descubierta. El monumento a los caídos está sembrado de flores y veladoras. Allí se perpetúan los nombres de algunos de ellos, y se cumplen las palabras de José Alvarado en aquel entonces: ``Algún día una lámpara votiva se levantará en la Plaza de las Tres Culturas en memoria de ellos. Otros jóvenes la conservarán encendida''.

La celebración del 2 de octubre es hoy el recipiente de otras luchas. Por la democracia efectiva, por los derechos de los pueblos indígenas, por la educación para todos. Es contra la militarización, el genocidio y la impunidad.

Mientras hablan otros oradores, a la vista de la plaza llena, Raúl Alvarez se pregunta: ``¿Cómo van a prescribir esos crímenes?'' y señala hacia la estela votiva en medio de la multitud: ``Allí está, y no se la pueden quitar de encima los del gobierno''. Como si hablara de una banderilla, o de una herida viva, una señal de que no habrá perdón ni olvido.

``De todas maneras ya ganamos mucho'', admite Alvarez Garín, y cuando le pregunto que qué siente de ver así la plaza, él protesta: ``No hagas esas preguntas, porque de la emoción me podría poner a llorar'', y se abraza, recorrido por un alegre escalofrío.

Mientras se dispersa la multitud, un estudiante de la ENEP Iztacala dice: ``¿Cómo íbamos a sentir nostalgia este 2 de octubre? Aquí venimos a festejar el cambio que viene. Este acto fue un aviso''.

Por lo demás, las provocaciones de vandalismo que amenazaron la marcha antes del acto no prosperaron. Se impusieron la densidad de la manifestación, el orden de los asistentes, la hermosa imagen de los paraguas bajo la llovizna, que inevitablemente remite a otras revoluciones pacíficas de los años recientes: Polonia, Portugal. Treinta años de terquedad son todo un récord. Los vivos vuelven a encontrarse con los muertos, comparten con ellos el dolor y la esperanza. Eso es lo que, como ha escrito John Berger, contribuye a que los rostros de las multitudes ante un cambio inminente, sean solemnes y serios, pero felices.